Una reflexión sobre Hebreos 1.1
A veces perdemos de vista la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Con todas las atracciones del mundo desviamos nuestra mirada de la brillantez de su ser y de la maravilla de su obra y nos centramos en las imágenes miserables de un mundo caído. Esto nos muestra nuestra inagotable hambre de misericordia y gracia divinas. Es imperioso que nos alejemos de las atracciones del mundo y que dirijamos nuestra mirada hacia el Creador; que alejemos la mirada de lo temporal y que veamos a aquel que es el Rey eterno.
Los oficios de Cristo
Los destinatarios de la epístola a los Hebreos enfrentaban persecuciones y oposiciones a causa de su fe en Cristo. Por un lado, los judíos los intimidaban, pues pretendían que dependieran de los rituales y de las formas para alcanzar la salvación. Por otro, es probable que transitaran el período en que Nerón emprendió su persecución contra los cristianos. La mayoría de los estudiosos opinan que los destinatarios de la epístola vivían en Italia, probablemente en Roma. Si la gran persecución los había alcanzado, necesitaban aliento para perseverar en su avance en el Señor. El autor de la epístola no les provee a estos cristianos ninguna fórmula detallada para lograr enfrentar las presiones de la vida. Él simplemente los exhorta a ver a Jesucristo en todos sus oficios, porque, al mantener despierta nuestra conciencia de que Cristo es profeta, sacerdote y rey, adquirimos el poder suficiente para soportar la carga más pesada. Nuestro enfoque en este artículo será el de Cristo como profeta.
La majestad de Cristo
Pocos pasajes de la Palabra de Dios nos confrontan con tanta vehemencia con la majestad de Jesucristo como lo hace el primer versículo de Hebreos. Nos maravillamos de que el Dios eterno nos haya hablado por último a través de su Hijo, y de que este mismo Hijo se haya vestido de la humanidad para redimirnos de nuestros pecados.
El autor de Hebreos no pierde tiempo en presentar el tema de la supremacía de Cristo sobre todas las cosas. Con la identificación de nuestro Señor como "Su Hijo", hace hincapié en la deidad de Cristo y en la función de sus oficios divinos. Los judíos entendían con claridad que nombrar a alguien "el Hijo de Dios", significaba "la participación completa en la divinidad del Padre". El autor no duda en afirmar la divinidad de Jesucristo, a fin de que estos creyentes consigan seguir adelante, confiando en el Señor a medida que van enfrentando problemas.
El mensaje de Dios
A lo largo de la historia del Antiguo Testamento, se observa que Dios le habla a su pueblo a través de varios agentes y medios. "Hace mucho tiempo, Dios habló muchas veces y de diversas maneras a nuestros antepasados por medio de los profetas", así apunta a la continua revelación de Dios en el Antiguo Testamento. Sin embargo no fue una revelación completa, pues esa tarea estaba reservada para "su Hijo". Sin embargo, fue una revelación importante de la naturaleza de Dios, de su voluntad para el hombre y del desarrollo de su obra redentora por medio del Hijo. El uso del tiempo verbal aoristo en la palabra griega "habló" "indica que Dios ha terminado de hablar en ambos casos", refiriéndose a los profetas y en última instancia, a Cristo [Comentario sobre la Epístola a los Hebreos, 37].
En el Antiguo Testamento vemos que Dios habla a través de sus siervos, de la ley, de la historia, del lenguaje poético, y por medio de la predicación profética.
El aporte de Cristo
Cada escritor bíblico intervino con su propio estilo. Cada pieza literaria del Antiguo Testamento posee una fuerza única. En la ley, Dios establece las exigencias morales para la creación. En la historia, muestra su obra en la redención y en el juicio. En los libros poéticos o en los sapienciales, los autores utilizan los recursos literarios que exploran las profundidades de la desesperación humana mientras se elevan a las alturas de la misericordia divina. Las dedicaciones proféticas denuncian la injusticia y anuncian juicios y promesas. Toda la literatura del Antiguo Testamento apunta al Mesías que había de venir. La revelación de Dios no fue planeada para completarse en el primer testamento, sino para que "Su Hijo" la culminara. Así que, sea a través de apariciones, o de sueños, visiones, pronunciamientos angelicales, de voz audible o de escritura en piedra, Dios habló de muchas maneras y de diversas formas, sin terminar su revelación, preparándose para el día en que la completaría en su Hijo.
Se desplaza de la revelación del Antiguo Testamento hasta la última revelación en Cristo. "Hace mucho tiempo, Dios habló muchas veces y de diversas maneras a nuestros antepasados por medio de los profetas. Y ahora, en estos últimos días, nos ha hablado por medio de su Hijo". La idea de los últimos días indicaba el tiempo de la revelación del Mesías, y no algún tiempo futuro que todavía debía ser revelado. El gran suceso en el pesebre de Belén introdujo los últimos días al mundo. Su culminación será la segunda venida de Cristo.
La supremacía de Cristo
Dios no revela ahora algo más de lo que reveló su Hijo. Ya no es necesario que haya una revelación continua de palabra divina. Dios habló por último a través de su Hijo. Aquí vemos la intensidad de la frase: "Y ahora, en estos últimos días, nos habló por medio de su Hijo". El aoristo "habló" refiere a la culminación de algo. No es posible añadir nada más. Los grupos que siguen declarando nuevas revelaciones de Dios solo demuestran que son falsos profetas. Porque, ¿qué más podemos agregar a lo que declaró el eterno Hijo de Dios? Jesús enseñó: "ustedes ahora son mis amigos, porque les he contado todo lo que el Padre me dijo" (Jn 15:15). Con esta declaración Jesucristo afirma su supremacía sobre todos los padres, profetas y autores sabios del Antiguo Testamento. También significa que debemos interpretar lo que enseña el Antiguo Testamento a la luz de la revelación de Jesucristo. Dios ha hablado a través de su Hijo; ¿lo estamos escuchando?
La autoridad de Cristo
El evento de la transfiguración de nuestro Señor expone esta misma verdad. Los discípulos vieron delante de ellos la resplandeciente gloria de Cristo. Junto con Jesús estaban la manifestación de Moisés y de Elías, representaban la Ley y los profetas, es decir, el Antiguo Testamento. Cuando Pedro quiso preparar un tabernáculo para Cristo, Moisés y Elías, la divina presencia de Dios los cubrió a todos y el Padre habló: "Este es mi Hijo, mi elegido. Escúchenlo a él". En otras palabras, han escuchado a Moisés y a los profetas pero ellos no son nada comparados al Hijo de Dios. ¡Escúchenlo! Él habló definitivamente y con máxima autoridad (Lc 9:35). Escuchemos la voz de Cristo a través de su palabra. Conozcámoslo como nuestro profeta que ha hablado irrevocablemente a nuestro corazón.
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