jueves, 6 de marzo de 2014

iSeñales de alerta!

Algunas señales en la vida de un ministro pueden alertar a la existencia de motivaciones incorrectas en el servicio.


   En su libro Emotionally Healthy Spirituality (Espiritualidad emocionalmente sana) el autor Peter Scazzero abre su corazón acerca de una profunda crisis personal que vivió en el ministerio. Luego de doce años de ser pastor, su esposa le informó que deseaba congregarse en otro lugar y que, si él no cambiaba, no le veía futuro a su matrimonio.

La salida no consiste en negar la existencia de nuestras emociones, sino en ofrecerlas a Dios tal cual existen. El duro golpe lo obligó a evaluar con profundidad su propia vida. Descubrió que ciertas características de su ministerio revelaban la falta de sanidad de su propio corazón. Había encarado el ministerio sin haber resuelto las lacerantes heridas que había sufrido en su niñez. En lugar de abrir estos espacios del alma para que el Señor lo limpiara y sanara, se avocó con fervor a servir en el ministerio pastoral. Eventualmente, sin embargo, su vida se desmoronó ante la presión de estos asuntos que no se habían resuelto.
Scazzero identifica los siguientes síntomas como claros indicadores de que uno está trabajando sobre un fundamento erróneo:

Ignorar las emociones como el enojo, la tristeza y el miedo
La mayoría de nosotros creemos de todo corazón que el enojo, la tristeza y el miedo son pecados de los que debemos sacudirnos. Entendemos que señalan algo de nuestra vida espiritual que no anda bien.
¿Qué hacemos cuando estos sentimientos se manifiestan? Intentamos taparlos con un manto de entusiasmo cristiano; citamos la Palabra, la oramos, y la memorizamos; en fin, ¡cualquier acción que nos aleje de sentirnos abrumados por ellos!
Sentir, sin embargo, es parte de nuestra naturaleza humana. Minimizar o negar lo que sentimos es una distorsión de lo que significa ser portadores de la imagen de nuestro Dios personal. Cuando llegamos al punto de no poder expresar nuestras emociones, se nos atraviesa la dificultad de amar a Dios, a los demás y también a nosotros mismos. Con el esfuerzo de eliminarlos, también intentamos suprimir una parte de nuestra humanidad. La salida no consiste en negar la existencia de nuestras emociones, sino en ofrecerlas a Dios tal cual existen. Los Salmos están repletos de la manifestación plena de la humanidad de quienes los escribieron. Precisamente por eso nos resultan tan bellos.

Morir a las cosas incorrectas
El teólogo Irineo alguna vez señaló: "La gloria de Dios es un ser humano plenamente vivo".
Nuestra interpretación del llamamiento de Cristo a negarnos y cargar la cruz nos ha llevado, sin embargo, a creer que cuánto más miserables nos sintamos, cuánto más suframos, mejores cristianos seremos. Esta postura me invita a ignorar mis propias necesidades.
No cabe duda de que debemos morir al pecado que existe en nosotros, como lo son nuestras posturas defensivas, nuestro distanciamiento de los demás, la arrogancia, la terquedad, la hipocresía, el juicio o la falta de vulnerabilidad. No obstante, Dios no nos llamó a morir a las partes buenas de nosotros mismos. Dios nunca nos pidió que muriéramos a los deseos saludables y a los placeres de la vida, a la amistad, a la alegría, al arte, a la música, a la belleza, a la recreación, a la risa y a la naturaleza. Dios siembra deseos en nuestro corazón para que cuidemos y reguemos estos obsequios de la vida. Estos deseos y estas pasiones son invitaciones de Dios a disfrutar la vida que nos ha concedido.

Negar el impacto del pasado en el presente
Cuando nos convertimos a Jesucristo, ya sea de niños, adolescentes o adultos, "nacemos de nuevo", según el impresionante lenguaje de la Biblia. El apóstol Pablo lo describe de esta manera: "las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas" (2Co 5:17).
Muchos han mal interpretado estos versículos para explicar que todo lo que ocurrió en el pasado ya no ejerce ningún efecto sobre nuestras vidas. Es cierto que cuando nos convertimos a Cristo, somos limpiados de nuestros pecados y obtenemos un nuevo nombre, una nueva identidad, un futuro nuevo, una vida nueva. Realmente ocurre un milagro. No obstante, debemos entender que esto no significa que lo que era nuestra vida pasada no seguirá influenciándonos de diversas maneras.
La tarea de crecer espiritualmente (lo que los teólogos llaman santificación) no significa que no vamos a volver al pasado. Pensamos que esta nueva vida en Cristo nos ha hecho libres de las tristezas del pasado, pero la libertad solamente se obtiene cuando Cristo alumbra, con nuestro consentimiento, cada rincón oscuro de nuestra alma. Para que él pueda llevar a cabo esa tarea es necesario volver, de su mano, a cada uno de los lugares donde fuimos heridos.

Dividir la vida en lo "secular" y lo "sagrado"

Los seres humanos poseemos la extraña habilidad de vivir la vida en compartimentos, lo que bien podría llamarse una "doble vida". Muchos cristianos consideran que de lunes a sábado es el tiempo designado para su "trabajo secular". El domingo es el día reservado para actividades "espirituales".
Esta es una de las razones por las que las personas que forman la Iglesia no evidencian ninguna diferencia significativa con sus vecinos. "Prenden y apagan" su cristianismo según la ocasión en que se encuentran. Considere estos datos:
Los miembros de la iglesia se divorcian tanto como sus vecinos no cristianos.
Los miembros de la iglesia agreden a sus esposas con la misma frecuencia que sus vecinos.
Los empleadores de los miembros de la iglesia expresan que estos son casi tan materialistas como los trabajadores que no son cristianos.
Los cristianos de raza blanca son los que con más certeza discriminan a aquellos que son de otra raza.
De los evangélicos "muy comprometidos", 26% aprueban las relaciones sexuales prematrimoniales están bien, mientras que 46% de los "menos comprometidos" también las aprueban.
Lo más triste de esta dicotomía es que los cristianos no son plenamente felices en ningún lugar, ni disfrutan completamente de la vida en ningún momento. Los que nos observan de afuera no pueden creer que seamos tan ciegos que no podamos ver el abismo que existe entre lo que decimos y la forma en que vivimos.

Trabajar para Dios en lugar de estar con Dios
Ser productivo y asegurar resultados son prioridades en la cultura occidental. Disfrutar de la presencia de Dios y deleitarse en él, según nos han enseñado, son lujos que podremos saborear en plenitud cuando estemos en el cielo. Por lo pronto, queda mucho para realizar en la tierra. Existe mucha gente perdida. El mundo está repleto de problemas y Dios nos confió las buenas nuevas del evangelio.
La conclusión detrás de esta perspectiva resulta obvia: trabajar mucho para Dios es una clara señal de madurez espiritual. El Señor depende de nuestro esfuerzo y no podremos descansar mientras haya en la tierra trabajo por cumplir.
¿Es errada esta perspectiva? De ninguna manera. Pero el trabajo para el Reino, que no está respaldado por una vida anclada en Dios, acabará por viciar la vida misma. En lugar de agradar al Señor se concentrará en ganar la aprobación de los demás, corriendo detrás de falsas definiciones del éxito. Acabamos como "hacedores" humanos en lugar de "seres" humanos. El gozo de ser hijo de Dios desaparece y nos abruma el sentido de responsabilidad que tanta tristeza le trajo al hermano mayor de la parábola del hijo pródigo.
La verdad es que no podemos reproducir en otros lo que nosotros no poseemos. La única manera de poseer vida es pasando tiempo con aquel que es la fuente de la vida.

Espiritualizar el conflicto
A nadie le agrada el conflicto. Sin embargo, los conflictos son una indefectible experiencia de lo que significa vivir en un mundo caído. No obstante, la tendencia a restarle importancia a los desacuerdos o sufrir innecesariamente las dificultades sigue siendo uno de los mitos más destructivos que existen en la iglesia de hoy. Por este motivo las denominaciones, las iglesias, y las comunidades de fe siguen experimentando el dolor que se generan de conflictos que no se han resuelto.
Los siguientes comportamientos son evidencia de que un conflicto no se ha manejado de la manera apropiada:
Expresarle algo a alguien y luego, a sus espaldas, afirmar algo distinto.
Prometer acciones con la mínima intención de cumplirlas.
Ignorar o castigar a otros guardando silencio.
Utilizar el sarcasmo, la crítica o la ridiculización.
Ceder por miedo a no agradar a los demás.
Contar la verdad a medias, porque no soportamos herir los sentimientos de nuestros amigos.
Dar un sí cuando en realidad queremos dar un no.
Buscar a una persona ajena al conflicto para charlar el asunto con ella para aplacar la ansiedad.
Jesús nos muestra que los verdaderos cristianos nunca evaden el conflicto. ¡Jesús mismos vivía en conflicto! De continuo entraba en antagonismo con los líderes religiosos, las multitudes, los discípulos, incluso con su propia familia. Con el profundo deseo de traer la verdadera paz, Jesús desenmascaraba la falsa paz que lo rodeaba. Se rehusaba a "espiritualizar" situaciones de desavenencia.

Esconder las debilidades y el fracaso
La presión que implica mostrar una imagen de nosotros mismos como fuertes y espirituales es imperiosa. Nos sentimos culpables por no estar a la altura de los demás, de no cumplir con sus expectativas. Nos olvidamos de que nadie es perfecto, que todos somos pecadores. Nos olvidamos de que David, uno de los hombres más cercanos al corazón de Dios, cometió adulterio con Betsabé y mató a su esposo. ¡Eso sí que fue un escándalo! ¿Cuántos de nosotros no hubiéramos borrado, para siempre, semejante episodio de los libros de las crónicas de la historia a fin de que el nombre de Dios no fuera deshonrado?
David no actuó así. Por el contrario, utilizó su poder absoluto como rey para asegurarse de que los detalles de su error colosal se publicaran en los libros de las crónicas de su reino para que todas las generaciones futuras los pudieran leer. De hecho, David escribió una canción acerca de su fracaso para que el pueblo la cantara en las ceremonias de adoración de Israel y para publicarla en el cancionero de adoración, los salmos. David sabía esto: "Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito; al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás" (Salmo 51:17).
Otro de los grandes hombres de Dios, el apóstol Pablo, compartió que el Señor respondió a sus plegarias de quitarle un "aguijón en la carne" con un no. Más bien, el Señor lo llamó a vivir satisfecho en su gracia, recordándole que el poder de Cristo "se perfecciona en la debilidad" (2Co 12:7–10). ¿A cuántos cristianos conoce que estarían dispuestos a vivir así hoy?
La Biblia no oculta los errores y debilidades de sus héroes. Moisés cometió un homicidio. Oseas se casó con una prostituta. ¡Pedro reprendió a su Maestro! Noé se emborrachó. Jonás era racista. Jacob era astuto para engañar. Juan y Marcos discreparon con Pablo. Elías se agotó espiritualmente. Jeremías estuvo deprimido y luchó contra la tentación de suicidarse. Tomás dudó. Todos ellos envían el mismo mensaje: que cada ser humano que existe en la tierra, más allá de los dones o fortalezas que haya recibido, es débil, vulnerable y depende de Dios y de los demás.
Bendiciones

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