viernes, 10 de octubre de 2014

Los esposos



Ser esposos en su propio hogar. ¡El anhelo de casi todo joven y jovencita! Cuando yo me case, tendré con quien compartir todos mis gozos y mis tristezas. Daré mi amor a mi cónyuge y sacrificaré mi todo para su bienestar. Tendremos un hogar donde se podrá sentir la mera presencia de Dios. Nuestro hogar será un cielo pequeño.

¡Qué sueños más bonitos! ¡Qué metas más nobles! Y sí, cuán alcanzables.

Pasan diez años. El sueño ya se ha realizado... por lo menos, ya están casados.

Pero para muchos, ahí se termina la realización del sueño. Están casados, sí, pero su hogar se parece más a un infierno pequeño que a un cielo pequeño. ¡Qué desastre!

La vida matrimonial, ¿un cielo pequeño o un infierno pequeño? Depende. Depende de los esposos. Dios les ha otorgado la responsabilidad de escoger cómo será su vida matrimonial.

Su felicidad no depende de las condiciones que les rodeen. No importa si sean pobres o si sean ricos. No importa si todo les vaya bien o si todo les salga mal. No importa... los esposos son responsables para escoger. ¿Seguirán los principios de amor y humildad? ¿O buscarán sus propios deseos egoístas? Si hacen éste, su hogar será un infierno pequeño. Pero si hacen aquello, su hogar será bendito de Dios, un cielo pequeño aquí en la tierra!

En este libro verás cómo practicar el amor verdadero y la humildad con tu cónyuge. ¿Qué debes hacer cuando los dos quieren comerse el hígado del pollo? ¿Cómo vas a gastar el dinero que tienen a mano: ¿un sombrero nuevo para él, o una olla nueva para ella? ¿Debo obedecer a mi esposo si él no sigue a Cristo?

Ojalá que al estudiar este libro Dios te hable y te enseñe cómo cumplir su plan magnífico en cuanto al matrimonio, ¡en cuanto a tu matrimonio!

Ajustes y problemas: o dividen o unen

¡Qué diferente! Ayer era novio; hoy soy esposo. Ayer aún existía la posibilidad de perderla a otro hombre; hoy se acabó la conquista. Ayer veía las cosas desde el punto de vista masculino; hoy tengo que verlas desde el punto de vista femenino también. Ayer no me era lícito tocarla íntimamente; hoy las relaciones íntimas son honrosas. Ayer era responsable por mí mismo; hoy soy responsable por nosotros. Ayer la veía a su mejor; hoy la veo como es normalmente. Ayer podía ocultar mis malos hábitos; hoy será más difícil. Ayer vivía en sueños; hoy empieza la realidad. Ayer era soltero; hoy me casé. ¡Qué diferente!

Cuando un hombre y una mujer entran en una relación tan íntima como el matrimonio, descubren miles de ajustes y problemas. Las razones varían. Ya que no son del mismo sexo, tienen distintas reacciones, ideas, emociones, valores, ambiciones y deseos. Y ya que vienen de dos familias distintas, se aumentan las diferencias... diferencias económicas, escolares, religiosas. ¡Y así llegamos a los miles de ajustes y problemas!

A veces los novios enamorados son ciegos a tales cosas y dicen: “Estoy seguro de que muchas parejas pasan por problemas y ajustes difíciles cuando se casan. ¡Pero nosotros no!”

Pero el casado a veces se pregunta: “¿Cómo pude ser tan ingenuo? ¡Y nadie me lo advirtió... o sea que no le creí! Y ahora, ¿qué haremos?”

No existe otra relación que demande de los participantes ajustes tan repentinos y grandes. Con razón tantos matrimonios fracasan de una manera u otra. Y si tú no logras hacer estos ajustes en una manera madura y sana, tu matrimonio también será un desastre. El matrimonio exitoso es así porque los cónyuges se esfuerzan por comunicarse, y por ser pacientes, amorosos, humildes, y generosos. Los ajustes bien logrados ayudan a formar un matrimonio sólido y satisfactorio.

Diferencias. O destruirán el matrimonio o lo enriquecerán. Lo interesante es que en gran manera el resultado depende de la pareja. Depende de cómo reaccionan a sus problemas.

Veamos ocho ajustes y dificultades que pueden producir desacuerdos en cualquier matrimonio. Veamos cómo los cónyuges pueden salir de tales desacuerdos con una relación más rica y que agrada a Dios.

Todos acostumbramos a pensar en nosotros mismos. Todos planeamos nuestras vidas para nuestro propio bien. Todos por naturaleza somos egocéntricos. Pero en el matrimonio, tenemos que cambiarnos. De repente, ya no soy yo, sino nosotros. Qué raro. ¡Y qué difícil!

Ayer, si me daba la gana, salía de compras o me recostaba a leer un libro. Ayer, si yo quería, cambiaba de trabajo o no me afeitaba. Ayer, según mi antojo, compraba una Pepsi o me paseaba todo el día con mis amigos. Ayer, conforme a mis emociones, tocaba himnos en la grabadora o me iba solo al monte. Ayer. Pero, ya no soy yo, sino nosotros. Qué raro. ¡Y qué difícil!

Creo que éste es el ajuste principal. Si lo logramos, los demás ajustes serán más fáciles. Tengo que cambiar los pensamientos de lo que yo quiero a lo que ella quiere. Ella tiene que cambiar los pensamientos suyos de lo que ella quiere a lo que yo quiero. Y juntos debemos buscar lo que sea bueno y provechoso para ambos.

La Biblia dice que Dios toma a dos y los une en uno. Esto significa que ya no debo vivir para el bien mío, sino para el bien nuestro. Significa que mi vida queda enredada con la vida de mi esposa. Nuestras vidas son para compartir entre nosotros. Debemos fomentar entre nosotros una comunicación que sobrepasa la que tengamos con cualquier otra persona.

Todo esto tiene efectos tremendos en nuestras vidas. Yo ya no paso tantas horas con mis amigos. Ya no salgo para pasearme solo tanto como antes. No es que por ser casado ya no me gustan esas cosas, sino que ahora me es más importante mi relación con mi esposa. Y ella me ha puesto a mí y a nuestra relación en una posición semejante.

Y ¿qué de los libros y la grabadora? El mismo principio rige. Hay ocasiones cuando quisiera leer, pero ella necesita de alguien con quien platicar o de alguien que le ayude a tender la ropa. Entonces no leo.

De vez en cuando se me antoja escuchar himnos en la grabadora. Pero ¿qué hago si mi esposa quiere escuchar un mensaje o quiere que vaya a comprar harina? ¿o si sólo quiere silencio en ese momento? Por amor a ella e interés en nosotros, no escucho los himnos.

“¿Para dónde vas?” “¿Qué estás pensando?” “¿De dónde vienes?” “¿Por qué hiciste esto?” “¿Con quién platicaste?” “¿Qué hiciste hoy?” “¿Cuándo vas a volver?” “¿Qué piensas hacer hoy?” “¿Qué te dijo fulano?”

Me imagino que fueron tales preguntas que le impulsaron a un amigo mío a preguntar: “¿Por qué son las esposas tan entrometidas en los negocios de sus esposos?”

Francamente, tales preguntas no deben ser necesarias muchas veces. Los cónyuges deben compartir sus vidas el uno con el otro. Deben compartir sus planes, sus pensamientos y sus experiencias. Si mi esposa siempre tiene que hacerme tales preguntas, o si yo las tengo que hacer a ella, entonces hemos fallado en funcionar como nosotros. Siendo que ahora somos uno, ambos tenemos derecho a todo lo del otro.

El ajuste de yo a nosotros requiere tanto un cambio de punto de vista como un cambio de vida. No es fácil, pero sí es posible. Te sugiero tres cosas que ayudan en esto grandemente: la ayuda de Dios, un noviazgo bien fundado, y el amor.

La ayuda de Dios

Cualquier matrimonio puede ser feliz, exitoso, y lleno de nosotros. Aun el matrimonio pagano. Pero la abundancia matrimonial en todos sus aspectos pertenece sólo a aquellos cónyuges que conocen a Dios. Para lograr el ajuste de yo a nosotros, busca la ayuda de Dios. Él puede hacer los cambios fundamentales en el corazón. Él se especializa en cambiar puntos de vista y propósitos de vida.

Un noviazgo bien fundado

Si tú aún no te has casado, entonces hay algo que puedes hacer antes de casarte. Dale a tu noviazgo un fundamento bueno y sólido. El ajuste a nosotros les es cosa más fácil a aquellos que han practicado el concepto de nosotros en el noviazgo. En cambio muchas parejas, en su mismo noviazgo, hacen difíciles los ajustes que vendrán después.

¿Te suena raro? Déjame explicar. Se enamoran en un sentido físico, nada más. Se conocen muy poco en el aspecto espiritual. Se casan. ¡Pún! A las pocas semanas (o días, quizás) descubren que se casaron con un desconocido. A tales los ajustes les son difíciles, y a veces hasta imposibles si no vuelven a Dios para hallar la solución para su dilema.

El amor

¿Te parece extraño que hablo del amor al hablar de los ajustes? ¿Sabes que muchos se casan sin conocer el amor verdadero? ¡Es cierto! Cada uno se ocupa tanto con yo que no tiene tiempo de preocuparse con la otra persona. Su relación se basa en lo que cada uno puede conseguir del otro. Aun los favores que hacen el uno para el otro los hacen para conseguir algo para sí mismos.

El amor verdadero se interesa en el bien del otro, sin buscar provecho personal. Medita en estos pasajes bíblicos que pintan un paisaje del amor verdadero.

Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos” (Cantares 8.7).

Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15.13).

El amor sea sin fingimiento” (Romanos 12.9).

El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13.10).

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser” (1 Corintios 13.4–8).

Todas vuestras cosas sean hechas con amor” (1 Corintios 16.14).

Servíos por amor los unos a los otros” (Gálatas 5.13).

Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor” (Efesios 4.2).

El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4.8).



Si nos hemos criado en un hogar normal, siempre nos hemos considerado hijos de papá y de mamá. Desde niño hemos vivido bajo su mando. Hemos ido con ellos al trabajo, al culto, o para visitar en otro pueblo. Al crecer, poco a poco hemos obtenido cierto grado de independencia. Pero muchos hemos seguido viviendo en la misma casa con nuestros padres, comiendo la misma comida, platicando los mismos temas... hasta casarnos.

Todo esto es bueno. Dios lo diseñó para nuestro bien. Pero según dice Dios, cuando nos casamos, esta relación se tiene que cambiar. En la Biblia Dios nos da una instrucción en cuanto a este cambio. La da no sólo una vez, sino cuatro veces:

Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2.24). (Ve también Mateo 19.5, Marcos 10.7 y Efesios 5.31.)

¿Qué querrá decir Dios con tal instrucción?

Creo que aquí Dios describe el inicio de una nueva relación entre hijos y padres. Esta relación se suma con una palabra: separación. Enfocaremos cuatro aspectos de la separación entre los casados y sus padres.

Separación física

La pareja recién casada establece su propio hogar en su propia casa o habitación. No importa tanto cuánta distancia haya entre la casa de la pareja y la casa de sus padres. Lo importante es que vivan aparte.

Separación económica

El nuevo esposo se vuelve el único sostén de su esposa. Los padres ya no se ven obligados a proveer a las necesidades materiales de la pareja. Algunos padres usan el dinero y las cosas materiales para controlar a sus hijos casados. La pareja recién casada debe tratar de evitar este problema. La mejor manera es que el esposo trabaje para sostener a su familia, y que él, con la ayuda de su esposa, haga las decisiones económicas. No digo que la pareja ya no debe pedir consejos de sus padres en cuanto a asuntos económicos. Pero deben tener cuidado de no depender de sus padres económicamente.

Separación emocional

Tanto el marido como la mujer debe comprender que su matrimonio importa más que los lazos emocionales que les unen a sus padres. Cuando haya conflictos en tu matrimonio, ¡no corras a casa a quejarte a tu mamá! Te aseguro que si tu cónyuge se entera de tus “llantos” con ella, tus problemas matrimoniales sólo aumentarán. Sin embargo, no digo que ahora deben pasar por alto a sus padres, ni que se deben olvidar de ellos. Aún deben disfrutar de la amistad y los consejos de sus padres. Por esto es bueno visitarlos regularmente, juntos.

Separación pública

El dejar el hogar de los padres debe ser un acto atestiguado por la comunidad y las autoridades. El hombre y la mujer públicamente hacen votos de fidelidad y lealtad. Prometen ser fieles el uno al otro durante toda su vida. Se comprometen para una tarea de toda la vida, y así inician la nueva familia.

Si los casados fallan en obedecer el mandato de Dios de dejar padre y madre, descubrirán una gran fuente de problemas, desacuerdos y tristezas. ¿Encuentras en lo siguiente algo que describa tu matrimonio?

• Tus suegros controlan a tu marido porque ustedes dependen de ellos económicamente.

• Hoy en la mañana le dijiste a tu esposa que ella no sabe limpiar la casa tan bien como tu mamá.

• Ayer le dijiste a tu esposo que él no es tan trabajador y considerado como tu papá.

• Mientras tu esposa se queda en casa con los niños, tú pasas la hora de la siesta en un catre en el patio de tus padres.

• Tú corres a llorarle a tu mamá cuando tú y tu esposo tienen desacuerdos.

• Ayer tu esposa tuvo un desacuerdo con tu mamá y tú apoyaste a tu mamá.

• Te pasas la mayoría de tus días en la casa de tu mamá y no estás en casa cuando llega tu marido del trabajo.

Si tú y tu cónyuge han descuidado de dejar a sus padres en algunas de estas áreas, sin duda les ha traído desacuerdos, tensión emocional y tristeza. Ahora ¿qué deben hacer?

Reconozcan que no han obedecido fielmente el mandato de Dios de dejar padre y madre. Confiesen sus errores el uno al otro, pidiendo perdón. Explíquenles a sus padres que estarán esforzándose por hacer las cosas en una manera más bíblica. Pídanles su apoyo en esto. Dejen a sus padres en las maneras detalladas en esta sección.

“Cuando todavía estábamos noviando, José siempre quería hacerme favorcitos. Suplía mis necesidades antes de que me diera cuenta de que faltaba algo; pero ya no. En aquel entonces, platicábamos mucho; ahora casi nada. Me gustaba más nuestra relación cuando éramos novios.”

¿Te suena conocido ese refrán? Es un problema común.

¿Por qué ha pasado así con estos novios?

Porque se ha acabado la conquista.

Y ¿no hay solución?

Claro que sí. Es tiempo de olvidar a yo, y volver a y nosotros. Es tiempo de reconocer que el amor, el romance, y el respeto no son sólo para los novios. Es tiempo de comprender que retener el amor y la estima del cónyuge requiere tanto esfuerzo como ganarse al cónyuge en primer lugar.

Se requiere diligencia y bastante trabajo hacer arder una gran fogata, pero una vez que esté ardiendo, ¿ya se acabó el trabajo? ¡No! Ahora se requiere bastante esfuerzo para mantener el fuego, para que no se apague.

Joven, antes temías que tu novia te dejara; por eso te comportabas en la mejor manera posible. Pero ahora que es tu esposa, tu buen comportamiento se va volando.

Señorita, antes temías que tu novio eligiera a otra señorita; por eso siempre te presentabas en tu mejor aspecto. Pero ahora que es tu marido, esas cosas no te parecen tan importantes.

Ahora tienen que reconocer que el noviazgo no es una relación normal. En el noviazgo los dos tratan de mostrar solamente lo bueno que son. Después de la boda la vida se vuelve más normal y rutinaria... y entonces es imposible seguir ocultando sus hábitos negativos.

¿Cómo puedo ganar a mi cónyuge hoy? Si tú te haces esta pregunta cada día, descubrirás muchas oportunidades para ser de bendición, ánimo y alegría a tu cónyuge. Y también disfrutarás de lo mismo para ti.



Ella prefiere tortillas de harina; él, de maíz. A él le gustan los huevos estrellados; a ella le caen mejor revueltos. A ella le encanta salir a visitar; a él le gusta quedarse en casa. Él acostumbra acostarse temprano; ella nunca se acostaba antes de las once. A ella le gusta el té; a él le encanta el café.

O tal vez los dos tienen los mismos gustos, pero sólo uno puede gozar de ellos a la vez. Los dos siempre se sentaban en la silla mecedora. Él solía llevar la grabadora al trabajo, pero a ella siempre le gustaba escucharla mientras hacía los quehaceres en casa. En sus familias propias, ellos eran los únicos que se comían el hígado cuando comían pollo.

Hay una manera fácil y muy común para solucionar estos problemitas. Siendo el esposo el jefe del hogar, él insistirá en tortillas de maíz, huevos estrellados y café... y a él le tocarán los hígados de pollo. Él dirá que no quiere visitas en casa y que se acostarán tempranito. La silla mecedora y la grabadora serán mayormente para él.

Quiero que consideres otra solución. Una solución bíblica. No es una solución fácil; por lo tanto, tampoco es común. Busca los siguientes versículos y escribe la solución.

Romanos 12.10: ________________________________________

Gálatas 5.13: ___________________________________________

Efesios 4.32: ___________________________________________

Filipenses 2.3: __________________________________________

1 Juan 3.16: ___________________________________________


Consideración mutua. Preferencia al cónyuge. Sacrificio de los deseos personales. Esa es la solución bíblica. Esa es la solución que trae paz, harmonía, satisfacción, y gozo a toda relación matrimonial.

En bastantes áreas, simplemente podrán tomar turnos. Y en todo asunto, que el marido dé preferencia a su esposa, y que ella se someta a sus decisiones.

Ahora bien, una vez que estas cosas se solucionen en una manera general, ¡entonces llega el tiempo para las sorpresas! Por ejemplo, el próximo hígado le toca a él. Cuando ella se levanta para traer el té, él a escondidas pone el hígado en el plato de ella. Lo que quiero decir es que, después de establecer ciertos patrones de vida y comportamiento, todavía existen en abundancia oportunidades de mostrar amor, estima y preferencia. ¡Que Dios inspire tu imaginación y creatividad!


¿Cómo oprimes el tubo de la pasta dental? ¿Qué haces con la ropa sucia al terminar el día? ¿Cuántas cucharas usas en cada alimento? ¿Masticas la comida con la boca abierta o cerrada? ¿Dónde pones la toalla después de bañarte? ¿Cómo te suenas las narices? ¿Cuán olvidadizo eres? ¿Cuán pronto contestas las preguntas que te hace tu cónyuge? ¿Qué haces con las manos cuando platicas? ¿Interrumpes al que está hablando? ¿Cómo estornudas? ¿Guardas las cosas cuando terminas de usarlas? ¿Recuerdas decir “Gracias” y “Por favor”? ¿A qué hora despiertas en la mañana?

Todos tenemos hábitos que nos parecen muy normales. Y todos tenemos hábitos de los cuales no estamos enterados, pues los hacemos sin pensar.

No todos los hábitos son malos. Pero siempre habrá algunos que le caigan mal al cónyuge. Tal vez le parecen innecesarios, o hasta incultos. Nuestra reacción a todo esto afectará nuestro gozo matrimonial.

Un hábito desagradable pronto te puede llegar a ser muy enfadoso. Pueda que un día ya no aguantes estar con tu cónyuge. Si no encuentras la solución a este dilema lo más pronto posible, empezarás a reaccionar mal. Te presento tres pasos que tomar.

En primer lugar, pídele al Señor humildad y gracia para vencer tu impaciencia. Aprende a soportar ese hábito con todo el amor que le tienes a tu cónyuge. Y deja de pensar en ese hábito, pues no vale la pena irritarte por tales cosas. Con la ayuda del Señor, goza de la vida, y que los hábitos desagradables de tu cónyuge no te quiten la paz y el contentamiento.

En segundo lugar, reconoce que no es tu responsabilidad cambiar o mejorar a tu cónyuge. Tú eres responsable por tus propios hábitos. Recuerda que tú también tienes hábitos que le puedan caer mal a tu cónyuge. Por eso, cuando observas algo en ella que no te gusta, obsérvate a ti mismo para ver si acaso tienes algún hábito que le pueda caer mal a ella. Y esfuérzate por cambiarte a ti mismo. Ah, ¿no viste nada cuando te observaste? Bueno, pregúntale a tu esposa así:

—Querida, ¿acaso tengo algún hábito que te enfade? Dime, por favor, y lo trataré de cambiar.

¡No hagas excusas, ni te enojes cuando te diga algo! Pues al hacerle esta pregunta es posible que no tengas que tomar el segundo paso. ¿Por qué? Porque es muy probable que ella te haga la misma pregunta, y entonces tendrás la oportunidad de decirle lo que te molesta tanto. Pero cuídate de no decírselo en una manera acusatoria.

El tercer paso es muy delicado, y hay que tomarlo solamente si tu cónyuge no te pregunta si tiene algún hábito que te moleste. Pídele a Dios que les dé una buena oportunidad de hablar francamente a tu esposo. También pídele sabiduría para decir las cosas mansamente con toda calma. Y entonces espera el momento oportuno para decirle:

—¿Sabes algo, querido? Me fastidia tanto cuando dejas las toallas tiradas en un rincón. Yo sé que tienes mucha prisa y que es mi deber encargarme de tales cosas. Pero me sería de tanta ayuda si pudieras colocar tu toalla en el respaldo de esta silla. Así se secaría más rápidamente y no se ensuciaría. Y yo la podría encontrar más fácilmente.

Rehusa usar las palabras nunca y siempre. La moderación traerá mejores resultados que la exageración. También te hago recordar que este tipo de franqueza no es para cualquier momento. Si él está cansado o de mal humor, no se lo digas. Si ya tienen otro desacuerdo y hay tensión entre ustedes, no se lo digas. Si se acaba de quejar contigo sobre algo, no se lo digas. Si tienen visitas o si los niños están presentes, no se lo digas. Mejor espera... hasta que estén solos... hasta que haya paz entre ustedes... hasta que estén de buen humor.

Una prioridad es algo que estimamos muy importante... más importante que otras cosas. Las prioridades dan dirección a nuestras vidas. Tal vez haya tantas prioridades como hay personas, pues cada persona tiene su propia opinión en cuanto a lo que sea muy importante. He aquí solamente unas poquitas de las prioridades que existen hoy en día:

• el dinero • la religión • la bebida

• los amigos • la salud • la política

• la comida • el avance social • la familia

• el cónyuge • la fortuna • el trabajo

• la iglesia • los naipes • los deportes

En el transcurso de la vida, todos desarrollamos nuestras propias prioridades. Todos formulamos nuestras decisiones de acuerdo con esas prioridades.

Eso es bueno. Pero pueden brotar problemas cuando se casan dos personas con prioridades muy distintas.

Imagina que él piensa que un naranjo es más importante que un rosal para ese lugar junto a la casa. Ella piensa lo contrario. O ella desea comprar con la sobrepaga una olla más grande y él insiste en un sombrero nuevo. ¡Cuántos conflictos se pueden desarrollar de prioridades distintas!

Si un cónyuge es egoísta en cuanto a sus deseos, o peor si los dos lo son, aun tales conflictos pequeños resultan difíciles de resolver. A la verdad, tales conflictos se deben solucionar fácilmente. Cada cónyuge debe crucificar (estimar como nada) sus propios deseos. Luego puede considerar estas cosas en una manera objetiva, añadir una dosis grande de amor, y determinar agradar al otro.

Ahora el problema de la olla y el sombrero. Que se sienten juntos para determinar cuál necesitan más. Es posible que ni la olla ni el sombrero sean necesarios. Tal vez sería mejor ahorrar la sobrepaga. Pero sobre todo no deben atacar ni la persona, ni los intereses, ni las prioridades del otro.

¿Qué debes hacer cuando en áreas críticas de la vida tus prioridades no concuerdan con las de tu cónyuge? ¿Qué debes hacer cuando tu cónyuge da más importancia a sus padres que a ti? ¿Qué debes hacer cuando tu cónyuge da más importancia a su trabajo que a la iglesia? ¿Qué debes hacer cuando tu cónyuge da más importancia a sus hijos que a la iglesia? ¿Qué debes hacer cuando tu cónyuge da más importancia a la lectura del periódico que a la lectura bíblica? ¿Qué debes hacer cuando tu cónyuge piensa que es más importante ofrendar que comprar una manguera nueva? ¿Qué debes hacer cuando tu cónyuge piensa que es más importante no comprar a crédito que tener zapatos nuevos?

Primeramente, los dos deben llevar el asunto al Señor en oración, pidiéndole que él les dé un espíritu de mansedumbre y amor. Luego, pueden apuntar sus prioridades en orden de importancia. Hagan listas semejantes a las siguientes.


Relaciones

• Dios • padres

• cónyuge • parientes

• hijos • vecinos

• hermandad


Actividades

• lectura bíblica • trabajo

• culto • tiempo libre

• oración


Comestibles

• frijoles• sodas

• carne • café

• papas • dulces

• verduras


Asuntos económicos y domésticos

• ofrenda • ducha

• ropa • bicicleta

• agua potable • libros

• casa • rosal

• estufa • naranjo

• ninguna deuda • hortaliza

• electricidad • cama

• atención médica • silla mecedora

• jabón • cassettes

• sanitario


Dudo que sus listas concuerden. Y ninguna lista tendrá el orden que sea correcto para toda pareja en cualquier tiempo en cualquier circunstancia. Pero si ustedes juntos tratan de hacer estas decisiones, mejorarán mucho la comunicación entre sí.

Después de haber hecho sus listas, si todavía en áreas críticas sus prioridades no concuerdan, ¿qué deben hacer?

Supongamos que no estén de acuerdo sobre el trabajo y la asistencia a los cultos. De nada les sirve condenar el uno al otro o defenderse. De nada les sirve creerse mejor que el otro... aun en los asuntos espirituales. De nada les sirve quejarse de la situación en presencia de otros. De nada les sirve hacer como si no existiera el problema. ¿Qué, pues, habrán de hacer para resolver el problema?

En primer lugar, deben orar. Pidan la iluminación y la comprensión que sólo Dios puede darles. En segundo lugar, aprendan lo que dice la Biblia en cuanto al tema. En tercer lugar, no dejen de afirmar la dedicación y el amor que se tienen el uno al otro. Y en cuarto lugar, aprendan a hacerse preguntas no acusatorias sobre las diferencias que tienen. Por ejemplo...

La esposa, al esposo:

¿Por qué piensas que debes trabajar en vez de ir a los cultos?

¿Perderás tu trabajo si asistes a los cultos?

¿No hay quien pueda tomar tu turno cuando haya cultos?

El esposo, a la esposa:

¿Por qué piensas que debo ir a los cultos en vez de trabajar?

¿Cuándo es lícito ir al trabajo en vez de ir a algún culto?

¿Puedes ayudar a reducir nuestros gastos para que yo no tenga que trabajar cuando haya cultos?


Cada cónyuge debe estar dispuesto a cambiar sus prioridades para llegar a un acuerdo bíblico.


Eres varón. Tu suegro te critica porque no le provees a tu esposa suficientes aparatos de cocinar. Tu suegra te mira mal porque no llevas a su hija para que la visite cada semana. ¿Qué vas a hacer?

Eres mujer. Tu suegra no aprueba de cómo cuidas tu casa. Tu suegro piensa que malgastas el dinero que tu esposo gana a duras penas. ¿Qué vas a hacer?

Hablar, pero ¿con quién? ¿Con tus suegros?

Dios ha dado a usted la responsabilidad de platicar con calma y sin acusación con tu cónyuge sobre lo que te dicen sus padres. Averigua si tu cónyuge piensa igual que ellos. En lo que seas culpable en estas cosas, reconoce tus fallas ante tu cónyuge y toma las medidas necesarias para cambiar.

También tienes otra tarea. Los suegros de tu cónyuge son tus padres y eso quiere decir que tú tendrás que intervenir con tus padres si causan problemas. En una manera respetuosa, considerada y amorosa, explícales que tu hogar no es responsabilidad de ellos, sino de ustedes. Agradéceles por su interés en tu bienestar, pero muéstrales que al atacar a tu cónyuge te roban de eso.

Si ellos se te quejan por la manera en que te trata tu cónyuge o cómo se comporta tu cónyuge, pídeles que por favor ya no lo hagan. Tú conoces bien las fallas de tu cónyuge y no necesitas que otros te muestren más. Debes preparar observaciones positivas para contarles a tus padres en cuanto a tu cónyuge. ¡No caigas en la trampa de quejarte a tus padres acerca de tu cónyuge!

Por otro lado, si tus padres logran fomentar en ti una falta de respeto para tu cónyuge, platica con ella en cuanto a eso. No te irrites ni le acuses. Simplemente abre tu corazón y pídele su ayuda para solucionar la situación.

En todo esto, muéstrate un ejemplo ante la falta de comprensión de tus padres. Apóyate en Cristo, en su palabra y en la oración. El libro de Proverbios contiene magníficos consejos en cuanto a la lengua, los labios y la boca. Busca los siguientes versículos y escríbelos:

Proverbios 10.32: _______________________________________

Proverbios 12.18: _______________________________________

Proverbios 15.1: ________________________________________

Proverbios 21.23: _______________________________________

Cristo nos instruye a devolver bien por mal y a orar por los que nos maltratan (Mateo 5.39, 43–46; Romanos 12.14, 17–21; 1 Tesalonicenses 5.15; 1 Pedro 3.9).


Se dice que en los Estados Unidos más de 50% de los divorcios se deben a desacuerdos económicos. Tal vez no sea tal el caso donde vives tú, pero sin duda, en cualquier lugar el dinero puede causar bastantes problemas en los matrimonios.

Aquí hago una lista de algunos desacuerdos comunes en cuanto al dinero. Ustedes pueden añadir más.

• “¡No debemos ofrendar si no nos va a alcanzar el dinero!”

• “Es malo comprar a crédito.”

• “¡No más te cae algo de dinero y ya lo quieres gastar!”

• “¿Les daremos a los niños dinero para gastar a su gusto?”

• “¡Cómo gastas en juguetes para los niños!”

• “¡Tan poquito dinero que tenemos y tú comprando sodas!”

• “El sombrero que tienes te puede servir por dos meses más.”

• “Haz tortillas, no las compres.”

El tiempo propicio para solucionar estos desacuerdos no es cuando estén en mero medio de ellos. Tal vez ahora mismo deban platicar juntos sobre este tema. Pero no se rebajen a acusar el uno al otro. Platiquen sobre la lista arriba y formulen decisiones. Determinen juntos qué “reglas económicas” tendrán en su hogar. (Si eres novio, determina formular estas reglas con tu novia antes de casarte.) Aquí les doy unas cuantas ideas.

Compromiso a ofrendar

El ofrendar es un paso de obediencia. La Biblia dice: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Salmo 24.1). Todo es de Dios, pero le entregamos la ofrenda en una manera especial. Nos ayuda a recordar que todas nuestras posesiones pertenecen a él. Las ofrendas también demuestran fe. Muchas veces no sabemos cómo nos alcanzará el dinero si ofrendamos a Dios antes de comprar cualquier cosa con el sueldo. La fe en Dios nos afirma que si le ponemos a él primero, él proveerá a nuestras necesidades (Salmo 37.25; Mateo 6.25–34; Filipenses 4.19; Hebreos 13.5).

Libertad económica

La Biblia dice que el que compra a crédito cae bajo servidumbre (Proverbios 22.7). En cierto sentido, esa persona pierde su libertad, pues está endeudada a otra persona (Proverbios 22.26–27). Pero hay algo más. Comprar a crédito cuesta más que comprar al contado.

Yo mismo he hallado que a veces casi no se puede evitar el crédito. En tales casos debemos analizar bien lo que queremos comprar para asegurarnos de que de veras lo necesitamos, y que no sea simplemente algo que se nos antoja al momento. También debemos analizar si acaso podamos esperar un poco más mientras ahorramos nuestro dinero para comprar al contado.

“Ah”, dices, “pero nunca tengo suficiente dinero para comprar al contado. ¡Nunca! Mejor lo compro a crédito y lo pago poco a poco.”

Permíteme hacerte una pregunta. ¿De dónde sacas el dinero para pagar el abono de tu cuenta? De alguna manera lo pagas, ¿verdad? Tal vez te niegas alguna otra cosa, pero sí pagas la cantidad necesaria. Entonces, en vez de comprar a crédito, empieza a ahorrar tus abonos quincenales hasta que tengas suficientes fondos para comprar el artículo al contado. Considera este ejemplo de lo que digo:

Necesito una bicicleta para ir al trabajo. Al contado me cuesta 300 pesos, pero no tengo esa cantidad de dinero. Si la compro a crédito, me la dan en 350 pesos si pago 60 pesos cada quincena.

¿Qué hago? Sesenta pesos quincenales se me hace poco y fácil... ¿y qué son cinco quincenas? Pero salgo perdiendo 50 pesos. Si se me hace poco y fácil abonar 60 pesos cada quincena por cinco quincenas, ¡entonces ahorrar esa cantidad cada quincena debiera ser igualmente poco y fácil! Así que cada quince días aparto 60 pesos y después de dos o tres meses compro la bicicleta al contado. Me ahorro 50 pesos y no tengo obligación con nadie.

¿Es falta de fe ahorrar el dinero? Algunos opinan que si Dios les da dinero se lo da para gastar pronto. Dicen que tienen tanta fe en Dios que no se preocupan por manejar su dinero sabiamente —nada más se ocupan en gastarlo en lo que les parece bueno o deseable al momento.

¿Recuerdas el relato bíblico de los sueños de Faraón y la interpretación divina que les dio José? (Génesis 41). Aprende esta lección de esa historia: Si sabemos que vienen tiempos difíciles, en los tiempos de abundancia debemos hacer lo posible para prevenirnos.



Todo matrimonio, por más bueno e ideal que sea, tendrá sus desacuerdos. Eso no es gran tragedia. La tragedia ocurre cuando los desacuerdos no se solucionan o cuando se solucionan mal. Los desacuerdos pueden ser pequeños y sin importancia (tortillas de harina contra tortillas de maíz), o pueden ser grandes y difíciles (cómo y cuándo disciplinar a los niños). ¿Cómo, pues, se habrán de solucionar bien los desacuerdos?

Con palabras

Muchas personas son demasiado carnales para hacer esto. Si algo les cae mal, o si el cónyuge no disciplina a los niños como les gusta, quedan enojados o resentidos... y sin palabras. Guardan silencio... un silencio frío, tenso, y acusatorio.

Se requiere humildad para platicar con calma acerca de nuestros desacuerdos, pero no conozco cómo solucionarlos sin platicar.

Con amor

El amor siempre considera el bien de la otra persona. El amor no es egoísta, ni busca lo suyo. El amor considera los sentimientos y los intereses del otro. El amor no hace nada indebido. El amor no tiene envidia. El amor es sufrido, dispuesto a sacrificar a favor del amado (¡aun algo tan pequeño como la clase de tortillas!). El amor sabe pedir disculpas, y sabe decir: “Tienes razón. Hice mal en disciplinar a Eduardo cuando estaba enojado.” El amor controla las actitudes y el punto de vista. El amor controla las palabras para que no hieran ni insulten. El amor no se irrita, ni guarda rencor

En Paz

Nunca debemos atacar la persona de nuestro cónyuge:

“Tú no sabes de lo que hablas.”

“Eres muy torpe.”

“No sabes cómo hacer las cosas.”

“No tienes idea de cómo criar bien a los niños.”

No debemos tratar de resolver dificultades cuando estamos turbados o descontrolados emocionalmente. No debemos rebajarnos a las acusaciones. La calma y el control personal contribuyen grandemente a la comunicación comprensiva.

Objetivamente

Ser objetivos quiere decir tener la capacidad de considerar algún tema desde varios puntos de vista. Generalmente vemos cualquier tema desde un solo punto de vista: el nuestro, el que nos conviene (las tortillas de harina tienen más sabor y más valor nutritivo). Este es el punto de vista que más amenaza nuestra objetividad. Si continuamos con sólo ese punto de vista, nuestro matrimonio perderá su equilibrio. El contrapeso de otra opinión vale mucho.

Y si en realidad anhelas ser objetivo, conoce el punto de vista de Dios.

Diferencias. Ajustes. Problemas. O destruirán el matrimonio o lo enriquecerán. Seguramente has visto bastantes matrimonios destrozados y destruidos a causa de estas cosas. ¿Cómo será tu propio matrimonio?

Si Dios quisiera, él podría impedir que ustedes tuvieran que enfrentar las diferencias, los ajustes y los problemas. Pero Dios quiere enriquecer su matrimonio. Él sabe que todos estos retos forman parte de la ruta hacia la felicidad, la satisfacción, y la riqueza moral. Cuando los cónyuges solucionan juntos los problemas que pudieran separarlos, descubren una intimidad que no se encuentra en ninguna otra manera.



El papel del marido

Dios dio al varón una de las responsabilidades más pesadas que existe... sin duda, la más pesada. Para descubrir cuál es tal responsabilidad busca los siguientes versículos y escríbelos.

Génesis 1.26: _________________________________________

1 Corintios 11.7: ___________________

Génesis 1.27 nos dice que Dios creó a Adán y Eva a su propia imagen. Podemos decir que, en cierto sentido, la imagen de Dios se refleja en toda la humanidad. Así nos diseñó Dios, tanto a las mujeres como a los hombres. Sin embargo, al leer 1 Corintios 11.7, quedamos plenamente convencidos de que en una manera especial, el varón es “imagen y gloria de Dios”.

No sé cuáles sean todos los significados de esta verdad, pero creo que éste sea uno: ¡el varón tiene la responsabilidad de reflejar el carácter de Dios mismo! Y ¿cómo podremos hacer nosotros tal cosa? Con la ayuda de Dios y con el ejemplo divino mostrado en las escrituras.

En este capítulo veremos tres responsabilidades principales del esposo: amar, dirigir, y proveer. En cada sección verás primero el ejemplo de Dios y después notarás algunas aplicaciones prácticas para los varones.


Amar con respeto

El ejemplo de Dios: “Y pasé yo otra vez junto a ti, y te miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo de amores; y extendí mi manto sobre ti, y cubrí tu desnudez” (Ezequiel 16.8).

Hablando en una manera figurativa, Dios vio la necesidad y la desnudez de Jerusalén... y extendió su manto sobre ella. Él no se rió de la vergüenza de Jerusalén. Tampoco se aprovechó de la situación indefensa y vulnerable de ella. Dios trató a esta “mujer” con respeto y cortesía.

¿En qué tipos de circunstancias se avergüenza tu esposa? Tu deber como su esposo es tratar de cubrir su vergüenza. Una mujer que conozco se avergüenza profundamente por sus hijos pequeños descontrolados. Su esposo ha de disciplinar a sus hijos y así eliminar la vergüenza de su esposa.

Algunas mujeres casi lloran cuando preparan mal algún alimento. Su esposo considerado debe expresar su agradecimiento por la comida y hacerla recordar que la gran mayoría de sus esfuerzos en la cocina son exitosos.

O tal vez ella quede vulnerable en algunas situaciones. Tú que eres su esposo, ¡protégela! Si la apariencia de un ratón casi la derrite de temor, mata al ratón o espántalo, y después abraza a tu esposa. ¡No digas nada!

Por otro lado, ¿cómo reaccionas cuando alguien habla mal de tu esposa estando tú presente? Defiéndela en una manera cristiana, humildemente corrigiendo a la otra persona, o diciendo algo positivo en cuanto a tu esposa. ¡Y no te rías!

El ejemplo de Dios: “Porque Dios misericordioso es Jehová tu Dios; no te dejará, ni te destruirá” (Deuteronomio 4.31). “Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia” (Oseas 2.19). “Misericordioso y clemente es Jehová; lento para la ira, y grande en misericordia” (Salmo 103.8).

Dios no es iracundo. Es misericordioso. Cuando fallamos, reacciona con fidelidad, benignidad, y paciencia. Nos trata con clemencia. Podemos confiar en que no nos dejará.

¡Cuántas mujeres he visto destrozadas emocionalmente por las palabras y las acciones despiadadas de sus maridos! ¿Cómo reaccionas cuando tu esposa compra algo a crédito que no te agrada? ¿o cuando ella pasa demasiado tiempo en la casa de la vecina? ¿o cuando no aguanta hacer todas sus tareas en casa?

Cuando la esposa de Dios (su pueblo) falla en semejantes maneras, ¿cómo reacciona él?

Nunca le faltes el respeto a tu esposa, aun ante fallas peores que éstas. Refléjale el carácter benigno, misericordioso, y clemente de Dios.

El ejemplo de Dios: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11.28).

Todos nos fatigamos con los quehaceres y las preocupaciones del día. Por eso es difícil pasar por alto esta invitación. Dios nos ayuda con nuestras cargas, dándonos descanso antes de que quedemos totalmente vencidos. Dios no nos dice: “Ya eres grande, no te rindas tan fácilmente. ¿Por qué quieres que te ayude cuando yo tengo tanto que hacer?”

Muchos maridos ven a sus esposas como sus ayudas idóneas y piensan que no tienen obligación alguna de ayudarlas. Pues parte de reflejar el carácter de Dios es hacer descansar a nuestras esposas cuando están trabajadas y cargadas. Un problema que tenemos algunos es que ni siquiera lo sabemos cuando nuestras esposas tienen trabajos físicos y cargas emocionales que sobrepasan su capacidad. ¡Entérate, esposo! Y una vez enterado, busca las maneras de aliviar su carga y hacerla descansar.

El ejemplo de Dios: “Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién paridas” (Isaías 40.11). “En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará” (Salmo 23.2).

Un pastor en Palestina acostumbraba levantar a los corderitos de vez en cuando para que recuperaran la fuerza. No hacía largas caminatas para las ovejas recién paridas. Y como sabía que las ovejas temen las aguas corrientes, se esforzaba por llevarlas a tomar de aguas tranquilas pero frescas. Nuestro pastor considera las necesidades especiales de los débiles, los cansados, y los temerosos. Jamás se burla de nosotros; jamás insiste en que hagamos más de lo posible.

Hay días en que tu esposa está especialmente débil. Hay ocasiones en que su fatiga es más de lo normal. Y hay algunas cosas que enfrenta que de veras producen en ella unos temores muy agudos. Pórtate como un pastor.

El ejemplo de Dios: “Y Jesús, llamando a sus discípulos, dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino” (Mateo 15.32).

El Señor se preocupó por el estado físico de sus oyentes. Después de tres días en el desierto, no tenían qué comer. Cristo sabía que la misma caminata en busca de alimento podría vencerlos. Pero no dijo: “Ya pasé tres días ayudándoles espiritualmente; que otros les ayuden físicamente.” Al contrario, él aceptó la responsabilidad de proveer lo que necesitaban.

Debes interesarte en el estado físico de tu esposa. ¿Qué puedes hacer para proveer a sus necesidades especiales cuando esté en esas condiciones? Ella es tu responsabilidad. Ella depende de ti. Si quieres su lealtad y aprecio, tendrás que cuidar de ella como Cristo cuidó de la gente en Mateo 15.

Los versículos arriba iluminan algo de la consideración y el respeto que Dios les brinda a los suyos. ¿Qué tal si Dios se comportara como demasiados hombres? Entonces estos versículos serían ciertos sólo cuando Dios quisiera conseguir algo de nosotros. Su propio egoísmo controlaría su manera de comportarse con nosotros.

Pero Dios no es así. Él es siempre respetuoso y considerado. ¿Por qué? Porque tal es su carácter. Porque él se interesa en el bienestar, en el éxito y en el provecho de los suyos. Y así debemos nosotros amar a nuestras esposas.

Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo” (Efesios 5.28, 33).

Me imagino que tú eres tan considerado con tu propio cuerpo como yo lo soy con el mío. Ya van dos veces en este mismo día que lo alimento. Salí un rato para ejercitarlo. Prendí el abanico para que se sintiera más cómodo. Llevo lentes para ayudar a mis ojos. Y como ahorita parte de mi cuerpo se siente dolorido, tomé unas pastillas para amortiguar ese dolor. Cuando mi cuerpo está bien cansado, raras veces le niego el descanso. Tengo una bolita en el hombro derecho y se me antoja ir al médico para que me la quite y le haga análisis —¡no vaya a ser cáncer!

Cuánta lata por mi cuerpo. ¡Pero es mío y es el único que tengo!

Efesios 5 me dice que así debo amar a mi esposa. ¿Cómo, pues, le amaré como a mi propio cuerpo?

Mostrándole toda consideración. Anoche estaba tan cansada después de un día lleno de trabajo extra... le ayudé a limpiar la cocina después de la cena. En estos días demasiado escándalo a veces le impacta los nervios... trato de mantener controlado el ruido de nuestros hijos. El otro día estaba tan mareada que nada le caía bien... le compré un refresco que supuestamente sirve para controlar el mareo. Hace tres semanas tenía una tos y un dolor en el pecho que no se le quería quitar... insistí en que fuera al médico (y que no se preocupara ella por el aumento de nuestra deuda).

Son bastantes los maridos que no muestran su amor en semejantes maneras. No quieren “rebajarse”. No quieren “mal imponer” a sus esposas. Así descuidan de sus esposas como no descuidarían de sus propios cuerpos.

Cuando tu esposa tenga necesidades, debes considerarla como parte de tu propio cuerpo. Por naturaleza tenemos interés en el bienestar de nuestro cuerpo.

Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas” (Colosenses 3.19).

Creo que si aún fuera soltero, este versículo me sonaría algo raro. ¿Pudiera un esposo ser áspero con su esposa? Nunca hubiera soñado ser áspero con mi novia durante nuestro noviazgo. ¡Pero qué fácil lo es ahora! Especialmente si he tenido otros problemas en el día.

A veces pienso que algo que sucede es culpa de ella... ¿cómo reaccionaré? En otras ocasiones me parece que debe ser más dura con los niños... ¿cómo le hablaré? De vez en cuando aun me enfada que esté tan cansada y atrasada en sus negocios... ¿qué haré?

Ni las circunstancias del día, ni mis sentimientos del momento, deben influir en mi reacción para con ella. Mi amor debe demostrarse con una reacción tierna, considerada y respetuosa.

Colosenses 3.19 muestra la aspereza como algo opuesto al amor. Cuando somos ásperos, la cortesía, la honradez, la gentileza, la consideración, y el respeto salen de vacaciones. Según 1 Corintios 13, “el amor es sufrido, es benigno ... no hace nada indebido, ... no se irrita, no guarda rencor”.

La aspereza demasiadas veces conduce al mal uso de la lengua. Considera este mandamiento en Efesios 4.31: “Quítense de vosotros toda ... gritería y maledicencia”. Las palabras ya dichas pueden herir profundamente, y no pueden ser borradas. El diablo las usa para seguir hiriendo por mucho tiempo después de que salgan de la boca. Mejor pon un filtro en la mente y en la boca. Ese filtro se llama amor.

Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo” (1 Pedro 3.7).

¡Qué responsabilidad tan grande nos echa encima Dios! Este versículo nos ordena a vivir con nuestras esposas sabiamente. ¿Comprendes bien a tu esposa? ¿Eres educado en cuanto a ella? ¿Conoces su manera de pensar, sentir y reaccionar? ¿Conoces sus preferencias y sus gustos? ¿Conoces sus temores, dolores y preocupaciones?

Tal vez la conozcas bien. Pero vivir con ella sabiamente significa más que conocerla. Significa usar bien ese conocimiento. Si usas ese conocimiento para apoyarla, animarla, edificarla y protegerla, entonces estás viviendo con ella sabiamente.

Otra parte de vivir sabiamente con tu esposa es la de darle honor. Esto significa darle alto valor y apreciarla. También significa alabarla. “Su marido también la alaba” (Proverbios 31.28). Dale a tu esposa el reconocimiento que le corresponde. Cuántas veces me ha tocado escuchar a esposos que hablan de sus esposas con quejas, críticas y burlas. ¡Parece que se avergüenzan de honrar a sus esposas y alabarlas ante sus conocidos!

Tales maridos deben arrepentirse.

Primera de Pedro 3.7 también demanda que la trates con delicadeza y consideración, pues tiene un físico más frágil que el tuyo. También requiere de ti el respeto y la estima que le darías a alguien que comparte una misma herencia contigo. Muchos maridos, en vez de ser considerados y respetuosos con sus esposas, son duros y torpes. ¿Por qué?

La comprensión y el respeto del marido para con su esposa le importan a Dios. Él da a entender que las oraciones del marido insensible y desconsiderado pudieran tener estorbos.

¡Cuántos jamás se hubieran imaginado que el amor de un hombre por una mujer pudiera ser algo tan complicado, sacrificial, y difícil!

Amar primero

El ejemplo de Dios: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4.19). “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5.8). “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Juan 15.16).

El amor de Dios siempre actúa primero. Él no esperó hasta que nosotros tomáramos el primer paso hacia él. Él nos amó y nos eligió primero. Él nos amó sacrificialmente y sin condición. Eso es lo que significa tomar la iniciativa. Y al tomar la iniciativa, Dios nos da la oportunidad de responder a su amor.

Así quiere Dios que los maridos amen a sus esposas.

El amor no dice: “Esperaré hasta que tú me ames a mí; entonces yo te amaré a ti.” Tampoco declara: “Cuando tenga las ganas y los deseos, te amaré.” Ni se queja: “Me trataste mal” o “me pasaste por alto, así que no te amo.”

¡No! ¡De ninguna manera! El amor toma el primer paso; el amor toma la iniciativa. El amor no pone condiciones; el amor es gratuito. Si eres esposo, así debes amar tú.

Cuando haya desacuerdos entre tú y tu esposa, y las expresiones del amor se acaben, y el silencio descienda... ¿quién debe amar primero?

Tú, esposo.

Cuando tú le muestras a tu esposa amor y cariño, y ella aún no te toma en cuenta... tú tienes que seguir amándola. Tu deber es amar a tu esposa no importa cómo se comporte ella contigo. Ese es el carácter de Dios, y él te ha llamado a reflejar ese carácter en tu relación con tu esposa.

Existe un método muy eficaz para resolver esta parálisis y poner en marcha la comunicación y la comprensión. El esposo debe tomar la iniciativa. Y que no espere hasta que su esposa se muestre más flexible. Ahora mismo debe mostrar hacia ella interés y cariño. Debe amarla, no por lo que pueda conseguir de ella, sino por lo que pueda contribuir a la felicidad y satisfacción de ella.

Amar con acciones

El ejemplo de Dios: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3.16).

Dios pudiera habernos escrito una carta larga y elocuente, diciéndonos cuánto nos ama. Pudiera habernos hablado desde el cielo con voz tierna y suave, proclamando la profundidad del amor que nos tiene.

Pues sí, Dios nos escribió una carta: la Biblia. Pero eso no era suficiente. ¿Por qué? Porque el amor genuino hace más que hablar y escribir; ese amor actúa. Así que, Dios nos amó de tal manera que actuó; mandó a su Hijo al mundo para redimirnos. El amor tuyo hacia tu esposa también debe actuar.

Muchos descansamos en nuestro conocimiento del amor que tenemos en el corazón hacia nuestras esposas. Pensamos que eso es suficiente. Queremos que ellas se sacien con nuestras proclamaciones de amor del año pasado. Ya les hemos dicho qué sentimientos tan tiernos y bonitos sentimos por ellas. ¿Por qué repetirlo otra vez?

Pero el amor no se demuestra por lo que sentimos sino por lo que hacemos.

¿Qué hiciste hoy que demostró el amor que le tienes a tu esposa? Por más cariñosas y románticas que sean tus palabras, éstas pronto perderán su sabor si no las endulzas con acciones. Cuando vuelvas a casa mañana, tráele una flor a tu querida esposa. Si ves que está colmada de quehaceres, tiende la ropa. Si ves que la mesa está floja, repárala. Cuando el bebé no la deja terminar sus quehaceres... tienes dos alternativas: ¡cuidar al bebé o terminar los quehaceres tú mismo!

Demuestra tu amor.

Amar con sacrificio y purificación

El ejemplo de Dios: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificar­la, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5.25–27).

El amor de Cristo por nosotros actuó en una manera que le costó bastante. Él se entregó a sí mismo en un sacrificio supremo. Y lo hizo para hacer de nosotros una esposa digna de él. Y ¿tú? “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5.25).

¿Qué te ha costado ser el marido de tu esposa? ¿Cuán fácilmente te sacrificas por ella? Tu amor por ella no debe ser egoísta en ninguna manera. Una de las muestras de tu amor por ella es la profundidad de tu entrega por ella.

Me ha tocado observar a algunos hombres que piensan que sus esposas no merecen esposos tan buenos como ellos. He observado a hombres que opinan que tienen esposas llenas de todo tipo de error, falla, problema, y debilidad, mientras ellos mismos son tan fuertes, sabios, y perfectos.

¡Vaya! Parece que no se les ha ocurrido algo. ¡Ellos tienen parte de la culpa de las fallas de sus esposas! Lee Efesios 5.25–27 otra vez.

Cristo nos vio sucios y arruinados por el pecado. Se sacrificó a sí mismo para santificarnos, purificarnos y hacernos una iglesia gloriosa. Él quiso presentarse la iglesia a sí mismo, pero no la quería sucia y arruinada. Él la perfeccionó, quitando de ella toda mancha, arruga, y cosa semejante.

Así que, si yo veo en mi esposa algo que me desagrada o que no está bien, ¿qué me ganaré con culparle a ella nada más? Dios quiere que yo haga con ella como Cristo hizo con la iglesia. Él quiere que yo, por medio de una vida sacrificial por ella, le ayude a corregir los problemas que tenga.

¡Ah! Habrá algunos que se regocijarán con esa tarea. Siempre han tenido la ambición de “componer” a su esposa.

Deténganse un momentito. Yo de ninguna manera quiero decir que los esposos deben empezar a acechar a sus esposas, criticándolas y corrigiéndolas. La purificación a la cual me refiero es algo que se hace con humildad, paciencia, cuidado, consideración, y amor. ¿Qué te parece el siguiente ejemplo?

Supongamos que mi esposa fácilmente se enoja con los hijos. Les grita, les golpea sin misericordia, y les dice nombres feos. Si yo quiero purificarla como Cristo purificó a la iglesia, tal vez los siguientes pasos tengan su efecto:

1. Asegurar que yo sea un ejemplo positivo.

2. Mostrarle en la Biblia que es pecado lo que hace.

3. Ayudarle a arrepentirse de su manera de comportarse.

4. Orar diariamente con ella y por ella sobre este problema.

5. Acordar con ella sobre una seña secreta que usaré para recordarle a controlarse en una situación difícil.

6. Intervenir más pronto cuando haya problemas, dándole mi apoyo y ayudándole a hacer lo bueno.

El marido que tiene un amor sacrificial pondrá a su esposa y los intereses de ella en un plano más elevado que a sí mismo y sus propios intereses.

Amar siempre

El ejemplo de Dios: “Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado” (Jeremías 31.3). “Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto” (Deuteronomio 7.9).

El amor de Dios por los suyos está fijado en la eternidad. El amor de Dios no cambia en circunstancias desagradables, ni cuando tiene que ver con personalida­des “imposibles” de amar. Ese amor no fluctúa ni se debilita. Jeremías escribió que ya habían pasado muchos años desde que Dios le había declarado este amor, y Jeremías parece exclamar: “¡Es cierto! Después de tanto tiempo, él todavía me ama.”

Yo sé que Dios no va a dejar de amarme por cualquier fallita mía. Tampoco dejará de amarme porque se enfade de su relación conmigo. Ni dejará de amarme porque se sienta mal. Su amor es eterno y constante.

¿Te das cuenta? Dios es fiel. Él guarda el pacto que hace con los suyos. El amor de él por mí le impulsó a obligarse conmigo. Él está legalmente ligado conmigo. No me dejará. Siempre cumplirá su parte en nuestra relación. Él guardará su pacto conmigo.

Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto” (Malaquías 2.14). Pacto. Allí tienes una palabra tan significante. Tu esposa es la mujer de tu pacto. Si tú violas ese pacto (ya sea por infidelidad abierta o por un sencillo enfriamiento de tu amor), Dios mismo va a ser testigo contra ti. Tu amor y tu dedicación hacia ella no deben flaquear.

Algunos maridos siguen viviendo con sus esposas, pero son maridos desleales. No, no hablo sólo del marido que tiene un enlace romántico con otra mujer. Sí, hablo del marido que no se relaciona con su esposa como debe. Tal marido casi no se la lleva en casa. Evita las conversaciones normales con su esposa. Le gusta criticarla, especialmente ante otros. Las relaciones íntimas las tiene para el placer de él solamente. Descuida del cumpleaños de su esposa, y el aniversario de boda ya no le es gran cosa. No le ayuda a su esposa para nada... ni siquiera cuando ella esté enferma.

¡Desleal!

Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud” (Malaquías 2.15).

¡Vigilancia! Si no nos cuidamos, puede desarrollarse en nuestro espíritu una actitud indiferente en cuanto a nuestra relación con nuestra esposa. Si no mantenemos una vigilancia activa, pueden meterse en nuestra mente esos pensamientos y puntos de vista que resultan en deslealtad y falta de constancia. Cuidado con la amargura, la crítica, el resentimiento, la codicia, y el desagrado.

Dios nos insta a mantener esta vigilancia porque sabe que la deslealtad nace en el espíritu. Y una vez nacida, conducirá a una deslealtad abierta. Y él aborrece el repudio. Él aborrece la separación física, espiritual, y emocional entre esposos. Él aborrece el rechazo del marido a su esposa. ¿Por qué? Porque mancha el reflejo de su propio carácter.

Varones, nunca olviden que son imagen y gloria de Dios... y en él no existe rasgo de deslealtad, ni de repudio, ni de violación de pacto. “Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio” (Malaquías 2.16).

Tal vez has quedado sobrecogido por la magnitud de tu tarea. Tal vez te preguntas por qué te casaste si tus obligaciones son tan enormes. Tal vez te has desanimado porque el amor no es algo tan sencillo como siempre te imaginaste. Tal vez ya has dicho: “¡Es por demás! ¡Nunca podré amar así!”

Amigo mío, ya estás comprometido. Tienes que ponerle a tu relación matrimonial las mejores ganas y fuerzas que tengas. Pero esas mejores ganas y fuerzas no te servirán mucho si no tienes la ayuda y el poder de Dios... pues como humano nunca podrás reflejar adecuadamente el carácter de Dios sin su ayuda. ¿Has pedido de Dios tal amor?

El esposo que ama a su esposa con esa clase de amor podrá guiar a su esposa mucho mejor, y tendrá el apoyo completo de ella.



El ejemplo de Dios: “Condujiste en tu misericordia a este pueblo que redimiste; lo llevaste con tu poder a tu santa morada” (Éxodo 15.13). “Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre” (Salmo 23.3). “Y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca” (Juan 10.13).

¡Qué bendición que Dios también nos guía! Un aspecto obvio de su liderazgo es su autoridad. Él da las órdenes; nosotros las seguimos. Sólo así podremos gozar de su dirección. Si Dios no tiene autoridad en nuestras vidas, no nos puede dirigir.

En mi cuerpo físico, la cabeza controla los demás miembros. En ella tienen su origen las instrucciones y las órdenes que fluyen por todo el cuerpo a través de los nervios. Bien, pues Cristo es la cabeza, como lo indican los siguientes versículos.

El ejemplo de Dios: “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón” (1 Corintios 11.3). “Aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4.15). “Cristo es cabeza de la iglesia” (Efesios 5.23). “Y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia” (Colosenses 1.18).

El marido ha de ser la “cabeza” de la esposa en la misma manera en que Cristo es la cabeza de la iglesia. Esto lo dicen las escrituras. “El marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador.” (Efesios 5.23). “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer” (1 Corintios 11.3).

Hermano varón, antes de seguir es importantísimo que entiendas muy bien que tu esposa y tú son de igual valor ante Dios. “Ya no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3.28).

Pero Dios les ha dado responsabilidades distintas en la familia. Esto se debe: (1) a la forma diferente en que los hizo, (2) al orden de su creación, y (3) al orden de su transgresión. “Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre.... Porque Adán fue forma­do primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo enga­ñada, incurrió en transgresión” (1 Timoteo 2.12–14).

Con tranquilidad podemos afirmar que Dios eligió al marido a través del cual dirige a las familias. Pero, ¿en qué áreas específicas quiere Dios que el marido dirija a su familia? A continuación te doy algunas áreas que considerar; sin duda, el Señor te mostrará más.

Dirigir en decisiones

Hay demasiados maridos perezosos en esta tarea. Tal marido toma pocas decisiones en el matrimonio o en la familia. No quiere decidir si el hijo necesita disciplina, no quiere decidir si la hija puede salir con sus amigas, no quiere decidir si deben mudarse a un barrio más tranquilo, no quiere decidir si deben instalar luz eléctrica, no quiere decidir si su esposa puede ayudar en la escuela dominical, no quiere decidir si los hijos necesitan atención médica, no quiere decidir si van a tener un culto familiar, no quiere decidir cuándo van a tener su culto familiar, no quiere decidir si su esposa debe trabajar fuera del hogar, no quiere decidir si es bueno comprar a crédito, no quiere decidir si los niños deben asistir a la escuela dominical o a los cultos, no quiere decidir qué hacer con los hijos que rehusan asistir a la escuela o sujetarse a la iglesia.

Prefiere que su esposa se haga cargo de tales cosas.

¡No seas tú así! Tú eres la cabeza de tu esposa y de tu familia. Tú tienes que formular decisiones para el bien de ellos. Dios te diseñó a ti con la capacidad de dirigir a tu familia. No eches esta responsabilidad sobre los hombros de tu esposa. Dichosa la mujer cuyo marido dirige a su familia.

Sin embargo, te advierto que no cometas los siguientes dos errores en el desempeño de tu liderazgo. En primer lugar, no cierres la mente contra los consejos de tu esposa. Aunque la decisión final sea tuya, serías muy necio e insensato si hicieras las decisiones solamente según tu propio parecer. Dios te dio a esa mujer para ayudarte; él la diseñó especialmente para ser tu consejera. ¡No la pases por alto!

En segundo lugar, no le niegues a tu esposa el privilegio de hacer varias decisiones por su propia cuenta. Ella ya es madura, y al escogerte a ti para ser su marido ¡seguramente demostró que puede hacer decisiones correctas!

Aprende de la relación entre el jefe y su mayordomo. Toda la autoridad reposa con el jefe, pero él no hace todas las decisiones en su negocio. Si así fuera, ¿qué necesidad tendría de un mayordomo?

En Números 30.10–13, Dios da un ejemplo de los límites de la autoridad de la esposa. Dios dijo a los israelitas que la esposa podía hacer una promesa, pero el marido podía acordarse o no con esa promesa. Si el marido no estaba de acuerdo, entonces Dios ya no tenía a la mujer por responsable de cumplir esa promesa.

Permíteme todavía recordarte de otra cosa. Tu esposa no es la única que está bajo autoridad. Tú también estás bajo autoridad —la autoridad de Cristo (1 Corintios 11.3). Ten esta verdad siempre en la mente cuando piensas en tu autoridad sobre tu esposa y tus hijos.

Dirigir responsablemente

Hay algunos maridos que no quieren aceptar responsabilidad por las consecuencias de sus decisiones malas. Tal vez por esto otros maridos no quieren hacer las decisiones en primer lugar. Si algo no sale bien, ellos no quieren tener la culpa.

Hay bastantes esposos que con toda facilidad culpan a sus esposas o a sus hijos cuando sus decisiones resultan en un desastre. A mi parecer, el marido que no acepta la responsabilidad por sus decisiones es una persona inmatura y cobarde. Sólo los fuertes pueden admitir: “Tomé una decisión mala. La culpa es mía.”

Amigo mío, cuando Dios te dio la autoridad en tu matrimonio y en tu hogar, también te dio responsabilidad. Hoy en día, los hombres quieren tomar toda la autoridad que puedan, pero no quieren aceptar la responsabilidad por las decisiones.

Dirigir con metas

Muchos viven la vida conyugal y familiar sin metas. Viven casi al azar... y piensan que de alguna manera todo saldrá bien. Tal vez hasta dan un olor espiritual a tal descuido con comentarios como éste: “Dios es fiel. Él controla todas las cosas. Tengo fe en que todo lo que nos suceda nos ayudará a bien, así que no me preocupo.”

Te hago las siguientes preguntas:

¿Qué tipo de ambiente quieres en tu hogar? ¿Cuáles características quieres que se desarrollen en cada miembro de tu familia? ¿Cómo quieres que tu familia sirva a Dios, a la iglesia, y a la vecindad? ¿Qué quieres que aprendan tus hijos y tu esposa? ¿Cuáles libros quieres que lea tu familia? ¿Qué clase de personas quieres que sean tus hijos ya cuando sean adultos?

Mira hacia adelante, y con la ayuda de tu esposa, fija blancos contra los cuales vas a disparar.

¿Qué sentido tiene disparar balas, flechas o piedras nada más por el puro gusto de hacerlo? Sin tener un blanco, los esfuerzos se pierden. Pues así es la vida también.

Dirigir por ayudar

Decisiones. Metas. Tu esposa y tu familia necesitan que tú te ejercites en estas cosas, pero también necesitan algo más. Necesitan tu ayuda.

Una vez que hayas tomado las decisiones, llega el tiempo para que tú les ayudes a cumplir con tu voluntad. Una vez que hayas formulado las metas para tu familia y para tu esposa, es necesario que les ayudes a alcanzar esas metas.

Es como disparar una flecha de un arco. Puedes tener una meta distante o cerca, pero si no apuntas tu flecha en la dirección de esa meta, jamás la flecha alcanzará la meta. Apunta a tu familia hacia las metas que has seleccionado para ellos.

¿Dices que quieres ejemplos? Bueno. Yo quiero que mis hijos sirvan a Dios en el campo misionero o en el salón de clase en una escuela cristiana. Allí está la meta. Les apunto en esa dirección, mostrando mi interés en tales cosas, dándoles oportunidades de conocer a unos que sirven a Dios en esas maneras, y proveyéndoles libros para leer sobre esos temas.

También quiero que estén siempre dispuestos a ayudar y trabajar. Así que trato de serles un buen ejemplo en esas cosas. Les leo historias que sacan a relucir esos rasgos cristianos, les doy oportunidades para trabajar y ayudar a otros, les animo si por su propia cuenta hacen bien en esto, y les amonesto si fallan por descuido.

Haz todo lo que puedes para asegurar que tu esposa y tu familia tengan éxito. Ah, y otra cosa: que des tu ayuda con mucha paciencia y humildad.

Dirigir con ejemplo

El ejemplo de Dios: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16.24). “Y las ovejas le siguen, porque conocen su voz” (Juan 10.4). “Dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 Pedro 2.21).

Podemos seguir a Dios con confianza porque él va delante, marcando el camino. Él no está acurrucado por ahí gritando sus instrucciones o señalando la dirección en que debemos ir. Él nos muestra cómo hemos de hacer lo que él quiere que hagamos.

Refleja a tu esposa este aspecto del carácter de Dios. No es suficiente que la dirijas con tus órdenes. ¡Dirígela con tu vida! Si no quieres que sea chismosa, no seas tú un entrometido. Si quieres que mantenga la casa en buen orden, guarda en orden tus propias cosas. Si piensas que debe leer la Biblia, o ser más paciente, o aguantar mejor el dolor, o vencer la codicia, o mantenerse moralmente pura... ¡enséñale por tu ejemplo cómo se hacen esas cosas!

Aquí te doy una buena resolución personal para cualquier esposo: No demandaré de otros lo que yo mis­mo no esté dispuesto a hacer.


Proveer material y físicamente

El ejemplo de Dios: “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan” (Salmo 37.25). “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo 7.11).

Dios trabajó para proveer todo lo que necesitaríamos. Puso la atmósfera alrededor del planeta para que tuviéramos aire que respirar y para que hubiera vientos que circularan ese aire. Sabiendo que necesitamos el agua para tantas cosas, creó los océanos, los mares, los ríos, y los lagos. También enterró millones de litros de agua bajo la superficie de la tierra. Sabiendo que el agua no sería suficiente para mantener la vida, Dios puso todo tipo de mineral nutritivo en la tierra. Creó las plantas con mecanismos especiales para convertir esos minerales en algo que nos serviría. Dios no sólo nos dio plantas y animales para utilizar y para comer; también hizo bastantes plantas y hierbas con propiedades curativas.

Piensa en todo lo que hizo Dios. ¡El trabajo es bueno! Dios trabajó y le ordenó al hombre que en eso también se ocupara. La Biblia dice:

“Seis días trabajarás, y harás toda tu obra” (Éxodo 20.9). “Os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2 Tesalonicenses 3.10). “Y que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros negocios, y trabajar con vuestras manos de la manera que os hemos mandado” (1 Tesalonicenses 4.11). “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas” (Eclesiastés 9.10).

Dios espera que el esposo provea a las necesidades físicas de su familia. ¿Significa eso que les debemos dar lo nuevo, lo mejor, lo más grande, y lo más bonito? Claro que nos gusta dar a nuestra familia tales cosas, pero raras veces podemos. Pero, ¡qué alegría poder darles lo que necesiten!

El marido debe darle lo necesario a su familia. Fallar en esta tarea trae reproche sobre Dios y, por lo tanto, sobre uno mismo. “Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo” (1 Timoteo 5.8).

Proveer emocionalmente

El ejemplo de Dios: “Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra” (2 Tesalonicenses 2.16–17). “Jehová es mi pastor; nada me faltará.... Confortará mi alma.... Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmo 23.1, 3–4).

Nada me faltará; absolutamente nada. Cuando las cosas en la vida se pongan difíciles, no tendré que preguntarme dónde está mi pastor —sé que él está a mi lado. Cuando esté temeroso o desanimado, él estará allí para quitar mi temor, y para volver a llenarme de aliento. Él no se reirá de mí, ni se enojará conmigo, ni me avergonzará. Al contrario, hará todo lo posible para proveer precisamente lo que mi alma necesite. Dios, en su bondad, provee fielmente mis necesidades emocionales.

¿Goza tu esposa de este tipo de provisión de parte de ti? ¡Refléjale el carácter de Dios! Cuando ella esté de poco ánimo, tú debes estar a su lado para apoyarla y animarla. Cuando el temor la sobrecoja, tú debes estar allí para darle valor y comprensión. En tiempos como esos, ella no necesita que le digas: “Ya eres grande. Te desanimas por cualquier cosita. No entiendo por qué te da temor esto. Ya no pienses en esto; mejor duérmete ya.”

Muchas esposas pueden estar fuertes y robustas físicamente... y sus maridos piensan que todo va bien. Pero en el interior se están muriendo de hambre y sed emocional. Has provisto lo material que tu esposa necesita. ¿Qué de lo emocional y lo espiritual? Piensa en las siguientes cosas que tu esposa necesita:

Comunicación. Antes de casarse, casi todo varón tiene de qué platicar con su novia. Le encanta estar con ella. Casi cualquier cosa provoca la conversación. Pero a veces, al poco tiempo después de la boda, esa fuente de palabras parece irse secando. Él ya no tiene mucho que decir y le enfada tener que escuchar a su esposa. Él prefiere vivir su vida, y no quiere saber acerca de la vida de ella. No tiene tiempo ni interés en platicar con su esposa.

Amigo mío, éste es un error grave. Debes hablar con tu esposa. Anímala a decirte acerca de su día. Al llegar de tu trabajo, pregúntale qué hizo hoy, cómo se comportaron los niños, quién vino a visitarla, cuáles problemas tuvo, y cómo puedes ayudarle a solucionarlos. Dios es así con los suyos: “Oirá asimismo el clamor de ellos, y los salvará” (Salmo 145.19). Si piensas que tu esposa está desanimada, dile que lo piensas, y muéstrale tu interés en conocer los detalles de ese desánimo. Para ser un marido que provee bien para su esposa, necesitas oídos grandes.

También necesitas compartir con ella tus experiencias del día. Dile tus ideas y proyectos. Busca sus consejos sobre problemas que enfrentas. Tu lengua debe servir como un balde que se usa para sacar agua de un pozo profundo. “Como aguas profundas es el consejo en el corazón ... mas el hombre entendido lo alcanzará” (Proverbios 20.5).

Atención. Ya comenté sobre tu obligación de escuchar las palabras de tu esposa. Esa es la función de tu oído. Aquí me refiero a tu tarea de percibir y prestar atención a los sentimientos que están detrás de esas palabras. Esta es la función de tu corazón y tu alma. Interésate en lo que a ella le interesa. Aprende a sentir con ella lo que siente.

Habrá ocasiones cuando tu esposa necesite tanto platicar contigo que empezará a hablar cuando estés leyendo, estudiando la Biblia, o haciendo un trabajo que requiere mucha concentración. ¡No te disgustes ni la reprendas! Vence la tentación de seguir con lo que hacías mientras te hable. Dale tu atención; piensa en lo que diga; mírala en los ojos mientras te hable. Recuerda que tú puedes clamar a Dios cuando lo necesites; dale el mismo privilegio a tu esposa. “Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare” (Salmo 61.2).

Aprobación. Esposos, Dios es un Dios que sabe alabar a los suyos. Él expresa la satisfacción que siente por los suyos.

El ejemplo de Dios: “Porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba” (2 Corintios 10.18). “Porque Jehová tiene contentamiento en su pueblo” (Salmo 149.4). “Como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo” (Isaías 62.5).

¿Cuán fiel eres para comentarle a tu esposa sobre lo bueno que ves en ella? Maridos, ¡cómo fallamos muchos en esto! Fíjate en lo que te gusta de tu esposa, y díselo. Ella necesita saber que tú estás contento con ella. Su alma tiene hambre de tu aceptación y alabanza.

¿Qué te parece este reto?: No critiques a tu esposa ni te quejes de ella sin antes haberla alabado de todo corazón y con toda sinceridad. Y no la alabes solamente cuando la vas a criticar.

Comprensión. Una gran parte de proveer a las necesidades emocionales de tu esposa es compadecer de ella y tratar de comprenderla, así como Dios lo hace para con nosotros.

El ejemplo de Dios: “Con él estaré yo en la angustia” (Salmo 91.15). “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades” (Hebreos 4.15). “Ciertamente ... sufrió nuestros dolores” (Isaías 53.4).

Esposo, eres imagen y gloria de Dios. Refleja el carácter de Cristo. Compadécete de tu esposa; no seas intolerante ni emocionalmente frío con ella. Si Dios está conmigo en mis tiempos difíciles, mi esposa debe saber que yo estaré con ella en tiempos semejantes. Esfuérzate por sufrir con ella; Dios lo hace contigo.

Hay veces que mi esposa tiene reacciones y sentimientos que yo no puedo comprender. Ella sabe que por ser yo hombre, no siempre podré comprenderla. Pero si ella sabe que sí me interesan esas reacciones y esos sentimientos, y que de veras me esfuerzo por comprender, entonces ella está satisfecha. Mi presencia con ella demuestra mi interés en lo que sufre.

Pero en la mayoría de los casos, sí es posible comprender a tu esposa. Ella es humana; tú eres humano. Las experiencias de nuestras vidas son semejantes, así que no tienes excusa para no esforzarte por comprenderla. Recuerda lo que has experimentado tú; recuerda tus temores; recuerda tus ilusiones. Y entonces trátala a ella como quisiste que te trataran a ti en semejantes situaciones.

Proveer espiritualmente

Creo que la mayoría pensamos en esta área primero cuando consideramos la provisión de Dios para con nosotros. Y con razón, pues él ha hecho grandes cosas por nosotros para asegurar que tuviéramos todo recurso espiritual necesario. Veamos sólo algunos versículos que detallan la provisión espiritual que Dios da a los suyos.

El ejemplo de Dios: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1.3). “Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10.13). “Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y honra” (2 Pedro 1.3).

Tenemos al Señor Jesús, tenemos al Espíritu Santo, tenemos la palabra de Dios. ¿Qué nos hace falta? ¡Nada! Dios ha asegurado que tengamos todo lo necesario espiritualmente. No cabe duda de que él nos ha colmado de toda bendición espiritual.

Pero, ¿qué de tu esposa? Sí, es cierto que ella ha recibido toda bendición espiritual de Dios al igual que tú. Pero, ¿qué provisiones espirituales está recibiendo de ti? Tú eres su proveedor; ¡manos a la obra!

Tu esposa necesita que tú tomes la responsabilidad de vigilar por su espíritu. Ella está bajo tu cargo. Ella necesita que tú ores por ella. Tú conoces (o por lo menos, debes conocer) sus flaquezas y sus problemas espirituales; ora por ella específicamente sobre estas cosas. También debes orar por ella diariamente en sus responsabilidades de madre —¡tanta sabiduría, firmeza, paciencia y amor necesita para cuidar de los niños y disciplinarlos!

Tu esposa también necesita la fortaleza que recibe cuando oras con ella. Su espíritu y su alma se restauran al oírte orar en voz alta por sus necesidades. También se restauran sabiendo que tú estás allí con ella, apoyándola en oración mientras ella toma su turno. Si tu esposa falla espiritualmente, pueda ser que tú hayas fallado en ser el proveedor que necesita. No la desampares.

Asegura que tu esposa esté recibiendo el alimento espiritual que necesita. Anímala a estudiar la Biblia. Provéele buenos libros para leer. Y entonces, ¡permítele tiempo para hacer estas cosas! Llévala a los cultos regularmente, y estando allí, ayúdale con los niños para que más fácilmente pueda prestar atención. En casa, lean la Biblia juntos, además de leerla individualmente. Si observas en tu esposa alguna flaqueza o descuido espiritual, humilde y amorosamente señálaselo en las escrituras.

También debes proteger a tu esposa espiritualmente. Si eres fiel en la oración, la alimentación, y la amonestación, ya la estás protegiendo en una manera. Edificas un muro aun más protectivo cuando preves las pruebas y tentaciones que le vendrán, y de antemano oras con ella y la alimentas de las escrituras. Ese muro se vuelve más fuerte si vigilas contra las influencias negativas del mundo y del “cristianismo” pervertido. No todos los libros, revistas y folletos son buenos; no todo cassette religioso es provechoso.

¡Vigila por tu esposa y protégela!

La parte de la esposa

Cuando Dios creó a Adán, él le hizo un varón perfecto. Pero a pesar de su perfección, Adán no era completo. La opinión de Dios mismo era: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Génesis 2.18).

Confiamos en que Dios siempre hace bien las cosas. Así que concluimos que Dios quiso que a Adán le faltara algo. ¡Dios diseñó el vacío en el varón! Y Dios también diseñó la solución al problema —“hizo una mujer, y la trajo al hombre” (Génesis 2.22). Hoy en día también, Dios quiere usar a la esposa para completar a su marido.

Esposa, Dios te creó a ti para el bien de tu esposo. Tú tienes una dicha increíblemente tremenda —a través de ti, Dios va a bendecir a tu marido. Por lo menos, ese es su deseo. Proverbios 18.22 dice: “El que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de Jehová.” Encontrarás la felicidad sólo si vives conforme al diseño de Dios para ti.

Hermana, ¡para esto te diseñó Dios mismo! Recuerda que el varón necesita una ayuda idónea. Por eso y para esto te creó Dios —“tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón” (1 Corintios 11.9). Este es el único plan conyugal que te traerá gozo, confianza, paz, y seguridad.

En este capítulo verás cuatro aspectos de tu diseño. Dios te ha hecho la única ayuda idónea de tu marido. Lograrás ser su única ayuda idónea por medio del apoyo, la sumisión, el amor, y el cuidado de la casa.


¿La mujer apoyar al varón? Pero el varón es más fuerte que la mujer.

Cierto. Pero la voluntad de Dios es que ella apoye a su marido. Distintas circunstancias de la vida ponen sobre el marido presiones que el apoyo de su esposa le ayuda a soportar.

Frente a la pérdida

Más adelante veremos que Rebeca apoyó a su marido después de la pérdida de su querida madre. Tú puedes apoyar a tu esposo cuando enfrenta la pérdida de un pariente suyo. Pero hay otros tipos de pérdida: un amigo que se traslada a un lugar distante; la falta de trabajo; la pérdida accidental de algún miembro físico; la traición de amistad o confianza; la pérdida de cierto trabajo favorito.

Frente al fracaso

Todos a veces no hacemos las cosas bien. Habrá ocasiones cuando tu marido fracasará. Y a veces se sentirá un fracaso aunque en realidad no lo sea. Cuando tu esposo no hace bien las cosas o fracasa de alguna manera, ¿cómo reaccionas? Tal vez intentó un nuevo tipo de empleo, y falló. Tal vez volvió a pasarte por alto en una decisión importante. Tal vez malgastó el dinero. Tal vez trató de reparar algo, y lo dejó en peores condiciones. Ahora se siente mal, tremendamente mal. En tales tiempos, él necesita tu apoyo, no tu sermón.

Frente a la dificultad

Esto se puede relacionar a los dos puntos anteriores. En este tipo de prueba, no es que pierda algo o falle en algo; sí es que tenga más dificultades de lo normal. Si sabes que tu marido está pasando por dificultades extras, esfuérzate por ser más tierna y comprensiva. No escojas este tiempo para comentarle tus quejas, tus desánimos, y tus desilusiones. Este es el tiempo para ayudarle en lo que puedas para aliviar su carga.

Frente a la tentación

Tú y tu esposo son uno ante Dios. Entre muchas otras cosas, esto significa que tú tienes cierta responsabilidad de ayudarle a vencer las tentaciones. Cuando sepas que él está enfrentando tentaciones muy fuertes, pide que Dios le dé fuerza especial para resistir al diablo. Tú conoces las cosas que irritan a tu esposo; si piensas que enfrentará algunas de ellas, ora por él de antemano. Cuando sepas que él estará en presencia de mujeres inconversas y seductivas, vigila por tu marido en la oración. En lo que puedas, ayúdale a evitar las tentaciones sexuales. Por ejemplo, yo le he pedido a mi esposa que no comente sobre la manera indecente en que se visten algunas mujeres; eso solamente llama mi atención hacia ellas. También le he instruido a no dejar a mi vista catálogos que contengan fotografías de mujeres medio vestidas.

Frente a la responsabilidad

Entre más responsabilidades tiene tu esposo, más necesita el apoyo tuyo. En estos días, tengo tanto que hacer que no siempre lo recuerdo todo. Le doy gracias a Dios que me dio una esposa que me ayuda a recordar mis responsabilidades. Ella también me ayuda a desempeñar algunas de estas responsabilidades. Tal vez no siempre parezca gran cosa lo que hace, pero siempre me es una ayuda. Y cuando ella sabe que mis responsabilidades me sobrecogen por un tiempo, se esfuerza por serme menos carga. Ella confía en que no la desprecio, y sabe que una vez que pase la crisis, le daré más atención.

El marido tan fuerte necesita que su esposa lo apoye en distintas áreas de su vida personal. El esposo necesita...

El apoyo emocional

La madre de Isaac había muerto, dejando un gran vacío en la vida de su hijo. Dios, quien le había quitado a Isaac su madre, le dio a Isaac una esposa. Le proveyó a Isaac el consuelo. La Biblia dice que Isaac “tomó a Rebeca por mujer ... y se consoló ... después de la muerte de su madre” (Génesis 24.67).

Cuando tu esposo llegue a casa del trabajo —o del viaje— y esté plenamente desanimado, no le eches encima la carga de tus propios problemas. Este es el tiempo para que tú cumplas con tu responsabilidad de apoyarlo. Dale la oportunidad de hablarte sobre lo que salió mal. Escucha con paciencia y busca la manera de ayudarle a recobrar ánimo. Ayúdale a pensar en el Señor y a encontrar respuestas bíblicas. Expresa tu confianza en él y en sus habilidades. Y ¿qué de tus propios dolores emocionales? Más adelante tendrás oportunidad de compartirlos con él. Al escucharle a él, ayudarás a abrirle el corazón para que él te escuche a ti.

El apoyo espiritual

El esposo es el líder espiritual de su hogar. Por eso es el blanco más importante para el diablo. Tú puedes apoyar a tu marido en su batalla espiritual. Ora cada día por él, por ti misma, y por los hijos. Mantén fija tu propia sumisión. Apoya a tu marido en su disciplina a los hijos, para que no se desarrolle en ellos un espíritu de rebeldía. Dile que pondrás versículos bíblicos en la pared... si él los escoge. Haz lo que puedas para facilitar un altar familiar. Recuerda que estás para apoyar, ayudar, y animar —y no para mandar. No caigas en la trampa de ser regañona y quejosa.

El apoyo físico

Aunque es muy cierto que el físico masculino es mucho más fuerte y robusto que el femenino, hay veces en que el hombre también necesita el apoyo físico de su esposa.

Cuando tu esposo esté cansadísimo o enfermo, es posible que necesites hacer algunos de los negocios de él en el hogar. Si sus músculos duelen, ofrece darle un masaje. Si se ha herido, sé su enfermera.


Parece que en este mundo nadie quiere someterse a nadie. Parece que todos quieren ser libres. Y todos quieren ser iguales a otros. El empleado quiere ser igual al patrón. El alumno quiere ser igual al profesor. La mujer quiere ser igual al varón. Y este problema se extiende a través de muchísimos matrimonios.

La sabiduría terrenal le susurra a la mujer seductivamente: “No te sometas a tu marido. Él no es más importante que tú; ustedes son iguales. Vive según tu propia voluntad. Si a él no le gusta, que se marche.” Y así muchas mujeres se precipitan por la vereda engañosa de la independencia y la rebeldía.

Al contrario, la sabiduría celestial aconseja el camino alto y seguro de la sumisión: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor” (Efesios 5.22). En un mundo que con rapidez se arroja a la perdición y a la desdicha, ¡cuánto necesitamos a mujeres que con gozo se someten! Sin tales mujeres, nuestros hogares, nuestras iglesias, y nuestras culturas se desintegrarán. ¿Eres tú una mujer sumisa?

¿Qué es la sumisión?

Primero te digo algunas cosas que la sumisión no es: no es falta de importancia ni de valor; no es falta de inteligencia ni de sabiduría; no es esclavitud.

Para ver lo que la sumisión femenil es, fíjate en las siguientes cosas que debes hacer.

Ceder ante tu marido

En la carretera, cuando un chofer cede ante otro, le da preferencia. Tal chofer conduce a su vehículo con seguridad y tranquilidad porque no está compitiendo con otros por ser el primero.

La esposa sumisa da preferencia a los deseos y a las necesidades de su esposo. Se deleita en poner a su marido antes de sí misma. Con gozo busca conformarse siempre a la voluntad de su esposo, a menos que sea contra la voluntad de Dios. Por ejemplo, si a su esposo no le gusta que se lave el cabello afuera, lo hace dentro de su casa. Tal mujer tiene una vida de seguridad y serenidad porque no compite con su marido. Sí, puede hablar, puede dar su opinión. Pero siempre está sumisa.

La esposa sumisa encuadra con la vida de su esposo. Como una cometa ante el viento, ella permite que los propósitos de su esposo la conduzcan por la vida. Sigue las instrucciones de su marido, como también sus deseos, sus ambiciones, y sus placeres. Por ejemplo, si él decide que ya no deben comprar a crédito, ella dice: “No, gracias” a tales oportunidades.

Obedecer a tu esposo

La Biblia dice que la mujer debe someterse a su esposo así como la iglesia se somete a Cristo. También dice que la mujer ha de amar a su marido (Tito 2.4). El amor es más que bonitos sentimientos emocionales y físicos. En Juan 14.15, Cristo enseña que el amor de la iglesia hacia él resulta en obediencia, pues dice: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.”

La esposa sumisa y amorosa cumple con cuidado las órdenes de su marido. Pero la esposa idónea no está satisfecha con esperar hasta que se le diga qué hacer. Esta mujer se esfuerza por descubrir la voluntad de su esposo. Y entonces encuentra su satisfacción en cumplirla. En cambio, la mujer que actúa sólo cuando su esposo le dé órdenes directas no ha aprendido a ceder ni a adaptarse muy bien.

Respetar a tu esposo

Sin el respeto, los tres puntos anteriores carecen de sabor y valor. Efesios 5.33 dice claramente: “La mujer respete al esposo”. La esposa que respeta a su marido...

1. Lo nota. Se da cuenta de las buenas cualidades que tiene. Ella sabe mejor que nadie que él no es perfecto, pero ella no se fija en sus fallas. No espera para notar a su marido hasta que éste haga algo “grande”. De día en día, ella busca lo bueno en su esposo. Si su esposo provee para su familia, si es tierno y comprensivo, si es atento y paciente, si arregla las cosas descompuestas, si mantiene limpio el patio —ella lo nota.

2. Lo estima. Lo lleva consigo en sus pensamientos, pensando en él en vez de los demás hombres con quienes se encuentre. No coquetea con otros. No menosprecia el alto valor que él tiene. Este hombre no es sólo su esposo, ¡es su amigo íntimo! Ella espera de él lo mejor y busca animarlo en ello. Ella no lo compara con otros hombres en una manera negativa. No lo hiere notando que otros varones son más musculosos, o más interesantes, o menos gordos, o más listos, o menos irritables, o mejores mecánicos. Ella no espera que él sea un superhombre; lo estima por ser un hombre normal.

3. Lo honra. La mujer cristiana no mantiene dentro de sí lo bueno que ve en su marido. ¡No! A ella le encanta expresar estas cosas. Habla sobre lo positivo que ve en él. Sin ser lisonjera, ella alaba todo lo que pueda en él —ya sea su habilidad musical o su manera especial con los niños o su caballerismo al abrirle las puertas. Quizás le falte mucho a tu esposo en las tareas mencionadas en el capítulo anterior. Descubre las áreas donde él sí cumple y agradécele por ellas. No seas rezongona; muéstrate agradecida. Sea mucho o sea poco, agradécele por lo que te provee, por el amor que te muestra, y por la dirección que te da.

4. Lo prefiere. ¡Con razón lo desea y lo aprecia sobre cualquier otra persona! Busca su compañía, sus consejos, sus decisiones, y su aprobación. Se esfuerza por conseguir su comodidad y su bienestar. Con sus ojos y oídos nota lo bueno en él. En su mente estima el valor de él. Con su boca lo honra por lo que ha visto. ¡Lo prefiere con su alma! Le agradece a Dios por él, contándose bendecida por ser su esposa.

Velarte el cabello

Según 1 Corintios 11.2–16, el velo sobre la cabeza de la mujer cristiana señala su aceptación del orden que Dios estableció para el hogar.1 La mujer debe llevar esta señal de sumisión en todo tiempo porque en todo tiempo debe aceptar el plan de Dios y someterse a su marido. La hermana que rehusa llevar el velo rechaza la señal de la autoridad del varón, y así trae deshonra a su marido.

Al contrario, la esposa velada trae honra a su marido. Su velo declara a todo el mundo su intención de ceder ante él, adaptarse a él, obedecerle, y respetarle. Y a la vez, si ella cumple con estas cosas, da a esta señal su pleno valor. Su velo debe representar la realidad interna de su relación con Dios y con su esposo. Pudiéramos decir que su velo es el recordatorio constante de lo que su vida debe mostrar.

Aclaremos aquí que este velo es algo artificial, y no el cabello. La palabra también en 1 Corintios 11.6 muestra claramente que se está hablando de algo encima del cabello. Si el cabello fuera el único velo y ella rehusara tener cabello, ¿cómo podría aún tener cabello para cortarse?

Entender por qué

Hasta este punto nos hemos supuesto que todo lector acepta que la esposa debe someterse a su esposo. Pero es posible que algunos no lo acepten, o que no comprendan por qué Dios mandó tal cosa. ¿Por qué debe la esposa someterse a su marido?

Dios quiere que le obedezcamos aunque no comprendamos, pero pueda que aprecies mejor la sumisión si entiendes por qué Dios mandó que te sometieras. Considera estas dos razones: (1) porque Dios sabe lo mejor, y (2) porque someterte trae harmonía y felicidad.

1. Dios sabe lo mejor. Dios es soberano y él estableció la autoridad del varón sobre su esposa. En 1 Timoteo 2.11–14 nos dice por qué: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión.” Firme y claramente revela su voluntad para la esposa —sumisión. Esto es su plan, su único plan. Esposa, debes seguir la dirección de tu esposo como tu cuerpo sigue la dirección de tu cabeza (1 Corintios 11.3). Oponerte a la autoridad de tu esposo es oponerte a Dios (Romanos 13.1–2). Dios también es el Creador. Él diseñó a tu esposo para dirigir y tomar las responsabilidades pesadas que acompañan el liderazgo. En cambio, Dios te diseñó a ti para ser una seguidora y una ayudante. El Creador seguramente sabe cuál papel es el mejor para el varón, y cuál es el mejor para la mujer. ¡Que nadie se atreva a alegar con el Creador!

2. Someterte trae armonía y felicidad. Si entiendes la música, sabes que sin el orden no existe la harmonía. Así es en el hogar y en el matrimonio —el orden y la sumisión contribuyen en gran manera a la harmonía. Cuando la esposa rechaza la autoridad de su esposo, destruye toda posibilidad de harmonía. Me imagino que tú bien sabes qué pasa entonces —la felicidad personal huye. La esposa que rehusa el liderazgo de su esposo vive una vida más y más miserable, y llega a hacer de su hogar un campo de batallas.

Esposa, tú necesitas la protección de las asperezas de la vida, y de los asaltos espirituales del enemigo de tu alma. La vida tiene sus asperezas, y aunque la sumisión no las eliminará, seguramente las hará más tolerables. Cuando tus hijos observen que obedeces a tu esposo, te tratarán con más respeto. Y cuando te falten el respeto, tu marido tendrá más motivo por defenderte e instruirles en cómo tenerte mejor respeto.

Si vives bajo la autoridad de tu esposo, también tienes grandes defensas contra la tentación. Por lo contrario, la rebelión, como la brujería, nos pone plenamente en territorio satánico (1 Samuel 15.23). Conozco a una esposa que parece no poder vencer la depresión por largo tiempo. Esta misma mujer ha batallado con la sumisión a su esposo por muchos años. Si ella se sometiera de todo corazón, los ataques del diablo serían menos eficaces contra ella y tendría más éxito en su batalla contra la depresión.

Me imagino que toda mujer anhela el aprecio, el apoyo y la honra de su marido. ¡Y cuántas esposas no logran la satisfacción de este anhelo porque rehusan vivir sumisas a sus maridos! Son pocos los varones que les brindan estas cosas a las mujeres independientes e insumisas.

¿Es tu esposo un inconverso? Él debe saber por su propia experiencia que la mujer cristiana es la mujer más sumisa que pueda haber. En todo lo que puedas, obedécele, y verás que tendrás un testimonio eficaz. La sumisión es tu herramienta más útil para ganarlo para Cristo: “Vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa” (1 Pedro 3.1–2).

Buscar ejemplos

Creo que todos aprendemos mejor al ver ejemplos e ilustraciones. Dios te da ejemplos para ilustrar el alcance de tu relación sumisa con tu marido. Veamos dos ejemplos de la Biblia: Sara en el Antiguo Testamento y la iglesia en el Nuevo Testamento.

1. El ejemplo de Sara. Esta mujer aceptó la autoridad de su esposo. Varias veces dejó lugares conocidos, personas conocidas, y circunstancias conocidas, para estar con él. Por lo menos en dos situaciones, Sara mintió (conforme a órdenes de él) para protegerlo. Cuando su esposo le dijo que preparara comida, lo hizo a pesar de estar ocupada con otras cosas.

¿Debes mentir como Sara si tu esposo te lo manda?

Claro que no. Nunca, ni por ningún motivo, es bueno mentir hoy día. Sin embargo, Sara se presenta como ejemplo de esposa sumisa. Estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza” (1 Pedro 3.5–6).

2. El ejemplo de la iglesia. La iglesia se somete a Cristo gozosamente. Sin queja somete su voluntad ante la de él. Anhela tanto hacer la voluntad del Señor que pone a un lado sus propios deseos. Alegremente acepta el señorío total de Cristo. Algunos versículos que muestran esto son Juan 14.15, 21; Juan 15.14; 1 Juan 5.3; Lucas 14.33; 18.28; Filipenses 3.7. “Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo” (Efesios 5.24).

Te dejo un reto más antes de tratar el siguiente tema. Tu sumisión a tu esposo revela tu confianza en el Señor, tu obediencia a él, y tu amor hacia él. Entre más sumisa seas a tu esposo, más claro se ven este amor, confianza, y obediencia. ¿Por qué? Porque es Cristo que te manda someterte a tu marido. Si en realidad amas al Señor, le obedecerás en todo sin poner condición alguna. Si de veras confías en su sabiduría y omnisciencia, sin reserva alguna te entregarás al señorío de tu marido. No te es posible amar a Jesucristo ni confiar en él ni obedecerle si no estás dispuesta a someterte al hombre con quien estás casada.

Si el Señor quisiera café cada día al llegar del trabajo, ¿lo tendrías listo? Si Cristo te pidiera un masaje de pies, ¿se lo darías? La Biblia dice que las casadas deben estar “sujetas a sus propios maridos, como al Señor” (Efesios 5.22).

Deleítate en servir a tu esposo, porque ésta es una manera de servir al Señor.


En el capítulo anterior vimos que el amor del marido se expresa bien en el sacrificio. En este capítulo ya aprendiste que la sumisión expresa mejor el amor de la esposa. Y estás para aprender otras maneras de expresar tu amor por tu esposo.

Usar la consideración

No te quejes de los padres de tu marido —aunque sean muy entrometidos.

No seas mandona ni regañona; puedes darle a tu esposo ideas o sugerencias, pero ¡no lo persigas con ellas! No lo critiques ante sus hijos, sus familiares, sus amigos... ante nadie. No lo acuses... de lo que sea. Agradécele por lo que hace por ti y la familia. Mantén quietos a los niños mientras él toma su siesta.

Darle atención a tu esposo

Interésate en el trabajo de tu esposo —pregúntale sobre sus actividades del día. Pero ¡no hagas esto como si fueras una investigadora policiaca! Si él piensa que no más andas de chismosa y sospechosa, pueda que resienta tus preguntas. Cuando te diga algo, pon buena atención. No seas como un poste; contribuye a la conversación también.

Descubre lo que le gusta... y sírvele de esta manera. Hay ciertas comidas que me gustan mucho, así que de vez en cuando mi esposa me las prepara sin que yo tenga que darle la idea. Tú puedes descubrir los gustos especiales de tu marido, preguntándole u observando sus reacciones ante ciertas cosas o actividades.

Tener confianza en tu esposo

No seas pronto para acusar a tu esposo de pensar adúlteramente. Permítele pasar tiempo con sus amigos. Expresa tu confianza en su lealtad a ti.

Deja que tu esposo dirija el hogar. Tal vez piensas que él no es buen líder, pero no le ayudas si tomas el lugar que le pertenece a él. Apóyalo en todo lo que puedas, puesto que Dios le ha puesto a él por jefe del hogar.

Tener paciencia

Acepta los fracasos de tu esposo. No te vuelvas una criticona; perdónalo. Reconoce que hay cosas que necesita aprender, y parte del aprender es fracasar.



Cuando el clima se vuelve áspero, el edificio donde vivimos nos refugia. Dentro de sus paredes estamos protegidos y tranquilos. Así debe ser tu hogar emocional y espiritualmente. El mundo se vuelve más y más difícil y hostil; la vida amenaza a tu familia por todos lados. Pero en tu hogar tus hijos encontrarán refugio... si edificas tu hogar con sabiduría. “La mujer sabia edifica su casa; mas la necia con sus manos la derriba” (Proverbios 14.1).

El hogar que funciona bien provee seguridad, aceptación, comprensión, estabilidad, y amor a todo miembro de la familia —padre, madre, e hijos. La esposa que cumple el plan de Dios para sí misma construye tal hogar. Pero no intentes tal obra por tu propia cuenta; depende del Carpintero Maestro. “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Salmo 127.1)

La mujer virtuosa ocupa un lugar básico en la vida de su familia. El esposo es el líder, pero es muy inadecuado para edificar el hogar solo. El marido sabio depende de su esposa para establecer un ambiente de orden, belleza, limpieza, y cuidado. ¡Qué posición tan elevada tienes, esposa! “Las ancianas ... enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tito 2.3–5).

Este cuidado de la casa es uno de los trabajos más agotadores que haya en este planeta. Pero precisamente, ¿qué significa ser cuidadosa de tu casa? Considera las siguientes cosas y descubre las áreas donde puedes mejorar.

En las rutinas domésticas encontramos algunas de las responsabilidades más obvias de la ama de casa. La esposa virtuosa cocina, hornea, y friega los platos; limpia la casa y el patio; lava ropa, la plancha y la remienda; cuida de las plantas y los animales; hace compras. ¡Y la lista parece apenas principiar!

La esposa también tiene responsabilidades que la pueden interrumpir en casi cualquier momento. Muchas veces tiene que reaccionar rápidamente para solucionar problemas. Necesita vigilar a los niños, solucionar contenciones, cambiar pañales, preparar de prisa el café, vendar la mano cortada, y corretear las gallinas que quieren almorzar en la hortaliza.

En todas sus responsabilidades, la esposa tiene que adaptarse a varios papeles distintos. Veamos cinco papeles a los cuales ella se tiene que adaptar para poder cumplir con sus responsabilidades: Tiene que ser gerente, enfermera, consejera, maestra, y trabajadora social.

Gerente

La esposa buena es tal que su esposo puede confiar en ella, sabiendo que ella manejará con juicio los recursos materiales de la familia. Ella es frugal con su dinero, invirtiéndolo sabiamente (Proverbios 31.24). Lo que tiene, usa a la mayor ventaja. Evita gastar dinero que no tiene —comprando a crédito.

Enfermera

Cuando la niña sangra de la nariz o el esposo tiene dolor de muela o el bebé tiene fiebre o el niño se lastima el brazo... la mamá está allí para socorrer. Además de saber tratar los malestares, sabe prevenirlos con limpieza, higiene, y una dieta nutritiva. Insiste en que se laven las manos después de ir al sanitario y no permite que los chiquillos anden todos sucios. Ah, y si ella misma se enferma... ¡tiene que seguir con sus negocios!

Consejera

Pleitos, problemas, oportunidades, decisiones —la familia acude a la mamá por sus consejos. Muchas esposas influyen con sus hijos en caminos peligrosos. No seas tú de ésas.

Los oídos de la mamá siempre están atentos y su corazón nunca deja de sentir el dolor de otros. Anima a su esposo después de un día difícil, conforta a sus hijos en sus tragedias personales, y se regocija en los triunfos de los demás. El hecho de que ella fielmente desempeña este papel se debe a su fiel lectura y estudio de la Biblia.

Maestra

La esposa vigila el avance de la educación de sus hijos. Antes de que asistan a la escuela, les enseña a limpiarse y a vestirse. No les permite ser vagos en vez de ir a la escuela. Cuando tienen tarea, ella asegura que la hagan a tiempo. Si tienen dificultades en alguna área de sus estudios, les ayuda a aprender. En lo que le sea posible, evita que tengan que aprender cosas falsas o inmorales en el salón de clase. Y si aprenden lo malo en la escuela, ella apoya a su esposo en corregir lo que han aprendido.

Trabajadora social

Aunque la esposa está ocupadísima con sus propios quehaceres, tiene tiempo para ayudar a otros. A pesar de sus propias necesidades, se fija en las necesidades de otros. Con gran diligencia se esfuerza por proveer lo que necesiten. Aunque sea pobre, encuentra oportunidades de ayudar a los que tengan menos que ella.

Satanás se aprovecha de los tiempos de crisis económica para impedir que la esposa se dedique a ser ama de casa. No permitas que el enemigo astuto te saque de tu hogar de esta manera. Al enfrentar tales situaciones, considera bien (con tu esposo) tus prioridades. ¿Vivirán con menos, o abandonarás a tus hijos tiernos? Si la madre trabaja fuera del hogar, ¿dónde quedarán los niños? ¿Se quedarán en la escuela, en las calles, con vecinos, o con los abuelos? ¿Acaso encontrarán ellos allí la protección y la estabilidad que necesitan? ¡No! Si no se trata de un caso extremo en que el marido esté incapacitado o ausente, permanece en casa, ayudando a tu familia a vivir con menos. Y si se trata de un esposo que no cumple... busca consejos.

Esto no significa que no puedes ayudar con el sostén de tu familia. La mujer virtuosa busca ayudar a su esposo económica­mente... desde su casa (Proverbios 31.22, 24). Esposa, no te ausentes del hogar para trabajar. Si tu esposo te anima a hacerlo, investiga la posibilidad de hacer algún tipo de trabajo en tu propia casa. El verano pasado mi esposa horneaba pan y lo vendía un día por semana. Con esos fondos compraba nuestros alimentos básicos, tela para cortinas y un par de zapatos para nuestra niña menor. Otra hermana corta flores cerca de la casa para vender a la gente del pueblo. Otras hacen tejidos, vestidos, o pasteles. Pero cualquier trabajo puede impedir que cumplas con tus responsabilidades hacia tu familia. ¡Cuídate!

Para concluir esta sección sobre la ama de casa, considera los árboles pequeñitos. ¡Qué flaquitos y débiles! Cualquier viento o lluvia los echa al suelo. Pero con una vara al lado tendrán suficiente protección y apoyo hasta desarrollar su propia fuerza y madurez. ¿Ves la comparación? Tus hijos son esos árboles inestables; ¡tú eres su sostén y protección! Sin ti, ¡grande será el desastre de ellos!

¡Gracias a Dios por madres fieles y amas de casa que proveen el ambiente estable que sus familias necesitan!



Si tu esposo no sigue al Señor, aún es cierto lo anterior. Sólo en casos en que él quiera que desobedezcas al Señor te verás obligada a desobedecer a tu marido.

Si tú y tu esposo eran solteros cuando se casaron, tu matrimonio es aprobado y apoyado por Dios. Tu matrimonio es algo santo y sano. La bendición de Dios reposa sobre tu matrimonio. Dios puede llenar tu vida matrimonial de felicidad, éxito, paz, y realización.

Tú eres la Eva de tu esposo. Vive para su bien. Relaciónate a él con esto en la mente: Haré todo lo que pueda para ayudarle, para mejorar su vida, para encajar bien con sus planes (aunque por ser él pecador, sean un poco egoístas), para ser un conducto de la bendición de Dios a él. Si se lo pides, Dios te dará un deleite en servir a tu esposo de esta manera. Descubrirás diferentes maneras de hacer que la vida de tu esposo sea una delicia y una satisfacción feliz.

Puedes entregarte enteramente a tu esposo. Él debe observar que sólo Dios y su iglesia te importan más que él. Él debe ver que tu cristianismo no te ha hecho independiente de él. Esfuérzate por compartir con él tus anhelos y temores personales, y tus metas para la familia. Esto le dará las oportunidades de ejercerse como tu cabeza, protector, ayudador, y amante. El hecho de que él sea inconverso no hace impura tu relación íntima con él.

¡Dios te ha diseñado para ayudarle a cumplir su plan para tu esposo impío! ¡Puedes ser colaboradora con Dios! Dios busca la salvación de tu esposo, y él depende de tu ayuda. “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa” (1 Pedro 3.1–2).

En vez de entristecerte y desanimarte, la grandeza de tu tarea debe arrimarte más al Señor.

Entrégate por completo al trabajo que Dios te ha dado. Él comprende que tú no podrás cumplir perfectamente tu papel de esposa, especialmente si careces del apoyo de tu marido. Pero eso no disminuye lo que Dios espera de ti. ¿Por qué no? Porque él está a tu lado, listo para darte la fuerza para hacer lo que piensas que ya no puedes hacer.




Las bendiciones de la vida matrimonial

Al haber estudiado las tres lecciones anteriores, es muy posible que tú reacciones como los discípulos del Señor en Mateo 19.10: “Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse.” ¡Tantos ajustes y problemas! ¡Cuántos compromisos y obligaciones para los esposos! ¿Para qué casarse?

Como en todo aspecto de la vida, junto con cada bendición hay responsabilidad. Con cada privilegio viene obligación. Nada en la vida es totalmente gratis; todo nos cuesta algo. Así que, no te espantes con lo que el matrimonio demanda de los cónyuges, porque el matrimonio también nos rinde amplias bendiciones.

En este último capítulo veremos cinco de las bendiciones que Dios tiene para los casados. Algunas de estas bendiciones están disponibles para toda pareja casada, y algunas se reservan exclusivamente para cristianos.



La vida sin propósito es un sinsabor. Los que se casan tienen nuevos propósitos en la vida. Encuentran grandes bendiciones al entregarse al cumplimiento de esos propósitos.

Los casados tienen el propósito nuevo de complacer a su cónyuge. Primera de Corintios 7.32–34 dice claramente que “el casado tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agra­dar a su mujer.... La casada tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido.”

Antes de casarme, ¡qué bendición me era dar felicidad y gozo a mi novia! ¿Por qué? Porque la amaba. Ahora que somos casados, tengo muchas más oportunidades para agradar a mi esposa. ¡Qué bendición!

Otro propósito nuevo del casado es amar. No es que ya no puedas amar a otras personas, pero ningún otro amor humano ha de compararse con el amor que tienes para con tu cónyuge. Ahora puedes brindar tu amor a un individuo en particular. Ya que no tienes que buscar otro amor especial, puedes darte enteramente a éste. ¡Qué oportunidad!

Si eres varón, tienes el propósito de proveer para tu esposa y tus hijos. Darles lo que necesitan es un privilegio de gran magnitud. Tantos hombres en este mundo no tienen con que proveer para sus familias. Saber que tu familia depende de ti y que tú harás todo lo posible por no fallarles te puede traer muchísima bendición.

Si eres mujer, tienes el propósito de ser ama de casa para tu marido. ¡Qué bendición te es poder dar a tu esposo y a tus hijos un hogar ordenado, ropa limpia, y alimentos bien preparados! Con gozo te esfuerzas por hacer cierto Proverbios 31.11–12: “El corazón de su marido está en ella confiado, y no carecerá de ganancias. Le da ella bien y no mal todos los días de su vida.”


Estar casado con la mujer que amo más me es una gran bendición. Ya no estoy solo. Para mí ya se ha cumplido Génesis 2.18: “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él”.

Tengo mi ayuda idónea, y con ella estoy plenamente satisfecho. Y según lo que me dice, ella piensa lo mismo de mí. Dios nos dio el uno al otro para que tuviéramos alguien con quien compartir nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. Toda pareja debe encontrar entre sí compañerismo, amistad, confianza, y comprensión.

Mi esposa y yo nos completamos y nos complementamos muy bien. Algunos de mis puntos débiles resultan ser puntos fuertes de ella, y viceversa. Y yo creo que es así en la mayoría de los matrimonios. Con la ayuda del otro, poco a poco las debilidades de los dos se vuelven en fortalezas.

Así Dios usa a los cónyuges para avanzar su obra en los dos, y así tanto Dios como los cónyuges resulta satisfecho con el matrimonio. Dios desea que la mujer sea “la corona de su esposo” (Proverbios 12.4); también quiere que el esposo ayude a su esposa a mejorarse (Efesios 5.25–28). Dios quiere que encuadremos bien con nuestro cónyuge, encontrando así la ayuda y la unidad que necesitamos.


En nuestra era, muchos piensan de los niños como de una lata y una maldición. Muchas parejas no quieren tener las molestias y las responsabilidades de hijos. Buscan toda manera de impedir el embarazo. Si aún resulta concepción, cometen homicidio (o sea, aborto). ¡Esta actitud hacia los niños es una abominación; contradice la opinión y la voluntad de Dios!

Si Dios acordara con la opinión del mundo presente, no hubiera ordenado en Génesis 1.28: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla.” Dios tiene una opinión altísima de los niños. Cristo se indignó cuando sus discípulos reprendieron a los que le traían sus hijos. Cristo dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios” (Marcos 10.14). Amigo, amiga, tenlo por cierto que Dios nunca menosprecia a los niños. Nota la certeza de Salmo 128.3–4: “Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa. He aquí que así será bendecido el hombre que teme a Jehová.”

En vez de una maldición, ¡los hijos son una bendición de la mano de Dios mismo! En Salmo 127 los hijos son identificados como “herencia de Jehová”: “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos” (3–5).

Además de la bendición de procrear hijos, Dios nos da el privilegio de contribuir al desarrollo de nuestros hijos en todo aspecto de su ser —cuerpo, espíritu, y alma. Sobre nosotros cae la responsabilidad de la enseñanza. Los padres cristianos tenemos el reto de impartirles una herencia de piedad.

En nuestros hijos se nos da la bendición de la influencia de largo alcance. Lo que yo les enseño a mis hijos probablemente llegará a ser lo que ellos les enseñarán a sus propios hijos... y a sus amigos. Mis puntos fuertes y mis puntos débiles se propagarán de una generación a la otra. Mis hábitos y mis preferencias fácilmente podrán llegar a ser los hábitos y las preferencias de mis nietos... y de los bisnietos de mis nietos. La Biblia varias veces se refiere a esto en pasajes como los siguientes:

Las cuales hemos oído y entendido; que nuestros padres nos las contaron. No las encubriremos a sus hijos, contando a la generación venidera las alabanzas de Jehová, y su potencia, y las maravillas que hizo. El estableció testimonio en Jacob, y puso ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres que la notificasen a sus hijos; para que lo sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán; y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios; que guarden sus mandamientos” (Salmo 78.3–7).

Generación a generación celebrará tus obras, y anunciará tus poderosos hechos” (Salmo 145.4).

De esto contaréis a vuestros hijos, y vuestros hijos a sus hijos, y sus hijos a la otra generación” (Joel 1.3).

Esta bendición de hijos no le es concedida a toda pareja. Esto no quiere decir que ese matrimonio no puede ser bueno, feliz, ni lleno de realización. Aunque Dios decida no concederles hijos, su matrimonio es tan completo a sus ojos como otro que sí tiene hijos.


Dios nos ha dado a todos distintas oportunidades para servir. Podemos servir a Dios, podemos servir a la familia, podemos servir a la comunidad. Los casados gozamos de la bendición del servicio unido.

En el Nuevo Testamento, tenemos el ejemplo de Aquila y Priscila. No nos dice mucho de ellos, pero lo que sí nos dice es tremendo: “Cuando le oyeron Priscila y Aquila, le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios” (Hechos 18.26). “Saludad a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús” (Romanos 16.3).

El esposo y la esposa pueden practicar la visitación y el aconsejar juntos. Tu esposa nunca se parará contigo detrás del púlpito para que así puedan predicar juntos. Pero sí puede contribuir a sus mensajes con sus ideas, con su punto de vista femenino, y con su concordancia mental (ayudándole a encontrar cierto versículo a último minuto).

Algunas parejas colaboran juntos para repartir folletos. Una esposa que conozco le ayudó a su esposo a construir una casa pequeña para una viuda necesitada.

Al colaborar para el bien de otros, los cónyuges juntos participan de la bendición de saber que han ayudado a otros. Y qué bendición cuando vemos el fruto de nuestra labor: parejas satisfechas, familias contentas, y personas que siguen al Señor.


En la bendición de la protección moral vemos la provisión sabia de nuestro Dios amoroso. Habiéndonos creado con instintos, impulsos y deseos sexuales, no nos abandonó para quemarnos en lascivias y codicias. Dios nos ha dado la relación más sana y santa para expresar esos deseos: el matrimonio. Por medio del matrimonio, Dios quiere protegernos de los asaltos y las consecuencias de la inmoralidad. “Pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido. No os neguéis el uno al otro ... para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia” (1 Corintios 7.2, 5).

“Digo, pues, a los solteros y a las viudas ... si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando” (1 Corintios 7.8–9).

Con esto no digo que los solteros no pueden vivir vidas puras. Dios da al cristiano soltero el poder para vencer en toda situación. Pero al casado Dios añade una protección especial. Si eres casado, gózate de esa protección.

Dios dio a los varones la habilidad de formular decisiones intelectuales y no tanto emocionales. El hombre y la mujer usan procesos diferentes para llegar a sus decisiones. El hombre se apoya mayormente en el razonamiento; la mujer suele dar mayor atención a la intuición. De esta manera, Dios nos diseñó para traer equilibrio a las vidas de nuestros cónyuges. De esta manera Dios nos protege de decisiones no sabias.

En el matrimonio Dios bendice a los cónyuges con aun otro tipo de protección. Dios ayuda a los cónyuges a protegerse el uno al otro de la depresión, la congoja, la tristeza, y la amargura. No es que estas cosas nunca atacan a los casados, pero con el apoyo y el sustento del cónyuge, se aguantan mucho mejor.

Los casados que siguen el plan de Dios para el matrimonio son los amigos más íntimos. Juntos enfrentan la vida, solucionando problemas y apoyando el uno al otro.

¡Qué bendición!

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