Las ciudades concentran pecado y necesidad, pero también ofrecen una comunidad y un ministerio unido.
La historia del pueblo de Dios comienza en un jardín. En el paraíso de la creación, el primer hombre y la primera mujer experimentaron una gran intimidad tanto con la creación como con el Creador. Caminaban con Dios en comunión individual; cara a cara. Ellos cuidaban el jardín, pero por causa de su pecado Dios los expulsó del Edén y de toda su gloria. Sin embargo, más allá de que el pecado estropeara la relación de ellos con el Creador, no consiguió destruir en ellos la imagen de Dios. Incluso hoy, en un mundo caído, el paisaje natural todavía refleja la suprema majestad de Aquel que lo creó.
Hallar a Dios
Desde aquel tiempo, no hemos dejado de buscar esa comunión intensa e individual con Dios. Por eso, es natural que muchas personas abandonen sus hogares citadinos para estar en un parque natural, así consiguen aislarse del ruido y del desorden creado por el hombre. Van al campo en busca de un renuevo espiritual y de una visión más certera de cómo Dios había planeado la vida.
¿Acaso hemos idealizado el paisaje rural? ¿Cuál es el mensaje que enviamos cuando nos escapamos de la ciudad para buscar a Dios? Es más fácil perder de vista al Creador en medio de tanto cemento y de las innumerables transacciones civiles y comerciales que caracterizan al mundo urbano.
Históricamente muchos cristianos, desde los padres del desierto hasta las familias norteamericanas típicas, se han escabullido de la ciudad. Algunos se han escapado de los excesos que en la gran metrópolis se viven; otros se han marchado hacia los suburbios, para estar más conectados con la tierra. Pero con el paso de los años, cada vez más personas, incluyendo a muchos cristianos, han vuelto a la ciudad; porque la ciudad, al igual que los suburbios, revela de manera única el poder y el plan de Dios para su pueblo.
Vicio concentrado, oportunidad sin igual
En la imaginación popular, la ciudad representa los vicios de la sociedad: violencia, crimen, desviación sexual, drogas. Con una visión intensificada del sufrimiento a causa de la falta de vivienda, la pobreza y la discriminación racial, en la ciudad vemos los efectos más extremos de vivir en un mundo pecaminoso. Y aunque ciertamente estas realidades no se viven exclusivamente en la ciudad, se concentran más, como ocurre con el resto de las cosas en un entorno urbano.
Con esta concentración de necesidades, intensificada por la creciente inmigración y migración interna, muchos de los que viven en las afueras piensan que ante todo, la ciudad es un lugar que necesita salvación; una oportunidad ideal para la evangelización. Los misioneros a corto plazo viajan a las ciudades de todo el país para servir en comedores comunitarios y en refugios para desamparados, para dar funciones de teatro callejero, y para repartir folletos. Esperan ganar almas para Cristo y, al mismo tiempo, ofrecer un alivio temporal a los hambrientos y ayudar a los menos afortunados.
El desafío de la diversidad
Mientras se llevan a cabo las misiones a corto plazo, aquellos que han desarrollado su vida en la ciudad conciben algunas ideas distintas acerca del significado del ministerio urbano. Para muchos de los que están en el ministerio, el desafío urbano es la diversidad. Después de todo, los que ministran en la ciudad enfrentan desafíos distintos que los que ministran en las zonas marginales.
Las iglesias dedicadas a las zonas marginales enfrentan algunos de los problemas más sombríos al predicar a los segregados: personas sin hogar, adictos a las drogas, madres que viven de la asistencia social y miembros de pandillas. Día tras día, chocan en sus congregaciones no solo con necesidades espirituales, sino también con necesidades básicas. Predican un mensaje de esperanza en medio de la violencia de las pandillas y de la extrema pobreza. Al promover ministerios prácticos y sencillamente brindar cultos, fomentan que la comunidad desarrolle sus propios recursos y promueven su dignidad.
Opciones para transformación
Para los líderes de las iglesias urbanas, dirigidos por figuras reconocidas como Ray Bakke, en Chicago, y Tim Keller, en Nueva York, las ciudades son algo más que una Sodoma o Gomorra actual, en espera de su caída en silencio o clamando para obtener la salvación en el mundo rural redimido.
Todo lo contrario, son centros de transformación concentrada, comunidades con la oportunidad de demostrar la gracia de Dios. Son oportunidades para que personas de diversos trasfondos puedan vivir y trabajar juntas, y así participar en la obra auténtica del evangelio. Las ciudades permiten que las redes de iglesias cercanas provean los recursos vitales para que los cristianos compartan el deseo de Dios de derribar las barreras que impiden la justicia, la responsabilidad y el amor fraternal.
Como las iglesias y los centros ministeriales abordan temas urbanos, también deben encontrar la manera de cubrir los espacios con cambios positivos. Y como es de esperar, las ciudades y sus iglesias ofrecen muchas opciones. A partir de proyectos artísticos públicos, programas de deportes extracurriculares, activismo político y jardines comunitarios, el poder transformador del evangelio está creciendo con firmeza a lo largo de las ciudades del país.
Es cierto que la historia del pueblo de Dios comienza en un jardín, pero no nos olvidemos de que culmina en una ciudad; una ciudad redimida y gloriosa. A través del accionar de la iglesia, Dios nunca deja de llamar a las ciudades de todo el mundo, cada cual con miles de oportunidades invaluables para ver las obras de la gracia. Por eso la próxima vez que busque una experiencia grandiosa, intente encontrarla en un edificio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario