lunes, 27 de abril de 2015

PROMESAS O VOTOS DESESPERADOS 7


Invoqué en mi angustia a Jehová, y él me oyó; desde el seno del seol clamé, y mi voz oíste… Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo Templo. Los que siguen vanidades ilusorias, su fidelidad abandonan. Mas yo, con voz de alabanza, te ofreceré sacrificios. Cumpliré lo que te prometí. ¡La salvación viene de Jehová! 
Jonás 2:2, 7–9

El trato de Dios es normalmente el del silbo apacible. 
Como dice el profeta Isaías, su estilo no es clamar ni levantar la voz (42:2)
El corazón tierno del Señor le lleva a tratar con cariño y paciencia a los suyos, esperando que respondan a este trato personalizado. 
A veces, sin embargo, sus palabras no toman este camino. 
Lo intenta una, dos o tres veces. 
Luego, debe optar por métodos más dramáticos. 
Tal es el caso de Jacob, que luchó con Dios hasta el amanecer, o el caso de Pedro, que debió transitar por el camino de la negación para entender las palabras de Cristo.
Así también aconteció en la vida de Jonás. 
Resulta evidente que el profeta ya estaba quebrantado por su falta de obediencia. 
Pero su quebrantamiento no le había conducido a la presencia de Dios para confesar la rebeldía de sus caminos. 
Su tristeza era de muerte y, alocadamente, se había lanzado al mar. 
Al Señor, sin embargo, le interesa la tristeza que produce vida, "porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación" (2 Co 7:10)
En cuanto Jonás entró en el vientre del pez se acordó de Dios y elevó a él una oración desesperada.
Note que su oración, además, incluye votos y promesas al Señor. 
Esto es típico de las oraciones que hacemos en situaciones límites. 
Nos interesa mayormente poder salir de la situación y, para convencer a Dios de que debe intervenir, le realizamos juramentos que tal vez no cumpliremos ni bien nos saque de la situación en la cual estamos.
Estas promesas, que delatan la falta de entendimiento acerca de quién es Dios, rara vez producen cambios en nuestras vidas. 
Normalmente las olvidamos tan pronto como haya pasado la tormenta. Las olvidamos porque no son la expresión de un corazón de devoción, sino simplemente los ingredientes de una transacción entre dos partes: "Tú me salvas y yo, a cambio, te doy esto otro". 
¡Reducen la vida cristiana a un plano meramente comercial!
Necesitamos redescubrir el corazón bondadoso de nuestro Padre celestial. 
Su amor no necesita ser comprado. 
Él siempre está dispuesto a bendecir e intervenir en nuestras vidas. Pero, como dice el psicólogo cristiano Larry Crabb: "cuando nuestra más fuerte pasión es resolver nuestros problemas, buscamos un plan a seguir más que una persona en quien confiar"
No permita que su relación con Dios ingrese en este plano. 
Cultive su pasión a diario y no tendrá necesidad de hacer votos desesperados en medio de las crisis.

Reflexiona esto:
¿Recuerda alguna vez en la cual haya hecho votos o promesas desesperadas a Dios? ¿Cómo le fue con el cumplimiento de ellas? ¿En qué situaciones se ve tentado a negociar con Dios? ¿Cómo puede avanzar hacia una relación más personal con él?

BENDICIONES

domingo, 26 de abril de 2015

ORACIONES DE EMERGENCIA 6





Pero Jehová tenía dispuesto un gran pez para que se tragara a Jonás, y Jonás estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches. Entonces oró Jonás a Jehová, su Dios, desde el vientre del pez. 

Jonás 1:17, 2:1

Muchos de nosotros tenemos una vida de oración que podría bien estar acompañada de un cartel que diga: "¡Usese solamente en casos de emergencia!" 
Son estas las oraciones que se elevan cuando la crisis ha llegado a tal estado que ya no nos queda otra salida que mirar hacia los cielos y clamar que Dios intervenga. 
En su misericordia, él muchas veces responde, pero nosotros no recibimos otra cosa que eso: una respuesta a nuestro problema.
Pensar en la oración en estos términos es tener una perspectiva muy limitada acerca de este aspecto sagrado de la vida espiritual. 
Es, sin embargo, un concepto arraigado en nosotros. 
El resultado es que nuestras oraciones se asemejan a la lista que elaboramos cuando vamos de compras. 
Elevamos nuestros pedidos al cielo y luego seguimos por nuestro camino.

"La verdadera oración", decía Agustín, "no es otra cosa que el amor".

Sobre este tema Richard Foster, en su libro La oración, escribe: "Hoy el corazón de Dios es una herida abierta de amor. Él se duele por nuestra distancia y nuestras preocupaciones. Se lamenta que no nos acercamos a él. Se lamenta porque nos hemos olvidado de él. Llora por nuestra obsesión con lo mucho. Anhela nuestra presencia".

Estas frases nos acercan a lo que es la verdadera naturaleza de la oración. 
¿Piensa que la única razón por la que Jesús se apartaba con frecuencia a lugares solitarios era para pedir cosas de Dios? Claro que no, ¿verdad? Necesitaba disfrutar de esa amistad transformadora que resulta de los momentos de intimidad con el Padre, y que son mediados por la oración. 
Seguramente por esta razón los discípulos se acercaron y le pidieron que les enseñara a orar (Lc 11:1–11). No es que no sabían elevar peticiones a Dios, sino que carecían de entendimiento acerca del verdadero misterio que llamamos oración. 
Discernían en Cristo una dimensión espiritual en la vida de él, que faltaba en ellos.
¡Qué fácil es para nosotros, sumergidos en la vorágine del ministerio, convertir la oración en una lista de peticiones para sacarnos de apuros! El Señor, sin embargo, nos invita a ingresar a otra clase de experiencia. Por esta razón Jesús decía que, cuando oramos, debemos encerrarnos en nuestro cuarto interior (Mt 6:6)
Nadie cierra la puerta de su habitación si tiene intención de salir al minuto de haber entrado. 
Más bien, Cristo vislumbraba un tiempo de intimidad con el Padre en el cuál el resultado principal era que él nos transformaba a nosotros por medio de nuestras oraciones. 
¡Todos necesitamos caminar por este camino!

Piensa en esto:
¿Se anima a hacer suya esta oración?: "Oh mi Dios, Trinidad que adoro, ayúdame a desentenderme por entero de mí mismo, para instalarme en ti, inmóvil y pacífico, como si mi alma residiera ya en la eternidad. Que nada pueda perturbar mi paz ni desligarme de ti, Oh mi Inmutable, y que a cada minuto me hunda más profundamente en tu Misterio. Amén."

BENDICIONES 

sábado, 25 de abril de 2015

A PESAR NUESTRO 5


Entonces clamaron a Jehová y dijeron: "Te rogamos ahora, Jehová, que no perezcamos nosotros por la vida de este hombre, ni nos hagas responsables de la sangre de un inocente; porque tú, Jehová, has obrado como has querido". Tomaron luego a Jonás y lo echaron al mar; y se aquietó el furor del mar. Sintieron aquellos hombres gran temor por Jehová, le ofrecieron un sacrificio y le hicieron votos. 
Jonás 1.14–16

Hemos estado mirando la vida de este siervo involuntario del Señor, Jonás. 
Su vida como profeta no comenzó con el aire romántico que a veces queremos atribuirle a los que sirven a Dios. 
No le gustó la misión que se le había dado; creyó estar a salvo huyendo de su presencia y, cuando todo estaba perdido, decidió echarse al mar para acabar de una buena vez con el asunto. 
No tenemos en este cuadro la imagen de un líder consagrado e inspirador, cuya vida ejemplifica la calidad de servicio que queremos que nuestra gente imite.
Lo increíble de este relato es que Dios usó a este hombre a pesar de sus actitudes y comportamientos. 
En el pasaje de hoy notamos dos resultados de la crisis de Jonás. 
En primer lugar, los marineros reconocían que Jehová había hecho como él quería. 
No es poca cosa este descubrimiento. 
Existe una declaración implícita de la soberanía de Dios sobre todo, hallazgo que es indispensable para dar el paso de someterse a sus designios.
En segundo lugar, al echar al mar a Jonás, vieron que las palabras del "profeta" habían sido acertadas: las aguas inmediatamente se aplacaron y sobrevino una gran calma sobre la castigada embarcación de los marineros. 
Este acontecimiento llevó a que aquellos hombres temieran a Jehová, le ofrecieran sacrificios, e hicieran votos. 
Somos testigos, entonces, de la conversión de estos hombres paganos, que han comprobado que la manifestación de poder de Jehová es superior a la de cualquier dios que jamás hayan conocido.
El incidente debe animar el corazón de todos los que estamos sirviendo al pueblo de Dios en diferentes ministerios. 
La lección es clara. El Señor se ha propuesto bendecir a los que él desea. 
Nosotros somos invitados a colaborar con este proyecto celestial y muchas veces nos es concedido el privilegio de ser sus instrumentos. 
Lo que es especialmente digno de notar, sin embargo, es que el Señor a veces bendice ¡a pesar de nuestros esfuerzos! Cometemos errores, desobedecemos, a veces hacemos las cosas de mala gana; a pesar de todo esto su gracia se derrama y el pueblo es bendecido de todas maneras.
¿Cómo no agradecerle esta sobreabundante manifestación de gracia? No es para que digamos: "la verdad, no importa cómo hagamos las cosas porque igualmente él va a lograr su cometido". 
De ninguna manera, pues es esta la más pobre manifestación de servicio. 
Hemos sido llamados a la excelencia y a eso debemos aspirar. 
No obstante, nos alivia el corazón saber que nuestras debilidades y flaquezas están cubiertas por su gracia. ¡Bendito sea su nombre!

Medita esto:
"No puedes ser demasiado activo en lo que a tus propios esfuerzos respecta; no puedes ser demasiado dependiente en lo que a gracia divina respecta. 
Haz todas las cosas como si Dios hiciera todo; depende del Señor siempre.

BENDICIONES

viernes, 24 de abril de 2015

LA HORA DE DEFINICIONES 4


Como el mar se embravecía cada vez más, le preguntaron:
"¿Qué haremos contigo para que el mar se nos aquiete?" Él les respondió: "Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará, pues sé que por mi causa os ha sobrevenido esta gran tempestad".
Jonás 1:11–12

No podemos saber exactamente en qué pensaba Jonás cuando le dijo a los marineros que lo tomaran y echaran al mar. 
De seguro que no sabía absolutamente nada del gran pez que Dios enviaría a rescatarlo, pues el Señor estaba manejando esto a solas. 
Lo que sí vemos es que la convicción de pecado lo había llevado a asumir la responsabilidad por la tormenta que azotaba la embarcación. Aun poseía suficiente discernimiento para entender que esto era algo que él mismo había provocado.
No obstante, su independencia persiste. 
Lo apropiado hubiera sido que clamara a Dios por misericordia, confesando su pecado y declarando su voluntad de hacer lo que se le había encomendado. 
Mas Jonás no discernía el corazón misericordioso de Dios y entendía que, una vez desviado, no tenía solución su pecado. 
Perdido por perdido, decidió tirarse al mar y enfrentarse a una muerte casi segura.
¿Alguna vez, como líder, se ha encontrado luchando con sentimientos similares? Parece que nuestros pecados pesan más cuando estamos involucrados en ministrar al pueblo de Dios. 
Quizás, al estar en el ojo público, nos acosa con mayor fuerza el sentimiento de vergüenza por lo que hemos hecho. 
De todas maneras, en ocasiones hemos contemplado el abandonarlo todo, porque sentimos que nuestro pecado ha acabado con la posibilidad de seguir siendo útiles en las manos de Dios. 
Al igual que Pedro, pensamos seriamente en volver a nuestras redes.
Esta forma de pensar es una de las razones por las cuales practicamos tan poco la confesión. 
El enemigo de nuestras almas se encarga de trabajar en nuestras mentes para que creamos que los pecados que hemos cometido no tienen arreglo. 
El gran "gancho" por el cual nos mantiene atrapados es la culpa. Creemos que Dios ya no podrá escucharnos, porque nuestra maldad no tiene arreglo. 
Convencidos de esta realidad, entramos en la desesperación y procuramos ponerle fin a nuestra miserable existencia.
El gran estorbo a nuestra relación con Dios no es lo abominable de nuestro pecado, sino los requisitos que nosotros mismos nos imponemos para venir a él. 
Nuestro pecado es una abominación, pero puede ser perdonado con una simple confesión. 
Nosotros, no obstante, queremos adornar nuestra confesión con demostraciones prácticas de nuestro arrepentimiento que son innecesarias. 
Inmersos en el pecado, el mejor camino es acercarnos a él sin vueltas, arrepentidos y, a la vez, confiados en su inmenso amor.

Medita en esto:
En su magnífico libro La Oración, Richard Foster describe la oración que es la base de todas las otras oraciones, la oración sencilla. "Cometemos errores," nos dice "muchos de ellos. Pecamos, caemos, y esto con frecuencia pero cada vez nos levantamos y comenzamos de vuelta. Y otra vez nuestra insolencia nos derrota. No importa. Confesamos y comenzamos otra vez… y otra vez… y otra vez. Es más; la oración sencilla muchas veces es llamada la “oración de los nuevos comienzos".

BENDICIONES

viernes, 17 de abril de 2015

REPRENSION DEL NECIO 3

 

Los marineros tuvieron miedo y cada uno clamaba a su dios. Luego echaron al mar los enseres que había en la nave, para descargarla de ellos. Mientras tanto, Jonás había bajado al interior de la nave y se había echado a dormir. Entonces el patrón de la nave se le acercó y le dijo: "¿Qué tienes, dormilón? Levántate y clama a tu Dios. Quizá tenga compasión de nosotros y no perezcamos".
Jonás 1:5–6

¿Por qué dormía Jonás? 
Cuando yo era joven, relata un antiguo soldado de marina, fui llamado a cumplir con el servicio militar obligatorio en mi país. Fui sorteado, según el método de distribución que se usaba en ese tiempo, y salí destinado a la marina. Pasados unos meses dentro de ese cuerpo, salimos embarcados en un buque de guerra hacia unas bases navales lejanas. A los tres días de zarpar, sin embargo, se desató una feroz tormenta que nos golpeó sin cesar durante dos días y dos noches. Hasta los marineros veteranos estaban descompuestos por los violentos movimientos del barco. Al tercer día una alarma nos despertó a la madrugada. El barco estaba a punto de hundirse. No recuerdo haber visto en esta oportunidad a nadie durmiendo en esa situación. Al contrario, la desesperación y el miedo estaban dibujados en el rostro de la mayoría. Cada uno buscaba calmar su ansiedad a su manera. ¡Pero nadie dormía!

¿Por qué dormía Jonás? Pienso que el alivio de haber escapado de la misión que se le había encomendado era tan intenso que Jonás se podía dar el lujo de descansar un poco. 
¿Cómo podía tenerle miedo a una tormenta cuando había escapado de la tarea de predicar el arrepentimiento a los asirios? 
¡Esto ni se comparaba con aquello otro! Su insensatez había producido en él un falsa ilusión de seguridad.

Cuando hemos elegido el camino de la desobediencia, Dios echa mano de lo que necesita para reprendernos. 
Muchas veces ha usado a personas que están en tinieblas, como voceros del Altísimo. 
Hasta un asno puede ser su instrumento, como lo fue en el caso de Balaam (Nm 22:21–31)
En este caso, el mismo capitán del barco vino a reprender a Jonás, exhortándolo a hacer lo que debería haber hecho desde un primer momento: clamar a Dios.

El hecho es que no podemos desobedecer a Dios en una cosa, sin que sean afectados otros aspectos de la vida. 
La desobediencia en un área acarrea consecuencias para la vida toda. Cuando Jonás le dio la espalda al Señor, comenzó a transitar por ese peligroso camino donde se intenta seguir a Dios "a nuestra manera". 
El pecado produce en nosotros un adormecimiento que nos lleva a perder toda sensibilidad espiritual. 
En el Salmo 32.9, el autor nos dice que la persona que no confiesa sus pecados es como "el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno". 
En un sentido figurado, cuando escogemos darle la espalda a Dios, él deberá sujetarnos con "cabestro y freno", porque el diálogo ya no funcionará en nuestro caso.

Reflexiona en estas palabras:
"Un poco de pecado sumará dificultades a tu vida, restará fuerzas a tus energías y añadirá contratiempos a tu andar".

BENDICIONES

jueves, 16 de abril de 2015

ESCAPAR DE LA PRESENCIA DE DIOS 2

   

Pero Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, donde encontró una nave que partía para Tarsis; pagó su pasaje, y se embarcó para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová. Pero Jehová hizo soplar un gran viento en el mar, y hubo en el mar una tempestad tan grande que se pensó que se partiría la nave.
Jonás 1:3–4

¿Nunca se sintió tentado a huir de Dios? Claro, usted no se subiría a un barco, ni se tomaría un avión para alejarse de la presencia del Altísimo. Al igual que el salmista, usted y yo podemos exclamar: "¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?" (Sal 139.7). 
Todos sabemos que es imposible huir de su presencia, porque él está en todos lados.

Piense, sin embargo, en estas situaciones. Una persona no quiere ir a las reuniones de la congregación porque sabe que está en pecado y teme ser confrontado. 
Otra persona evita pasar por un lugar donde sabe que vive un hermano, porque tendrá que pedirle perdón por algo que ha hecho. 
Una tercera persona posterga ir a una encuentro de misiones porque sabe que habrá un llamado a un compromiso y teme las consecuencias de asumirlo. 
Aun otra persona más resiste las invitaciones a ser parte de un proceso de discipulado, porque sabe que de hacerlo tendrá que comenzar a rendir cuentas por su vida.

En cada uno de estos casos las personas están evitando una situación porque no desean hacer algo que saben que el Señor requerirá de ellos. No podrán seguir caminando con él si no obedecen. En definitiva cada una de ellas está "huyendo", a su manera, de la presencia de Dios.

El deseo de querer huir viene en esos momentos en los cuales se desata una fuerte lucha entre nuestros deseos y la voluntad declarada del Señor. 
Ni siquiera el Hijo de Dios fue librado de esta batalla. 
En Getsemaní, abrió su corazón al Padre y le dijo, con absoluta franqueza: "si existe alguna otra manera de hacer esto, por favor muéstramelo!"

 Necesitamos saber que este tipo de conflictos interiores son parte del precio que debemos pagar por seguirle a él. Es normal experimentarlos.

Lo que no es aceptable, es dejar que nuestra voluntad imponga sus deseos sobre el rumbo que hemos de tomar. 
No es aceptable, en primer lugar, porque alimenta la esencia de rebeldía que cada uno de nosotros heredamos de Adán. 
Pero en segundo lugar, no es lícito porque no es posible evadir la voluntad de Dios, al menos si nuestro compromiso con él es serio.

 Podemos postergar por un tiempo poner por obra lo que Dios nos está llamando a hacer.

No dude por un instante, sin embargo, que si el Señor ha puesto su mano sobre nuestras vidas él nos irá a buscar no importa donde nos "escondamos". 
Jonás es el ejemplo perfecto de esta verdad.

PIENSA:
¿Cuántos dolores de cabeza le producen a usted esas situaciones donde se demora en hacer lo que Dios está pidiendo? ¿Cómo puede acortar el tiempo que pasa entre recibir instrucciones del Padre y hacer lo que él manda? ¿Cuáles son las áreas de su vida donde más lucha con hacer lo que Dios le manda?

BENDICIONES

miércoles, 15 de abril de 2015

INCOMODADOS POR LA PALABRA 1


Jehová dirigió su palabra a Jonás hijo de Amitai y le dijo: «Levántate y vé a Nínive, aquella gran ciudad, y clama contra ella, porque su maldad ha subido hasta mí». Pero Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, donde encontró una nave que partía para Tarsis; pagó su pasaje, y se embarcó para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová.
(Jonás 1:1–3)

¿Cómo podemos saber si nuestro Dios nos está hablando? Esta pregunta es importante, pues la vida del creyente, que debe vivirse en obediencia a él, no será posible si no podemos discernir lo que él nos está diciendo. De modo que necesitamos alguna forma de evaluar si la palabra que recibimos es realmente Palabra de Dios, o no.

Nuestra capacidad de convencernos que lo que hemos escuchado es Palabra de Dios no tiene límites. No es esto, sin embargo, ninguna garantía de que esto haya acontecido. Cuando Saúl perseguía a David, y hacía ya tiempo que el Espíritu de Dios se había apartado de él, vinieron a decirle dónde se escondía el fugitivo pastor de Belén. El rey exclamó: "Benditos seáis vosotros de Jehová, que habéis tenido compasión de mí" (1 S 23.21).

Nosotros sabemos, sin embargo, que esto no aconteció por la mano de Dios. Ni tampoco estaban en lo cierto los hombres de David cuando le animaron a matar a Saúl, diciendo "Jehová ha entregado en tus manos a tu enemigo". 

La verdad es que si deseamos algo con suficiente pasión, podemos fácilmente convencernos de que Dios mismo está detrás de nuestros proyectos y que es él quien nos habla con respecto a ellos.

Una de las características que vemos en las Escrituras, sin embargo, es que la Palabra incomodaba al que la recibía. Hasta le podía parecer escandalosa o ridícula. 
Piense en Moisés argumentando con Dios frente a la zarza. 
Piense en Sara que se reía de la propuesta de un embarazo en su vejez. Piense en Jeremías confundido por el llamado de Dios. 
Piense en Jonás, que huyó de la presencia de Dios. 
Piense en Zacarías frente al anuncio de un hijo. 
Piense en el joven rico, que se fue triste porque tenía mucho dinero. 
O piense en los que dejaron de seguir a Cristo, porque sus palabras eran muy duras. 
La lista es interminable. En todos hay una constante. Cuando Dios habló, las personas se sintieron incómodas, indignadas, desafiadas, escandalizadas… ¡pero nunca entusiasmadas! La razón es sencilla; estamos en el proceso de ser transformados, y su Palabra siempre va a chocar con los aspectos no redimidos de nuestra vida. Al escuchar lo que nos dice, la carne inmediatamente se levantará a protestar.

Piensa esto:
Si las únicas palabras que usted escucha hablar al Padre son siempre las Palabras que le hacen sentir bien o que le conceden lo que usted quiere, puede estar seguro que no es el Señor el que le está hablando. Cuando él habla, lo más probable es que a usted se le ocurran muchas razones para convencerse de que ¡no es Dios el que está hablando!

BENDICIONES