Vemos cada vez con mayor preocupación, lo que le cuesta a los jóvenes latinoamericanos, dejar atrás la adolescencia y asumir en su juventud con una postura madura, adulta y plena de la vida. Aún más dentro de las iglesias. Esto nos lleva a repensar nuestros ministerios, a enfocarse desde otro ámbito en nuestra tarea pastoral y dar respuesta a las necesidades de gran parte de los jóvenes, que llegan al final de su adolescencia sin encontrar un rumbo para sus vidas.
A pesar de ser una generación con GPS, de estar a la vanguardia de las redes sociales y de la sociedad de la información; todo eso no alcanza, para que encuentren su rumbo. La falta de rumbos tiene que ver con una generación de Jóvenes sin pasión.
La palabra pasión proviene del latín: passio. Del verbo patio (padecer, sufrir, tolerar). Esto es lo contrario a la acción, no habla de un estado pasivo, sino que tiene su raíz en pei que significa sufrimiento. Entonces: sufrir, ser paciente y desear algo tienen puntos en común. Muchos jóvenes no quieren esperar, no quieren sufrir, todo tiene que ser ya y no se “apasionan” por nada.
REFLEXIONEMOS SOBRE ALGUNAS CAUSAS…
Esta generación es parte de la cultura del “Llame ya!”. Han sido altamente influidos por todo un contexto social en donde todo se consigue de inmediato y con el menor esfuerzo posible. Todo lo quiere conseguir ahora. Son capaces de cualquier cosa con tal de tenerlo. Y cuando lo logran quieren otra. Están muy lejos de aprender aquello que Pablo describe como “he aprendido a estar contento con lo que tengo” (Filipenses 4:11 NTV). La sociedad de consumo los lleva a enfocarse en querer tener.
Los referentes adultos que se presentan, tampoco ayudan en este conflicto. Padres, líderes, pastores, profesores, etc. se muestran muchas veces atrapados en esta red. Los modelos adultos que los medios presentan, descalifican en forma determinante la figura del adulto para los adolescentes y jóvenes. Basta con echarle una mirada a muchas de las publicidades sobre tecnología. Esta descalificación recae sobre todo en el papel que nos toca desempeñar como padres. Y sino, pensemos en el modelo de familia que por excelencia promueven los medios desde hace más de dos décadas en nuestra pantalla chica: Los Simpson. Nos divertimos y disfrutamos cada capítulo, pero allí hay una figura de padre desgastada, cuestionada, burlada que no ejerce ningún tipo de autoridad, ni de referencia para sus hijos. Pero sin llegar a ese extremo (en el que sin duda no queremos vernos identificados) también nuestros jóvenes tienen padres ausentes, padres que viven para trabajar, para servir al consumo, sin estar plenos. Por eso no hay apuro con ser mayor. Deben entonces, encontrar en sus líderes, modelos de adultos responsables, maduros, que los desafíen a vivir una vida adulta plena.
Otra de las causas, que aleja a estos jóvenes de la posibilidad de construir un rumbo, es que son cyber-dependientes. Sus comunicaciones, sus relaciones, sus amistades, sus estudios, tareas y aún sus trabajos dependen de su universo virtual. La cantidad de “universos virtuales” va en contra de una construcción real y propia. Para poder encontrarse y relacionarse con otros necesitan estar siempre acompañados por auxiliares: el chat, el DJ, el Facebook, el after office, son los que dan sustento a sus relaciones. Les cuesta tener una iniciativa propia, por eso encontramos una epidemia de solos y solas en esta generación, con grandes dificultades para formar pareja. No están dispuestos a dejar la individualidad y a pagar el precio de una construcción conjunta, postergando sus intereses individuales.
CÓMO AYUDARLOS…
Como adultos (seamos padres, líderes, referentes o pastores) necesitamos ayudarlos a construir un umbral de frustración más bajo, que puedan reconocer que hay cosas que no se pueden alcanzar o que no se pueden en forma instantánea. No debemos generar el facilismo, porque nos resulta cómodo, atractivo o nos da una mayor popularidad. Tampoco salir a responder frente a cada frustración, tratando de evitarlas o hacerla más fácil. Cuando El Principito (extraordinario personaje de Saint Exupéri) está por abandonar su planeta para salir de viaje, le preocupa su rosa. Su única compañía en ese lugar. Sólo él se ocupaba de todo. Así que coloca una gran campana de cristal para que esté protegida. La Rosa se rehúsa. Preocupado el Principito manifiesta: ¿Quién te va cuidar del frío de la noche; de las bestias? Y enumera una larga lista de peligros… La Rosa resignada responde: “Debo soportar las orugas, si quiero conocer las mariposas”.
Debemos generar en nuestros jóvenes, sentido de responsabilidad y para eso es importante delegar desde temprana edad, pequeñas tareas, aún con el riesgo que no salgan del todo bien, pero que deban comprometerse con su accionar.
También es importante generar espacios de participación y decisión, en donde sean escuchados, sus aportes sean valorados y puedan ir desarrollando su capacidad de decidir, elegir y asumir la responsabilidad y las consecuencias de sus decisiones.
Encontrarle rumbo a la vida, es parte de la madurez, de ser reconocido como adulto. Abandonar el nido materno, en busca de la libertad implicar un gran proceso. Tener la madurez para hacerse cargo de esa libertad, no es algo que se construye de un día para el otro. Al pueblo de Israel le llevó mucho tiempo. La gente que abandonó Egipto buscando ser libres, pasaron noventa días viendo los milagros que Dios hizo en el desierto, sin embargo no fue suficiente. Siguieron mirando hacia atrás, añorando aquellas cosas que tuvieron en Egipto y no pudieron mirar para adelante porque vieron a los moradores de la tierra prometida como gigantes. Quedaron a mitad de camino. Se rebelaron contra Egipto en busca de la libertad y después se rebelaron contra Dios para no pagar el precio de la libertad.
Entrar en la madurez de la tierra prometida, implica asumir el costo de la libertad. Los jóvenes necesitan rebelarse a los padres, al sistema, al consumo, a la mediocridad, a las estructuras. Debemos alentarlos a qué puedan hacerlo, pero invitarlos a cambiar una letra. Un B por una V. Entonces que puedan ReVelarse, descubriéndose a uno mismo, encontrar su identidad en Cristo y sobre ese fundamento que empiecen a despegar sobre la mediocridad que les ofrece el sistema y descubrir que la idea de Dios es que crezcan, que maduren, que tengan una vida plena.
BENDICIONES |
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