Ser esposos en 
su propio hogar. ¡El anhelo de casi todo joven y jovencita! Cuando yo me 
case, tendré con quien compartir todos mis gozos y mis tristezas. Daré mi amor a 
mi cónyuge y sacrificaré mi todo para su bienestar. Tendremos un hogar donde se 
podrá sentir la mera presencia de Dios. Nuestro hogar será un cielo 
pequeño.
¡Qué sueños 
más bonitos! ¡Qué metas más nobles! Y sí, cuán alcanzables.   
Pasan diez 
años. El sueño ya se ha realizado... por lo menos, ya están casados. 
Pero para 
muchos, ahí se termina la realización del sueño. Están casados, sí, pero su 
hogar se parece más a un infierno pequeño que a un cielo pequeño. ¡Qué 
desastre!
La vida 
matrimonial, ¿un cielo pequeño o un infierno pequeño? Depende. Depende de los 
esposos. Dios les ha otorgado la responsabilidad de escoger cómo será su vida 
matrimonial. 
Su felicidad 
no depende de las condiciones que les rodeen. No importa si sean pobres o si 
sean ricos. No importa si todo les vaya bien o si todo les salga mal. No 
importa... los esposos son responsables para escoger. ¿Seguirán los principios 
de amor y humildad? ¿O buscarán sus propios deseos egoístas? Si hacen éste, su 
hogar será un infierno pequeño. Pero si hacen aquello, su hogar será bendito de 
Dios, un cielo pequeño aquí en la tierra!
En este libro 
verás cómo practicar el amor verdadero y la humildad con tu cónyuge. ¿Qué debes 
hacer cuando los dos quieren comerse el hígado del pollo? ¿Cómo vas a gastar el 
dinero que tienen a mano: ¿un sombrero nuevo para él, o una olla nueva para 
ella? ¿Debo obedecer a mi esposo si él no sigue a Cristo? 
Ojalá que al 
estudiar este libro Dios te hable y te enseñe cómo cumplir su plan magnífico en 
cuanto al matrimonio, ¡en cuanto a tu matrimonio!
Ajustes y problemas: o 
dividen o 
unen
 ¡Qué 
diferente! Ayer era novio; hoy soy esposo. Ayer aún existía la posibilidad de 
perderla a otro hombre; hoy se acabó la conquista. Ayer veía las cosas desde el 
punto de vista masculino; hoy tengo que verlas desde el punto de vista femenino 
también. Ayer no me era lícito tocarla íntimamente; hoy las relaciones íntimas 
son honrosas. Ayer era responsable por mí mismo; hoy soy responsable por 
nosotros. Ayer la veía a su mejor; hoy la veo como es normalmente. Ayer podía 
ocultar mis malos hábitos; hoy será más difícil. Ayer vivía en sueños; hoy 
empieza la realidad. Ayer era soltero; hoy me casé. ¡Qué 
diferente!
Cuando un 
hombre y una mujer entran en una relación tan íntima como el matrimonio, 
descubren miles de ajustes y problemas. Las razones varían. Ya que no son del 
mismo sexo, tienen distintas reacciones, ideas, emociones, valores, ambiciones y 
deseos. Y ya que vienen de dos familias distintas, se aumentan las 
diferencias... diferencias económicas, escolares, religiosas. ¡Y así llegamos a 
los miles de ajustes y problemas! 
A veces los 
novios enamorados son ciegos a tales cosas y dicen: “Estoy seguro de que muchas 
parejas pasan por problemas y ajustes difíciles cuando se casan. ¡Pero nosotros 
no!” 
Pero el casado 
a veces se pregunta: “¿Cómo pude ser tan ingenuo? ¡Y nadie me lo advirtió... o 
sea que no le creí! Y ahora, ¿qué haremos?”
No existe otra 
relación que demande de los participantes ajustes tan repentinos y grandes. Con 
razón tantos matrimonios fracasan de una manera u otra. Y si tú no logras hacer 
estos ajustes en una manera madura y sana, tu matrimonio también será un 
desastre. El matrimonio exitoso es así porque los cónyuges se esfuerzan por 
comunicarse, y por ser pacientes, amorosos, humildes, y generosos. Los ajustes 
bien logrados ayudan a formar un matrimonio sólido y satisfactorio. 
Diferencias. O 
destruirán el matrimonio o lo enriquecerán. Lo interesante es que en gran manera 
el resultado depende de la pareja. Depende de cómo reaccionan a sus 
problemas.
Veamos ocho 
ajustes y dificultades que pueden producir desacuerdos en cualquier matrimonio. 
Veamos cómo los cónyuges pueden salir de tales desacuerdos con una relación más 
rica y que agrada a Dios.
Todos 
acostumbramos a pensar en nosotros mismos. Todos planeamos nuestras vidas para 
nuestro propio bien. Todos por naturaleza somos egocéntricos. Pero en el 
matrimonio, tenemos que cambiarnos. De repente, ya no soy yo, sino 
nosotros. Qué raro. ¡Y qué difícil!
Ayer, si me 
daba la gana, salía de compras o me recostaba a leer un libro. Ayer, si yo 
quería, cambiaba de trabajo o no me afeitaba. Ayer, según mi antojo, compraba 
una Pepsi o me paseaba todo el día con mis amigos. Ayer, conforme a mis 
emociones, tocaba himnos en la grabadora o me iba solo al monte. Ayer. Pero, ya 
no soy yo, sino nosotros. Qué raro. ¡Y qué 
difícil!
Creo que éste 
es el ajuste principal. Si lo logramos, los demás ajustes serán más fáciles. 
Tengo que cambiar los pensamientos de lo que yo quiero a lo que ella quiere. 
Ella tiene que cambiar los pensamientos suyos de lo que ella quiere a lo que yo 
quiero. Y juntos debemos buscar lo que sea bueno y provechoso para 
ambos.
La Biblia dice 
que Dios toma a dos y los une en uno. Esto significa que ya no debo vivir para 
el bien mío, sino para el bien nuestro. Significa que mi vida queda 
enredada con la vida de mi esposa. Nuestras vidas son para compartir entre 
nosotros. Debemos fomentar entre nosotros una comunicación que sobrepasa la que 
tengamos con cualquier otra persona.
Todo esto 
tiene efectos tremendos en nuestras vidas. Yo ya no paso tantas horas con mis 
amigos. Ya no salgo para pasearme solo tanto como antes. No es que por ser 
casado ya no me gustan esas cosas, sino que ahora me es más importante mi 
relación con mi esposa. Y ella me ha puesto a mí y a nuestra relación en una 
posición semejante.
Y ¿qué de los 
libros y la grabadora? El mismo principio rige. Hay ocasiones cuando quisiera 
leer, pero ella necesita de alguien con quien platicar o de alguien que le ayude 
a tender la ropa. Entonces no leo. 
De vez en 
cuando se me antoja escuchar himnos en la grabadora. Pero ¿qué hago si mi esposa 
quiere escuchar un mensaje o quiere que vaya a comprar harina? ¿o si sólo quiere 
silencio en ese momento? Por amor a ella e interés en nosotros, no 
escucho los himnos. 
“¿Para dónde 
vas?” “¿Qué estás pensando?” “¿De dónde vienes?” “¿Por qué hiciste esto?” “¿Con 
quién platicaste?” “¿Qué hiciste hoy?” “¿Cuándo vas a volver?” “¿Qué piensas 
hacer hoy?” “¿Qué te dijo fulano?”
Me imagino que 
fueron tales preguntas que le impulsaron a un amigo mío a preguntar: “¿Por qué 
son las esposas tan entrometidas en los negocios de sus 
esposos?”
Francamente, 
tales preguntas no deben ser necesarias muchas veces. Los cónyuges deben 
compartir sus vidas el uno con el otro. Deben compartir sus planes, sus 
pensamientos y sus experiencias. Si mi esposa siempre tiene que hacerme tales 
preguntas, o si yo las tengo que hacer a ella, entonces hemos fallado en 
funcionar como nosotros. Siendo que ahora somos uno, ambos tenemos 
derecho a todo lo del otro.
El ajuste de 
yo a nosotros requiere tanto un cambio de punto de vista como un 
cambio de vida. No es fácil, pero sí es posible. Te sugiero tres cosas que 
ayudan en esto grandemente: la ayuda de Dios, un noviazgo bien fundado, y el 
amor.
La ayuda de Dios 
Cualquier 
matrimonio puede ser feliz, exitoso, y lleno de nosotros. Aun el 
matrimonio pagano. Pero la abundancia matrimonial en todos sus aspectos 
pertenece sólo a aquellos cónyuges que conocen a Dios. Para lograr el ajuste de 
yo a nosotros, busca la ayuda de Dios. Él puede hacer los cambios 
fundamentales en el corazón. Él se especializa en cambiar puntos de vista y 
propósitos de vida.
Un noviazgo bien fundado 
Si tú aún no 
te has casado, entonces hay algo que puedes hacer antes de casarte. Dale a tu 
noviazgo un fundamento bueno y sólido. El ajuste a nosotros les es cosa 
más fácil a aquellos que han practicado el concepto de nosotros en el 
noviazgo. En cambio muchas parejas, en su mismo noviazgo, hacen difíciles los 
ajustes que vendrán después. 
¿Te suena 
raro? Déjame explicar. Se enamoran en un sentido físico, nada más. Se conocen 
muy poco en el aspecto espiritual. Se casan. ¡Pún! A las pocas semanas (o días, 
quizás) descubren que se casaron con un desconocido. A tales los ajustes les son 
difíciles, y a veces hasta imposibles si no vuelven a Dios para hallar la 
solución para su dilema.
El amor 
¿Te parece 
extraño que hablo del amor al hablar de los ajustes? ¿Sabes que muchos se casan 
sin conocer el amor verdadero? ¡Es cierto! Cada uno se ocupa tanto con yo 
que no tiene tiempo de preocuparse con la otra persona. Su relación se basa en 
lo que cada uno puede conseguir del otro. Aun los favores que hacen el uno para 
el otro los hacen para conseguir algo para sí mismos. 
El amor 
verdadero se interesa en el bien del otro, sin buscar provecho personal. Medita 
en estos pasajes bíblicos que pintan un paisaje del amor 
verdadero.
“Las muchas 
aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos” (Cantares 
8.7).
“Nadie 
tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 
15.13).
“El amor 
sea sin fingimiento” (Romanos 12.9).
“El amor no 
hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 
13.10).
“El amor es 
sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se 
envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda 
rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, 
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser” (1 
Corintios 13.4–8).
“Todas 
vuestras cosas sean hechas con amor” (1 Corintios 16.14).
“Servíos 
por amor los unos a los otros” (Gálatas 5.13).
“Con toda 
humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en 
amor” (Efesios 4.2).
“El que no 
ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 
4.8).
Si nos hemos 
criado en un hogar normal, siempre nos hemos considerado hijos de papá y de 
mamá. Desde niño hemos vivido bajo su mando. Hemos ido con ellos al trabajo, al 
culto, o para visitar en otro pueblo. Al crecer, poco a poco hemos obtenido 
cierto grado de independencia. Pero muchos hemos seguido viviendo en la misma 
casa con nuestros padres, comiendo la misma comida, platicando los mismos 
temas... hasta casarnos. 
Todo esto es 
bueno. Dios lo diseñó para nuestro bien. Pero según dice Dios, cuando nos 
casamos, esta relación se tiene que cambiar. En la Biblia Dios nos da una 
instrucción en cuanto a este cambio. La da no sólo una vez, sino cuatro 
veces:
“Por tanto, 
dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una 
sola carne” (Génesis 2.24). (Ve también Mateo 19.5, Marcos 10.7 y Efesios 
5.31.)
¿Qué querrá 
decir Dios con tal instrucción? 
Creo que aquí 
Dios describe el inicio de una nueva relación entre hijos y padres. Esta 
relación se suma con una palabra: separación. Enfocaremos cuatro aspectos 
de la separación entre los casados y sus padres.
Separación física 
La pareja 
recién casada establece su propio hogar en su propia casa o habitación. No 
importa tanto cuánta distancia haya entre la casa de la pareja y la casa de sus 
padres. Lo importante es que vivan aparte.
Separación económica 
El nuevo 
esposo se vuelve el único sostén de su esposa. Los padres ya no se ven obligados 
a proveer a las necesidades materiales de la pareja. Algunos padres usan el 
dinero y las cosas materiales para controlar a sus hijos casados. La pareja 
recién casada debe tratar de evitar este problema. La mejor manera es que el 
esposo trabaje para sostener a su familia, y que él, con la ayuda de su esposa, 
haga las decisiones económicas. No digo que la pareja ya no debe pedir consejos 
de sus padres en cuanto a asuntos económicos. Pero deben tener cuidado de no 
depender de sus padres económicamente.
Separación emocional 
Tanto el 
marido como la mujer debe comprender que su matrimonio importa más que los lazos 
emocionales que les unen a sus padres. Cuando haya conflictos en tu matrimonio, 
¡no corras a casa a quejarte a tu mamá! Te aseguro que si tu cónyuge se entera 
de tus “llantos” con ella, tus problemas matrimoniales sólo aumentarán. Sin 
embargo, no digo que ahora deben pasar por alto a sus padres, ni que se deben 
olvidar de ellos. Aún deben disfrutar de la amistad y los consejos de sus 
padres. Por esto es bueno visitarlos regularmente, juntos. 
Separación pública 
El dejar el 
hogar de los padres debe ser un acto atestiguado por la comunidad y las 
autoridades. El hombre y la mujer públicamente hacen votos de fidelidad y 
lealtad. Prometen ser fieles el uno al otro durante toda su vida. Se comprometen 
para una tarea de toda la vida, y así inician la nueva 
familia.
Si los casados 
fallan en obedecer el mandato de Dios de dejar padre y madre, descubrirán una 
gran fuente de problemas, desacuerdos y tristezas. ¿Encuentras en lo siguiente 
algo que describa tu matrimonio? 
• Tus suegros 
controlan a tu marido porque ustedes dependen de ellos 
económicamente.
• Hoy en la 
mañana le dijiste a tu esposa que ella no sabe limpiar la casa tan bien como tu 
mamá.
• Ayer le 
dijiste a tu esposo que él no es tan trabajador y considerado como tu papá. 
• Mientras tu 
esposa se queda en casa con los niños, tú pasas la hora de la siesta en un catre 
en el patio de tus padres. 
• Tú corres a 
llorarle a tu mamá cuando tú y tu esposo tienen desacuerdos. 
• Ayer tu 
esposa tuvo un desacuerdo con tu mamá y tú apoyaste a tu mamá. 
• Te pasas la 
mayoría de tus días en la casa de tu mamá y no estás en casa cuando llega tu 
marido del trabajo.
Si tú y tu 
cónyuge han descuidado de dejar a sus padres en algunas de estas áreas, sin duda 
les ha traído desacuerdos, tensión emocional y tristeza. Ahora ¿qué deben 
hacer?
Reconozcan que no han obedecido fielmente el mandato de Dios 
de dejar padre y madre. Confiesen sus errores el uno al otro, pidiendo 
perdón. Explíquenles a sus padres que estarán esforzándose por hacer las 
cosas en una manera más bíblica. Pídanles su apoyo en esto. Dejen a sus 
padres en las maneras detalladas en esta sección. 
“Cuando 
todavía estábamos noviando, José siempre quería hacerme favorcitos. Suplía mis 
necesidades antes de que me diera cuenta de que faltaba algo; pero ya no. En 
aquel entonces, platicábamos mucho; ahora casi nada. Me gustaba más nuestra 
relación cuando éramos novios.”
¿Te suena 
conocido ese refrán? Es un problema común. 
¿Por qué ha 
pasado así con estos novios?
Porque se ha 
acabado la conquista. 
Y ¿no hay 
solución? 
Claro que sí. 
Es tiempo de olvidar a yo, y volver a tú y nosotros. Es 
tiempo de reconocer que el amor, el romance, y el respeto no son sólo para los 
novios. Es tiempo de comprender que retener el amor y la estima del cónyuge 
requiere tanto esfuerzo como ganarse al cónyuge en primer 
lugar.
Se requiere 
diligencia y bastante trabajo hacer arder una gran fogata, pero una vez que esté 
ardiendo, ¿ya se acabó el trabajo? ¡No! Ahora se requiere bastante esfuerzo para 
mantener el fuego, para que no se apague. 
Joven, antes 
temías que tu novia te dejara; por eso te comportabas en la mejor manera 
posible. Pero ahora que es tu esposa, tu buen comportamiento se va volando. 
Señorita, 
antes temías que tu novio eligiera a otra señorita; por eso siempre te 
presentabas en tu mejor aspecto. Pero ahora que es tu marido, esas cosas no te 
parecen tan importantes.
Ahora tienen 
que reconocer que el noviazgo no es una relación normal. En el noviazgo los dos 
tratan de mostrar solamente lo bueno que son. Después de la boda la vida se 
vuelve más normal y rutinaria... y entonces es imposible seguir ocultando sus 
hábitos negativos.
¿Cómo puedo 
ganar a mi cónyuge hoy? Si tú te haces esta pregunta cada día, descubrirás 
muchas oportunidades para ser de bendición, ánimo y alegría a tu cónyuge. Y 
también disfrutarás de lo mismo para ti.
Ella prefiere 
tortillas de harina; él, de maíz. A él le gustan los huevos estrellados; a ella 
le caen mejor revueltos. A ella le encanta salir a visitar; a él le gusta 
quedarse en casa. Él acostumbra acostarse temprano; ella nunca se acostaba antes 
de las once. A ella le gusta el té; a él le encanta el café. 
O tal vez los 
dos tienen los mismos gustos, pero sólo uno puede gozar de ellos a la vez. Los 
dos siempre se sentaban en la silla mecedora. Él solía llevar la grabadora al 
trabajo, pero a ella siempre le gustaba escucharla mientras hacía los quehaceres 
en casa. En sus familias propias, ellos eran los únicos que se comían el hígado 
cuando comían pollo. 
Hay una manera 
fácil y muy común para solucionar estos problemitas. Siendo el esposo el jefe 
del hogar, él insistirá en tortillas de maíz, huevos estrellados y café... y a 
él le tocarán los hígados de pollo. Él dirá que no quiere visitas en casa y que 
se acostarán tempranito. La silla mecedora y la grabadora serán mayormente para 
él.
Quiero que 
consideres otra solución. Una solución bíblica. No es una solución fácil; por lo 
tanto, tampoco es común. Busca los siguientes versículos y escribe la 
solución.
Romanos 12.10: 
________________________________________
Gálatas 5.13: 
___________________________________________
Efesios 4.32: 
___________________________________________
Filipenses 
2.3: __________________________________________
1 Juan 3.16: 
___________________________________________
Consideración 
mutua. Preferencia al cónyuge. Sacrificio de los deseos personales. Esa es la 
solución bíblica. Esa es la solución que trae paz, harmonía, satisfacción, y 
gozo a toda relación matrimonial.
En bastantes 
áreas, simplemente podrán tomar turnos. Y en todo asunto, que el marido dé 
preferencia a su esposa, y que ella se someta a sus 
decisiones.
Ahora bien, 
una vez que estas cosas se solucionen en una manera general, ¡entonces llega el 
tiempo para las sorpresas! Por ejemplo, el próximo hígado le toca a él. Cuando 
ella se levanta para traer el té, él a escondidas pone el hígado en el plato de 
ella. Lo que quiero decir es que, después de establecer ciertos patrones de vida 
y comportamiento, todavía existen en abundancia oportunidades de mostrar amor, 
estima y preferencia. ¡Que Dios inspire tu imaginación y 
creatividad!
¿Cómo oprimes 
el tubo de la pasta dental? ¿Qué haces con la ropa sucia al terminar el día? 
¿Cuántas cucharas usas en cada alimento? ¿Masticas la comida con la boca abierta 
o cerrada? ¿Dónde pones la toalla después de bañarte? ¿Cómo te suenas las 
narices? ¿Cuán olvidadizo eres? ¿Cuán pronto contestas las preguntas que te hace 
tu cónyuge? ¿Qué haces con las manos cuando platicas? ¿Interrumpes al que está 
hablando? ¿Cómo estornudas? ¿Guardas las cosas cuando terminas de usarlas? 
¿Recuerdas decir “Gracias” y “Por favor”? ¿A qué hora despiertas en la 
mañana?
Todos tenemos 
hábitos que nos parecen muy normales. Y todos tenemos hábitos de los cuales no 
estamos enterados, pues los hacemos sin pensar. 
No todos los 
hábitos son malos. Pero siempre habrá algunos que le caigan mal al cónyuge. Tal 
vez le parecen innecesarios, o hasta incultos. Nuestra reacción a todo esto 
afectará nuestro gozo matrimonial.
Un hábito 
desagradable pronto te puede llegar a ser muy enfadoso. Pueda que un día ya no 
aguantes estar con tu cónyuge. Si no encuentras la solución a este dilema lo más 
pronto posible, empezarás a reaccionar mal. Te presento tres pasos que 
tomar.
En primer 
lugar, pídele al Señor humildad y gracia para vencer tu impaciencia. Aprende a 
soportar ese hábito con todo el amor que le tienes a tu cónyuge. Y deja de 
pensar en ese hábito, pues no vale la pena irritarte por tales cosas. Con la 
ayuda del Señor, goza de la vida, y que los hábitos desagradables de tu cónyuge 
no te quiten la paz y el contentamiento.
En segundo 
lugar, reconoce que no es tu responsabilidad cambiar o mejorar a tu cónyuge. Tú 
eres responsable por tus propios hábitos. Recuerda que tú también tienes hábitos 
que le puedan caer mal a tu cónyuge. Por eso, cuando observas algo en ella que 
no te gusta, obsérvate a ti mismo para ver si acaso tienes algún hábito que le 
pueda caer mal a ella. Y esfuérzate por cambiarte a ti mismo. Ah, ¿no viste nada 
cuando te observaste? Bueno, pregúntale a tu esposa así: 
—Querida, 
¿acaso tengo algún hábito que te enfade? Dime, por favor, y lo trataré de 
cambiar. 
¡No hagas 
excusas, ni te enojes cuando te diga algo! Pues al hacerle esta pregunta es 
posible que no tengas que tomar el segundo paso. ¿Por qué? Porque es muy 
probable que ella te haga la misma pregunta, y entonces tendrás la oportunidad 
de decirle lo que te molesta tanto. Pero cuídate de no decírselo en una manera 
acusatoria.
El tercer paso 
es muy delicado, y hay que tomarlo solamente si tu cónyuge no te pregunta si 
tiene algún hábito que te moleste. Pídele a Dios que les dé una buena 
oportunidad de hablar francamente a tu esposo. También pídele sabiduría para 
decir las cosas mansamente con toda calma. Y entonces espera el momento oportuno 
para decirle: 
—¿Sabes algo, 
querido? Me fastidia tanto cuando dejas las toallas tiradas en un rincón. Yo sé 
que tienes mucha prisa y que es mi deber encargarme de tales cosas. Pero me 
sería de tanta ayuda si pudieras colocar tu toalla en el respaldo de esta silla. 
Así se secaría más rápidamente y no se ensuciaría. Y yo la podría encontrar más 
fácilmente.
Rehusa usar 
las palabras nunca y siempre. La moderación traerá mejores 
resultados que la exageración. También te hago recordar que este tipo de 
franqueza no es para cualquier momento. Si él está cansado o de mal humor, no se 
lo digas. Si ya tienen otro desacuerdo y hay tensión entre ustedes, no se lo 
digas. Si se acaba de quejar contigo sobre algo, no se lo digas. Si tienen 
visitas o si los niños están presentes, no se lo digas. Mejor espera... hasta 
que estén solos... hasta que haya paz entre ustedes... hasta que estén de buen 
humor.
Una prioridad 
es algo que estimamos muy importante... más importante que otras cosas. Las 
prioridades dan dirección a nuestras vidas. Tal vez haya tantas prioridades como 
hay personas, pues cada persona tiene su propia opinión en cuanto a lo que sea 
muy importante. He aquí solamente unas poquitas de las prioridades que existen 
hoy en día:
• el 
dinero         • la religión       • la bebida
• los 
amigos      • la salud          • la política
• la 
comida       • el avance social    • la familia
• el 
cónyuge      • la fortuna        • el trabajo
• la 
iglesia         • los naipes       • los deportes
En el 
transcurso de la vida, todos desarrollamos nuestras propias prioridades. Todos 
formulamos nuestras decisiones de acuerdo con esas prioridades. 
Eso es bueno. 
Pero pueden brotar problemas cuando se casan dos personas con prioridades muy 
distintas. 
Imagina que él 
piensa que un naranjo es más importante que un rosal para ese lugar junto a la 
casa. Ella piensa lo contrario. O ella desea comprar con la sobrepaga una olla 
más grande y él insiste en un sombrero nuevo. ¡Cuántos conflictos se pueden 
desarrollar de prioridades distintas! 
Si un cónyuge 
es egoísta en cuanto a sus deseos, o peor si los dos lo son, aun tales 
conflictos pequeños resultan difíciles de resolver. A la verdad, tales 
conflictos se deben solucionar fácilmente. Cada cónyuge debe crucificar (estimar 
como nada) sus propios deseos. Luego puede considerar estas cosas en una manera 
objetiva, añadir una dosis grande de amor, y determinar agradar al otro.  
Ahora el 
problema de la olla y el sombrero. Que se sienten juntos para determinar cuál 
necesitan más. Es posible que ni la olla ni el sombrero sean necesarios. Tal vez 
sería mejor ahorrar la sobrepaga. Pero sobre todo no deben atacar ni la persona, 
ni los intereses, ni las prioridades del otro.
¿Qué debes 
hacer cuando en áreas críticas de la vida tus prioridades no concuerdan con las 
de tu cónyuge? ¿Qué debes hacer cuando tu cónyuge da más importancia a sus 
padres que a ti? ¿Qué debes hacer cuando tu cónyuge da más importancia a su 
trabajo que a la iglesia? ¿Qué debes hacer cuando tu cónyuge da más importancia 
a sus hijos que a la iglesia? ¿Qué debes hacer cuando tu cónyuge da más 
importancia a la lectura del periódico que a la lectura bíblica? ¿Qué debes 
hacer cuando tu cónyuge piensa que es más importante ofrendar que comprar una 
manguera nueva? ¿Qué debes hacer cuando tu cónyuge piensa que es más importante 
no comprar a crédito que tener zapatos nuevos? 
Primeramente, 
los dos deben llevar el asunto al Señor en oración, pidiéndole que él les dé un 
espíritu de mansedumbre y amor. Luego, pueden apuntar sus prioridades en orden 
de importancia. Hagan listas semejantes a las siguientes.
Relaciones
• Dios   • 
padres           
• 
cónyuge         • parientes
• hijos   • 
vecinos
• 
hermandad
Actividades
• lectura 
bíblica • trabajo
• culto  • 
tiempo libre
• oración
Comestibles      
• frijoles• 
sodas 
• carne • 
café
• papas • 
dulces
• 
verduras
Asuntos 
económicos y domésticos
• 
ofrenda          • ducha
• ropa   • 
bicicleta
• agua 
potable  • libros
• casa   • 
rosal
• estufa • 
naranjo
• ninguna 
deuda  • 
hortaliza
• 
electricidad    • cama
• atención 
médica         • silla mecedora
• jabón • 
cassettes
• sanitario
Dudo que sus 
listas concuerden. Y ninguna lista tendrá el orden que sea correcto para toda 
pareja en cualquier tiempo en cualquier circunstancia. Pero si ustedes 
juntos tratan de hacer estas decisiones, mejorarán mucho la comunicación 
entre sí.
Después de 
haber hecho sus listas, si todavía en áreas críticas sus prioridades no 
concuerdan, ¿qué deben hacer?
Supongamos que 
no estén de acuerdo sobre el trabajo y la asistencia a los cultos. De nada les 
sirve condenar el uno al otro o defenderse. De nada les sirve creerse mejor que 
el otro... aun en los asuntos espirituales. De nada les sirve quejarse de la 
situación en presencia de otros. De nada les sirve hacer como si no existiera el 
problema. ¿Qué, pues, habrán de hacer para resolver el 
problema?
En primer 
lugar, deben orar. Pidan la iluminación y la comprensión que sólo Dios puede 
darles. En segundo lugar, aprendan lo que dice la Biblia en cuanto al tema. En 
tercer lugar, no dejen de afirmar la dedicación y el amor que se tienen el uno 
al otro. Y en cuarto lugar, aprendan a hacerse preguntas no acusatorias sobre 
las diferencias que tienen. Por ejemplo... 
La esposa, al 
esposo:
¿Por qué 
piensas que debes trabajar en vez de ir a los cultos?
¿Perderás tu 
trabajo si asistes a los cultos?
¿No hay quien 
pueda tomar tu turno cuando haya cultos?          
El esposo, a 
la esposa:
¿Por qué 
piensas que debo ir a los cultos en vez de trabajar?
¿Cuándo es 
lícito ir al trabajo en vez de ir a algún culto?
¿Puedes ayudar 
a reducir nuestros gastos para que yo no tenga que trabajar cuando haya 
cultos?
Cada cónyuge 
debe estar dispuesto a cambiar sus prioridades para llegar a un acuerdo 
bíblico.
Eres varón. Tu 
suegro te critica porque no le provees a tu esposa suficientes aparatos de 
cocinar. Tu suegra te mira mal porque no llevas a su hija para que la visite 
cada semana. ¿Qué vas a hacer?
Eres mujer. Tu 
suegra no aprueba de cómo cuidas tu casa. Tu suegro piensa que malgastas el 
dinero que tu esposo gana a duras penas. ¿Qué vas a hacer?
Hablar, pero 
¿con quién? ¿Con tus suegros?
Dios ha dado a 
usted la responsabilidad de platicar con calma y sin acusación con tu 
cónyuge sobre lo que te dicen sus padres. Averigua si tu cónyuge piensa 
igual que ellos. En lo que seas culpable en estas cosas, reconoce tus fallas 
ante tu cónyuge y toma las medidas necesarias para cambiar.
También tienes 
otra tarea. Los suegros de tu cónyuge son tus padres y eso quiere decir que tú 
tendrás que intervenir con tus padres si causan problemas. En una manera 
respetuosa, considerada y amorosa, explícales que tu hogar no es responsabilidad 
de ellos, sino de ustedes. Agradéceles por su interés en tu bienestar, pero 
muéstrales que al atacar a tu cónyuge te roban de eso. 
Si ellos se te 
quejan por la manera en que te trata tu cónyuge o cómo se comporta tu cónyuge, 
pídeles que por favor ya no lo hagan. Tú conoces bien las fallas de tu cónyuge y 
no necesitas que otros te muestren más. Debes preparar observaciones positivas 
para contarles a tus padres en cuanto a tu cónyuge. ¡No caigas en la trampa de 
quejarte a tus padres acerca de tu cónyuge!
Por otro lado, 
si tus padres logran fomentar en ti una falta de respeto para tu cónyuge, 
platica con ella en cuanto a eso. No te irrites ni le acuses. Simplemente abre 
tu corazón y pídele su ayuda para solucionar la situación.
En todo esto, 
muéstrate un ejemplo ante la falta de comprensión de tus padres. Apóyate en 
Cristo, en su palabra y en la oración. El libro de Proverbios contiene 
magníficos consejos en cuanto a la lengua, los labios y la boca. Busca los 
siguientes versículos y escríbelos:
Proverbios 
10.32: _______________________________________ 
Proverbios 
12.18: _______________________________________ 
Proverbios 
15.1: ________________________________________ 
Proverbios 
21.23: _______________________________________ 
Cristo nos 
instruye a devolver bien por mal y a orar por los que nos maltratan (Mateo 5.39, 
43–46; Romanos 12.14, 17–21; 1 Tesalonicenses 5.15; 1 Pedro 
3.9).
Se dice que en 
los Estados Unidos más de 50% de los divorcios se deben a desacuerdos 
económicos. Tal vez no sea tal el caso donde vives tú, pero sin duda, en 
cualquier lugar el dinero puede causar bastantes problemas en los matrimonios.  
Aquí hago una 
lista de algunos desacuerdos comunes en cuanto al dinero. Ustedes pueden añadir 
más. 
• “¡No debemos 
ofrendar si no nos va a alcanzar el dinero!”
• “Es malo 
comprar a crédito.”
• “¡No más te 
cae algo de dinero y ya lo quieres gastar!”
• “¿Les 
daremos a los niños dinero para gastar a su gusto?”
• “¡Cómo 
gastas en juguetes para los niños!”
• “¡Tan 
poquito dinero que tenemos y tú comprando sodas!”
• “El sombrero 
que tienes te puede servir por dos meses más.”
• “Haz 
tortillas, no las compres.”
El tiempo 
propicio para solucionar estos desacuerdos no es cuando estén en mero medio de 
ellos. Tal vez ahora mismo deban platicar juntos sobre este tema. Pero no se 
rebajen a acusar el uno al otro. Platiquen sobre la lista arriba y formulen 
decisiones. Determinen juntos qué “reglas económicas” tendrán en su hogar. (Si 
eres novio, determina formular estas reglas con tu novia antes de casarte.) Aquí 
les doy unas cuantas ideas.
Compromiso a ofrendar
El ofrendar es 
un paso de obediencia. La Biblia dice: “De Jehová es la tierra y su plenitud; 
el mundo, y los que en él habitan” (Salmo 24.1). Todo es de Dios, pero le 
entregamos la ofrenda en una manera especial. Nos ayuda a recordar que todas 
nuestras posesiones pertenecen a él. Las ofrendas también demuestran fe. Muchas 
veces no sabemos cómo nos alcanzará el dinero si ofrendamos a Dios antes de 
comprar cualquier cosa con el sueldo. La fe en Dios nos afirma que si le ponemos 
a él primero, él proveerá a nuestras necesidades (Salmo 37.25; Mateo 6.25–34; 
Filipenses 4.19; Hebreos 13.5).
Libertad económica 
La Biblia dice 
que el que compra a crédito cae bajo servidumbre (Proverbios 22.7). En cierto 
sentido, esa persona pierde su libertad, pues está endeudada a otra persona 
(Proverbios 22.26–27). Pero hay algo más. Comprar a crédito cuesta más que 
comprar al contado. 
Yo mismo he 
hallado que a veces casi no se puede evitar el crédito. En tales casos debemos 
analizar bien lo que queremos comprar para asegurarnos de que de veras lo 
necesitamos, y que no sea simplemente algo que se nos antoja al momento. También 
debemos analizar si acaso podamos esperar un poco más mientras ahorramos nuestro 
dinero para comprar al contado. 
“Ah”, dices, 
“pero nunca tengo suficiente dinero para comprar al contado. ¡Nunca! Mejor lo 
compro a crédito y lo pago poco a poco.”
 Permíteme 
hacerte una pregunta. ¿De dónde sacas el dinero para pagar el abono de tu 
cuenta? De alguna manera lo pagas, ¿verdad? Tal vez te niegas alguna otra cosa, 
pero sí pagas la cantidad necesaria. Entonces, en vez de comprar a crédito, 
empieza a ahorrar tus abonos quincenales hasta que tengas suficientes fondos 
para comprar el artículo al contado. Considera este ejemplo de lo que 
digo:
Necesito una 
bicicleta para ir al trabajo. Al contado me cuesta 300 pesos, pero no tengo esa 
cantidad de dinero. Si la compro a crédito, me la dan en 350 pesos si pago 60 
pesos cada quincena. 
¿Qué hago? 
Sesenta pesos quincenales se me hace poco y fácil... ¿y qué son cinco quincenas? 
Pero salgo perdiendo 50 pesos. Si se me hace poco y fácil abonar 60 pesos cada 
quincena por cinco quincenas, ¡entonces ahorrar esa cantidad cada quincena 
debiera ser igualmente poco y fácil! Así que cada quince días aparto 60 pesos y 
después de dos o tres meses compro la bicicleta al contado. Me ahorro 50 pesos y 
no tengo obligación con nadie.
¿Es falta de 
fe ahorrar el dinero? Algunos opinan que si Dios les da dinero se lo da para 
gastar pronto. Dicen que tienen tanta fe en Dios que no se preocupan por manejar 
su dinero sabiamente —nada más se ocupan en gastarlo en lo que les parece bueno 
o deseable al momento. 
¿Recuerdas el 
relato bíblico de los sueños de Faraón y la interpretación divina que les dio 
José? (Génesis 41). Aprende esta lección de esa historia: Si sabemos que vienen 
tiempos difíciles, en los tiempos de abundancia debemos hacer lo posible para 
prevenirnos. 
Todo 
matrimonio, por más bueno e ideal que sea, tendrá sus desacuerdos. Eso no es 
gran tragedia. La tragedia ocurre cuando los desacuerdos no se solucionan o 
cuando se solucionan mal. Los desacuerdos pueden ser pequeños y sin importancia 
(tortillas de harina contra tortillas de maíz), o pueden ser grandes y difíciles 
(cómo y cuándo disciplinar a los niños). ¿Cómo, pues, se habrán de solucionar 
bien los desacuerdos?
Con palabras 
Muchas 
personas son demasiado carnales para hacer esto. Si algo les cae mal, o si el 
cónyuge no disciplina a los niños como les gusta, quedan enojados o 
resentidos... y sin palabras. Guardan silencio... un silencio frío, tenso, y 
acusatorio. 
Se requiere 
humildad para platicar con calma acerca de nuestros desacuerdos, pero no conozco 
cómo solucionarlos sin platicar. 
Con amor 
El amor 
siempre considera el bien de la otra persona. El amor no es egoísta, ni busca lo 
suyo. El amor considera los sentimientos y los intereses del otro. El amor no 
hace nada indebido. El amor no tiene envidia. El amor es sufrido, dispuesto a 
sacrificar a favor del amado (¡aun algo tan pequeño como la clase de 
tortillas!). El amor sabe pedir disculpas, y sabe decir: “Tienes razón. Hice mal 
en disciplinar a Eduardo cuando estaba enojado.” El amor controla las actitudes 
y el punto de vista. El amor controla las palabras para que no hieran ni 
insulten. El amor no se irrita, ni guarda rencor 
En Paz 
Nunca debemos 
atacar la persona de nuestro cónyuge:
“Tú no sabes 
de lo que hablas.”
“Eres muy 
torpe.”
“No sabes cómo 
hacer las cosas.”
“No tienes 
idea de cómo criar bien a los niños.”
No debemos 
tratar de resolver dificultades cuando estamos turbados o descontrolados 
emocionalmente. No debemos rebajarnos a las acusaciones. La calma y el control 
personal contribuyen grandemente a la comunicación 
comprensiva.
Objetivamente 
Ser objetivos 
quiere decir tener la capacidad de considerar algún tema desde varios puntos de 
vista. Generalmente vemos cualquier tema desde un solo punto de vista: el 
nuestro, el que nos conviene (las tortillas de harina tienen más sabor y más 
valor nutritivo). Este es el punto de vista que más amenaza nuestra objetividad. 
Si continuamos con sólo ese punto de vista, nuestro matrimonio perderá su 
equilibrio. El contrapeso de otra opinión vale mucho. 
Y si en 
realidad anhelas ser objetivo, conoce el punto de vista de Dios. 
Diferencias. 
Ajustes. Problemas. O destruirán el matrimonio o lo enriquecerán. Seguramente 
has visto bastantes matrimonios destrozados y destruidos a causa de estas cosas. 
¿Cómo será tu propio matrimonio? 
Si Dios 
quisiera, él podría impedir que ustedes tuvieran que enfrentar las diferencias, 
los ajustes y los problemas. Pero Dios quiere enriquecer su matrimonio. Él sabe 
que todos estos retos forman parte de la ruta hacia la felicidad, la 
satisfacción, y la riqueza moral. Cuando los cónyuges solucionan juntos los 
problemas que pudieran separarlos, descubren una intimidad que no se encuentra 
en ninguna otra manera.
El papel del marido
Dios dio al 
varón una de las responsabilidades más pesadas que existe... sin duda, la más 
pesada. Para descubrir cuál es tal responsabilidad busca los siguientes 
versículos y escríbelos.
Génesis 1.26: 
_________________________________________ 
1 Corintios 
11.7: ___________________ 
Génesis 1.27 
nos dice que Dios creó a Adán y Eva a su propia imagen. Podemos decir que, en 
cierto sentido, la imagen de Dios se refleja en toda la humanidad. Así nos 
diseñó Dios, tanto a las mujeres como a los hombres. Sin embargo, al leer 1 
Corintios 11.7, quedamos plenamente convencidos de que en una manera especial, 
el varón es “imagen y gloria de Dios”.
No sé cuáles 
sean todos los significados de esta verdad, pero creo que éste sea uno: ¡el 
varón tiene la responsabilidad de reflejar el carácter de Dios mismo! Y ¿cómo 
podremos hacer nosotros tal cosa? Con la ayuda de Dios y con el ejemplo divino 
mostrado en las escrituras.
En este 
capítulo veremos tres responsabilidades principales del esposo: amar, dirigir, y 
proveer. En cada sección verás primero el ejemplo de Dios y después notarás 
algunas aplicaciones prácticas para los varones.
 Amar con respeto
El ejemplo 
de Dios: “Y pasé yo otra vez junto a ti, y te 
miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo de amores; y extendí mi manto sobre ti, 
y cubrí tu desnudez” (Ezequiel 16.8).
Hablando en 
una manera figurativa, Dios vio la necesidad y la desnudez de Jerusalén... y 
extendió su manto sobre ella. Él no se rió de la vergüenza de Jerusalén. Tampoco 
se aprovechó de la situación indefensa y vulnerable de ella. Dios trató a esta 
“mujer” con respeto y cortesía.
¿En qué tipos 
de circunstancias se avergüenza tu esposa? Tu deber como su esposo es tratar de 
cubrir su vergüenza. Una mujer que conozco se avergüenza profundamente por sus 
hijos pequeños descontrolados. Su esposo ha de disciplinar a sus hijos y así 
eliminar la vergüenza de su esposa. 
Algunas 
mujeres casi lloran cuando preparan mal algún alimento. Su esposo considerado 
debe expresar su agradecimiento por la comida y hacerla recordar que la gran 
mayoría de sus esfuerzos en la cocina son exitosos. 
O tal vez ella 
quede vulnerable en algunas situaciones. Tú que eres su esposo, ¡protégela! Si 
la apariencia de un ratón casi la derrite de temor, mata al ratón o espántalo, y 
después abraza a tu esposa. ¡No digas nada! 
Por otro lado, 
¿cómo reaccionas cuando alguien habla mal de tu esposa estando tú presente? 
Defiéndela en una manera cristiana, humildemente corrigiendo a la otra persona, 
o diciendo algo positivo en cuanto a tu esposa. ¡Y no te rías!
El ejemplo 
de Dios: “Porque Dios misericordioso es Jehová tu 
Dios; no te dejará, ni te destruirá” (Deuteronomio 4.31). “Y te desposaré 
conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y 
misericordia” (Oseas 2.19). “Misericordioso y clemente es Jehová; lento 
para la ira, y grande en misericordia” (Salmo 103.8).
Dios no es 
iracundo. Es misericordioso. Cuando fallamos, reacciona con fidelidad, 
benignidad, y paciencia. Nos trata con clemencia. Podemos confiar en que no nos 
dejará. 
¡Cuántas 
mujeres he visto destrozadas emocionalmente por las palabras y las acciones 
despiadadas de sus maridos! ¿Cómo reaccionas cuando tu esposa compra algo a 
crédito que no te agrada? ¿o cuando ella pasa demasiado tiempo en la casa de la 
vecina? ¿o cuando no aguanta hacer todas sus tareas en casa?
Cuando la 
esposa de Dios (su pueblo) falla en semejantes maneras, ¿cómo reacciona 
él?
Nunca le 
faltes el respeto a tu esposa, aun ante fallas peores que éstas. Refléjale el 
carácter benigno, misericordioso, y clemente de Dios.
El ejemplo 
de Dios: “Venid a mí todos los que estáis 
trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 
11.28).
Todos nos 
fatigamos con los quehaceres y las preocupaciones del día. Por eso es difícil 
pasar por alto esta invitación. Dios nos ayuda con nuestras cargas, dándonos 
descanso antes de que quedemos totalmente vencidos. Dios no nos dice: “Ya eres 
grande, no te rindas tan fácilmente. ¿Por qué quieres que te ayude cuando yo 
tengo tanto que hacer?”
Muchos maridos 
ven a sus esposas como sus ayudas idóneas y piensan que no tienen obligación 
alguna de ayudarlas. Pues parte de reflejar el carácter de Dios es hacer 
descansar a nuestras esposas cuando están trabajadas y cargadas. Un problema que 
tenemos algunos es que ni siquiera lo sabemos cuando nuestras esposas tienen 
trabajos físicos y cargas emocionales que sobrepasan su capacidad. ¡Entérate, 
esposo! Y una vez enterado, busca las maneras de aliviar su carga y hacerla 
descansar.
El ejemplo 
de Dios: “Como pastor apacentará su rebaño; en su 
brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a 
las recién paridas” (Isaías 40.11). “En lugares de delicados pastos me 
hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará” (Salmo 
23.2).
Un pastor en 
Palestina acostumbraba levantar a los corderitos de vez en cuando para que 
recuperaran la fuerza. No hacía largas caminatas para las ovejas recién paridas. 
Y como sabía que las ovejas temen las aguas corrientes, se esforzaba por 
llevarlas a tomar de aguas tranquilas pero frescas. Nuestro pastor considera las 
necesidades especiales de los débiles, los cansados, y los temerosos. Jamás se 
burla de nosotros; jamás insiste en que hagamos más de lo 
posible.
Hay días en 
que tu esposa está especialmente débil. Hay ocasiones en que su fatiga es más de 
lo normal. Y hay algunas cosas que enfrenta que de veras producen en ella unos 
temores muy agudos. Pórtate como un pastor.
El ejemplo 
de Dios: “Y Jesús, llamando a sus discípulos, 
dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y 
no tienen qué comer; y enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el 
camino” (Mateo 15.32).
El Señor se 
preocupó por el estado físico de sus oyentes. Después de tres días en el 
desierto, no tenían qué comer. Cristo sabía que la misma caminata en busca de 
alimento podría vencerlos. Pero no dijo: “Ya pasé tres días ayudándoles 
espiritualmente; que otros les ayuden físicamente.” Al contrario, él aceptó la 
responsabilidad de proveer lo que necesitaban.
Debes 
interesarte en el estado físico de tu esposa. ¿Qué puedes hacer para proveer a 
sus necesidades especiales cuando esté en esas condiciones? Ella es tu 
responsabilidad. Ella depende de ti. Si quieres su lealtad y aprecio, tendrás 
que cuidar de ella como Cristo cuidó de la gente en Mateo 15.
Los versículos 
arriba iluminan algo de la consideración y el respeto que Dios les brinda a los 
suyos. ¿Qué tal si Dios se comportara como demasiados hombres? Entonces estos 
versículos serían ciertos sólo cuando Dios quisiera conseguir algo de nosotros. 
Su propio egoísmo controlaría su manera de comportarse con 
nosotros.
Pero Dios no 
es así. Él es siempre respetuoso y considerado. ¿Por qué? Porque tal es su 
carácter. Porque él se interesa en el bienestar, en el éxito y en el provecho de 
los suyos. Y así debemos nosotros amar a nuestras esposas.
“Así 
también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que 
ama a su mujer, a sí mismo se ama. Por lo demás, cada uno de vosotros ame 
también a su mujer como a sí mismo” (Efesios 5.28, 33). 
Me imagino que 
tú eres tan considerado con tu propio cuerpo como yo lo soy con el mío. Ya van 
dos veces en este mismo día que lo alimento. Salí un rato para ejercitarlo. 
Prendí el abanico para que se sintiera más cómodo. Llevo lentes para ayudar a 
mis ojos. Y como ahorita parte de mi cuerpo se siente dolorido, tomé unas 
pastillas para amortiguar ese dolor. Cuando mi cuerpo está bien cansado, raras 
veces le niego el descanso. Tengo una bolita en el hombro derecho y se me antoja 
ir al médico para que me la quite y le haga análisis —¡no vaya a ser cáncer! 
Cuánta lata 
por mi cuerpo. ¡Pero es mío y es el único que tengo! 
Efesios 5 me 
dice que así debo amar a mi esposa. ¿Cómo, pues, le amaré como a mi propio 
cuerpo? 
Mostrándole 
toda consideración. Anoche estaba tan cansada después de un día lleno de trabajo 
extra... le ayudé a limpiar la cocina después de la cena. En estos días 
demasiado escándalo a veces le impacta los nervios... trato de mantener 
controlado el ruido de nuestros hijos. El otro día estaba tan mareada que nada 
le caía bien... le compré un refresco que supuestamente sirve para controlar el 
mareo. Hace tres semanas tenía una tos y un dolor en el pecho que no se le 
quería quitar... insistí en que fuera al médico (y que no se preocupara ella por 
el aumento de nuestra deuda).
Son bastantes 
los maridos que no muestran su amor en semejantes maneras. No quieren 
“rebajarse”. No quieren “mal imponer” a sus esposas. Así descuidan de sus 
esposas como no descuidarían de sus propios cuerpos.
Cuando tu 
esposa tenga necesidades, debes considerarla como parte de tu propio cuerpo. Por 
naturaleza tenemos interés en el bienestar de nuestro cuerpo.
“Maridos, 
amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas” (Colosenses 3.19). 
Creo que si 
aún fuera soltero, este versículo me sonaría algo raro. ¿Pudiera un esposo ser 
áspero con su esposa? Nunca hubiera soñado ser áspero con mi novia durante 
nuestro noviazgo. ¡Pero qué fácil lo es ahora! Especialmente si he tenido otros 
problemas en el día. 
A veces pienso 
que algo que sucede es culpa de ella... ¿cómo reaccionaré? En otras ocasiones me 
parece que debe ser más dura con los niños... ¿cómo le hablaré? De vez en cuando 
aun me enfada que esté tan cansada y atrasada en sus negocios... ¿qué haré? 
Ni las 
circunstancias del día, ni mis sentimientos del momento, deben influir en mi 
reacción para con ella. Mi amor debe demostrarse con una reacción tierna, 
considerada y respetuosa.
Colosenses 
3.19 muestra la aspereza como algo opuesto al amor. Cuando somos ásperos, la 
cortesía, la honradez, la gentileza, la consideración, y el respeto salen de 
vacaciones. Según 1 Corintios 13, “el amor es sufrido, es benigno ... no hace 
nada indebido, ... no se irrita, no guarda rencor”. 
La aspereza 
demasiadas veces conduce al mal uso de la lengua. Considera este mandamiento en 
Efesios 4.31: “Quítense de vosotros toda ... gritería y maledicencia”. 
Las palabras ya dichas pueden herir profundamente, y no pueden ser borradas. El 
diablo las usa para seguir hiriendo por mucho tiempo después de que salgan de la 
boca. Mejor pon un filtro en la mente y en la boca. Ese filtro se llama 
amor.
“Vosotros, 
maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a 
vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras 
oraciones no tengan estorbo” (1 Pedro 3.7). 
¡Qué 
responsabilidad tan grande nos echa encima Dios! Este versículo nos ordena a 
vivir con nuestras esposas sabiamente. ¿Comprendes bien a tu esposa? ¿Eres 
educado en cuanto a ella? ¿Conoces su manera de pensar, sentir y reaccionar? 
¿Conoces sus preferencias y sus gustos? ¿Conoces sus temores, dolores y 
preocupaciones? 
Tal vez la 
conozcas bien. Pero vivir con ella sabiamente significa más que conocerla. 
Significa usar bien ese conocimiento. Si usas ese conocimiento para apoyarla, 
animarla, edificarla y protegerla, entonces estás viviendo con ella 
sabiamente.
Otra parte de 
vivir sabiamente con tu esposa es la de darle honor. Esto significa darle alto 
valor y apreciarla. También significa alabarla. “Su marido también la 
alaba” (Proverbios 31.28). Dale a tu esposa el reconocimiento que le 
corresponde. Cuántas veces me ha tocado escuchar a esposos que hablan de sus 
esposas con quejas, críticas y burlas. ¡Parece que se avergüenzan de honrar a 
sus esposas y alabarlas ante sus conocidos!
Tales maridos 
deben arrepentirse.
Primera de 
Pedro 3.7 también demanda que la trates con delicadeza y consideración, pues 
tiene un físico más frágil que el tuyo. También requiere de ti el respeto y la 
estima que le darías a alguien que comparte una misma herencia contigo. Muchos 
maridos, en vez de ser considerados y respetuosos con sus esposas, son duros y 
torpes. ¿Por qué?
La comprensión 
y el respeto del marido para con su esposa le importan a Dios. Él da a entender 
que las oraciones del marido insensible y desconsiderado pudieran tener 
estorbos. 
¡Cuántos jamás 
se hubieran imaginado que el amor de un hombre por una mujer pudiera ser algo 
tan complicado, sacrificial, y difícil!
Amar primero
El ejemplo 
de Dios: “Nosotros le amamos a él, porque él nos 
amó primero” (1 Juan 4.19). “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, 
en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5.8).   
“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Juan 
15.16).
El amor de 
Dios siempre actúa primero. Él no esperó hasta que nosotros tomáramos el primer 
paso hacia él. Él nos amó y nos eligió primero. Él nos amó sacrificialmente y 
sin condición. Eso es lo que significa tomar la iniciativa. Y al tomar la 
iniciativa, Dios nos da la oportunidad de responder a su amor.
Así quiere 
Dios que los maridos amen a sus esposas.
El amor no 
dice: “Esperaré hasta que tú me ames a mí; entonces yo te amaré a ti.” Tampoco 
declara: “Cuando tenga las ganas y los deseos, te amaré.” Ni se queja: “Me 
trataste mal” o “me pasaste por alto, así que no te amo.” 
¡No! ¡De 
ninguna manera! El amor toma el primer paso; el amor toma la iniciativa. El amor 
no pone condiciones; el amor es gratuito. Si eres esposo, así debes amar 
tú.
Cuando haya 
desacuerdos entre tú y tu esposa, y las expresiones del amor se acaben, y el 
silencio descienda... ¿quién debe amar primero? 
Tú, 
esposo.
Cuando tú le 
muestras a tu esposa amor y cariño, y ella aún no te toma en cuenta... tú tienes 
que seguir amándola. Tu deber es amar a tu esposa no importa cómo se comporte 
ella contigo. Ese es el carácter de Dios, y él te ha llamado a reflejar ese 
carácter en tu relación con tu esposa.
Existe un 
método muy eficaz para resolver esta parálisis y poner en marcha la comunicación 
y la comprensión. El esposo debe tomar la iniciativa. Y que no espere 
hasta que su esposa se muestre más flexible. Ahora mismo debe mostrar hacia ella 
interés y cariño. Debe amarla, no por lo que pueda conseguir de ella, 
sino por lo que pueda contribuir a la felicidad y satisfacción de 
ella.
Amar con acciones 
El ejemplo 
de Dios: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, 
que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se 
pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3.16).
Dios pudiera 
habernos escrito una carta larga y elocuente, diciéndonos cuánto nos ama. 
Pudiera habernos hablado desde el cielo con voz tierna y suave, proclamando la 
profundidad del amor que nos tiene. 
Pues sí, Dios 
nos escribió una carta: la Biblia. Pero eso no era suficiente. ¿Por qué? Porque 
el amor genuino hace más que hablar y escribir; ese amor actúa. Así que, Dios 
nos amó de tal manera que actuó; mandó a su Hijo al mundo para redimirnos. El 
amor tuyo hacia tu esposa también debe actuar. 
Muchos 
descansamos en nuestro conocimiento del amor que tenemos en el corazón hacia 
nuestras esposas. Pensamos que eso es suficiente. Queremos que ellas se sacien 
con nuestras proclamaciones de amor del año pasado. Ya les hemos dicho qué 
sentimientos tan tiernos y bonitos sentimos por ellas. ¿Por qué repetirlo otra 
vez? 
Pero el amor 
no se demuestra por lo que sentimos sino por lo que 
hacemos.
¿Qué hiciste 
hoy que demostró el amor que le tienes a tu esposa? Por más cariñosas y 
románticas que sean tus palabras, éstas pronto perderán su sabor si no las 
endulzas con acciones. Cuando vuelvas a casa mañana, tráele una flor a tu 
querida esposa. Si ves que está colmada de quehaceres, tiende la ropa. Si ves 
que la mesa está floja, repárala. Cuando el bebé no la deja terminar sus 
quehaceres... tienes dos alternativas: ¡cuidar al bebé o terminar los quehaceres 
tú mismo! 
Demuestra tu amor.
Amar con sacrificio y purificación
El ejemplo 
de Dios: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a 
sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento 
del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia 
gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese 
santa y sin mancha” (Efesios 5.25–27).
El amor de 
Cristo por nosotros actuó en una manera que le costó bastante. Él se entregó a 
sí mismo en un sacrificio supremo. Y lo hizo para hacer de nosotros una esposa 
digna de él. Y ¿tú? “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a 
la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 
5.25).
¿Qué te ha 
costado ser el marido de tu esposa? ¿Cuán fácilmente te sacrificas por ella? Tu 
amor por ella no debe ser egoísta en ninguna manera. Una de las muestras de tu 
amor por ella es la profundidad de tu entrega por ella. 
Me ha tocado 
observar a algunos hombres que piensan que sus esposas no merecen esposos tan 
buenos como ellos. He observado a hombres que opinan que tienen esposas llenas 
de todo tipo de error, falla, problema, y debilidad, mientras ellos mismos son 
tan fuertes, sabios, y perfectos. 
¡Vaya! Parece 
que no se les ha ocurrido algo. ¡Ellos tienen parte de la culpa de las fallas de 
sus esposas! Lee Efesios 5.25–27 otra vez.
Cristo nos vio 
sucios y arruinados por el pecado. Se sacrificó a sí mismo para santificarnos, 
purificarnos y hacernos una iglesia gloriosa. Él quiso presentarse la iglesia a 
sí mismo, pero no la quería sucia y arruinada. Él la perfeccionó, quitando de 
ella toda mancha, arruga, y cosa semejante.
Así que, si yo 
veo en mi esposa algo que me desagrada o que no está bien, ¿qué me ganaré con 
culparle a ella nada más? Dios quiere que yo haga con ella como Cristo hizo con 
la iglesia. Él quiere que yo, por medio de una vida sacrificial por ella, le 
ayude a corregir los problemas que tenga.
¡Ah! Habrá 
algunos que se regocijarán con esa tarea. Siempre han tenido la ambición de 
“componer” a su esposa. 
Deténganse un 
momentito. Yo de ninguna manera quiero decir que los esposos deben empezar a 
acechar a sus esposas, criticándolas y corrigiéndolas. La purificación a la cual 
me refiero es algo que se hace con humildad, paciencia, cuidado, consideración, 
y amor. ¿Qué te parece el siguiente ejemplo?
Supongamos que 
mi esposa fácilmente se enoja con los hijos. Les grita, les golpea sin 
misericordia, y les dice nombres feos. Si yo quiero purificarla como Cristo 
purificó a la iglesia, tal vez los siguientes pasos tengan su 
efecto:
1. Asegurar 
que yo sea un ejemplo positivo.
2. Mostrarle 
en la Biblia que es pecado lo que hace.
3. Ayudarle a 
arrepentirse de su manera de comportarse.
4. Orar 
diariamente con ella y por ella sobre este problema.
5. Acordar con 
ella sobre una seña secreta que usaré para recordarle a controlarse en una 
situación difícil.
6. Intervenir 
más pronto cuando haya problemas, dándole mi apoyo y ayudándole a hacer lo 
bueno.
El marido que 
tiene un amor sacrificial pondrá a su esposa y los intereses de ella en un plano 
más elevado que a sí mismo y sus propios intereses.
Amar siempre
El ejemplo 
de Dios: “Jehová se manifestó a mí hace ya mucho 
tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado” (Jeremías 31.3). “Conoce, 
pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto” 
(Deuteronomio 7.9).
El amor de 
Dios por los suyos está fijado en la eternidad. El amor de Dios no cambia en 
circunstancias desagradables, ni cuando tiene que ver con personalidades 
“imposibles” de amar. Ese amor no fluctúa ni se debilita. Jeremías escribió que 
ya habían pasado muchos años desde que Dios le había declarado este amor, y 
Jeremías parece exclamar: “¡Es cierto! Después de tanto tiempo, él todavía me 
ama.” 
Yo sé que Dios 
no va a dejar de amarme por cualquier fallita mía. Tampoco dejará de amarme 
porque se enfade de su relación conmigo. Ni dejará de amarme porque se sienta 
mal. Su amor es eterno y constante.
¿Te das 
cuenta? Dios es fiel. Él guarda el pacto que hace con los suyos. El amor de él 
por mí le impulsó a obligarse conmigo. Él está legalmente ligado conmigo. No me 
dejará. Siempre cumplirá su parte en nuestra relación. Él guardará su pacto 
conmigo.
“Jehová ha 
atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, 
siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto” (Malaquías 2.14). 
Pacto. Allí tienes una palabra tan significante. Tu esposa es la mujer de 
tu pacto. Si tú violas ese pacto (ya sea por infidelidad abierta o por un 
sencillo enfriamiento de tu amor), Dios mismo va a ser testigo contra ti. Tu 
amor y tu dedicación hacia ella no deben flaquear.
Algunos 
maridos siguen viviendo con sus esposas, pero son maridos desleales. No, no 
hablo sólo del marido que tiene un enlace romántico con otra mujer. Sí, hablo 
del marido que no se relaciona con su esposa como debe. Tal marido casi no se la 
lleva en casa. Evita las conversaciones normales con su esposa. Le gusta 
criticarla, especialmente ante otros. Las relaciones íntimas las tiene para el 
placer de él solamente. Descuida del cumpleaños de su esposa, y el aniversario 
de boda ya no le es gran cosa. No le ayuda a su esposa para nada... ni siquiera 
cuando ella esté enferma. 
¡Desleal!
“Guardaos, 
pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra 
juventud” (Malaquías 2.15).
¡Vigilancia! 
Si no nos cuidamos, puede desarrollarse en nuestro espíritu una actitud 
indiferente en cuanto a nuestra relación con nuestra esposa. Si no mantenemos 
una vigilancia activa, pueden meterse en nuestra mente esos pensamientos y 
puntos de vista que resultan en deslealtad y falta de constancia. Cuidado con la 
amargura, la crítica, el resentimiento, la codicia, y el 
desagrado.
Dios nos insta 
a mantener esta vigilancia porque sabe que la deslealtad nace en el espíritu. Y 
una vez nacida, conducirá a una deslealtad abierta. Y él aborrece el repudio. Él 
aborrece la separación física, espiritual, y emocional entre esposos. Él 
aborrece el rechazo del marido a su esposa. ¿Por qué? Porque mancha el reflejo 
de su propio carácter. 
Varones, nunca 
olviden que son imagen y gloria de Dios... y en él no existe rasgo de 
deslealtad, ni de repudio, ni de violación de pacto. “Porque Jehová Dios de 
Israel ha dicho que él aborrece el repudio” (Malaquías 2.16). 
Tal vez has 
quedado sobrecogido por la magnitud de tu tarea. Tal vez te preguntas por qué te 
casaste si tus obligaciones son tan enormes. Tal vez te has desanimado porque el 
amor no es algo tan sencillo como siempre te imaginaste. Tal vez ya has dicho: 
“¡Es por demás! ¡Nunca podré amar así!” 
Amigo mío, ya 
estás comprometido. Tienes que ponerle a tu relación matrimonial las mejores 
ganas y fuerzas que tengas. Pero esas mejores ganas y fuerzas no te servirán 
mucho si no tienes la ayuda y el poder de Dios... pues como humano nunca podrás 
reflejar adecuadamente el carácter de Dios sin su ayuda. ¿Has pedido de Dios tal 
amor?
El esposo que 
ama a su esposa con esa clase de amor podrá guiar a su esposa mucho mejor, y 
tendrá el apoyo completo de ella. 
El ejemplo 
de Dios: “Condujiste en tu misericordia a este 
pueblo que redimiste; lo llevaste con tu poder a tu santa morada” (Éxodo 
15.13). “Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre” (Salmo 
23.3). “Y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las 
saca” (Juan 10.13).
¡Qué bendición 
que Dios también nos guía! Un aspecto obvio de su liderazgo es su autoridad. Él 
da las órdenes; nosotros las seguimos. Sólo así podremos gozar de su dirección. 
Si Dios no tiene autoridad en nuestras vidas, no nos puede 
dirigir.
En mi cuerpo 
físico, la cabeza controla los demás miembros. En ella tienen su origen las 
instrucciones y las órdenes que fluyen por todo el cuerpo a través de los 
nervios. Bien, pues Cristo es la cabeza, como lo indican los siguientes 
versículos.
El ejemplo 
de Dios: “Pero quiero que sepáis que Cristo es la 
cabeza de todo varón” (1 Corintios 11.3). “Aquel que es la cabeza, esto 
es, Cristo” (Efesios 4.15). “Cristo es cabeza de la iglesia” (Efesios 
5.23). “Y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el 
principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la 
preeminencia” (Colosenses 1.18).
El marido ha 
de ser la “cabeza” de la esposa en la misma manera en que Cristo es la cabeza de 
la iglesia. Esto lo dicen las escrituras. “El marido es cabeza de la mujer, 
así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su 
Salvador.” (Efesios 5.23). “Pero quiero que sepáis que Cristo es la 
cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer” (1 Corintios 
11.3).
Hermano varón, 
antes de seguir es importantísimo que entiendas muy bien que tu esposa y tú son 
de igual valor ante Dios. “Ya no hay varón ni mujer; porque todos vosotros 
sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3.28).
Pero Dios les 
ha dado responsabilidades distintas en la familia. Esto se debe: (1) a la forma 
diferente en que los hizo, (2) al orden de su creación, y (3) al orden de su 
transgresión. “Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre 
el hombre.... Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue 
engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión” (1 
Timoteo 2.12–14).
Con 
tranquilidad podemos afirmar que Dios eligió al marido a través del cual dirige 
a las familias. Pero, ¿en qué áreas específicas quiere Dios que el marido dirija 
a su familia? A continuación te doy algunas áreas que considerar; sin duda, el 
Señor te mostrará más.
Dirigir en decisiones
Hay demasiados 
maridos perezosos en esta tarea. Tal marido toma pocas decisiones en el 
matrimonio o en la familia. No quiere decidir si el hijo necesita disciplina, no 
quiere decidir si la hija puede salir con sus amigas, no quiere decidir si deben 
mudarse a un barrio más tranquilo, no quiere decidir si deben instalar luz 
eléctrica, no quiere decidir si su esposa puede ayudar en la escuela dominical, 
no quiere decidir si los hijos necesitan atención médica, no quiere decidir si 
van a tener un culto familiar, no quiere decidir cuándo van a tener su culto 
familiar, no quiere decidir si su esposa debe trabajar fuera del hogar, no 
quiere decidir si es bueno comprar a crédito, no quiere decidir si los niños 
deben asistir a la escuela dominical o a los cultos, no quiere decidir qué hacer 
con los hijos que rehusan asistir a la escuela o sujetarse a la iglesia. 
Prefiere que 
su esposa se haga cargo de tales cosas.
¡No seas tú 
así! Tú eres la cabeza de tu esposa y de tu familia. Tú tienes que formular 
decisiones para el bien de ellos. Dios te diseñó a ti con la capacidad de 
dirigir a tu familia. No eches esta responsabilidad sobre los hombros de tu 
esposa. Dichosa la mujer cuyo marido dirige a su familia.
Sin embargo, 
te advierto que no cometas los siguientes dos errores en el desempeño de tu 
liderazgo. En primer lugar, no cierres la mente contra los consejos de tu 
esposa. Aunque la decisión final sea tuya, serías muy necio e insensato si 
hicieras las decisiones solamente según tu propio parecer. Dios te dio a esa 
mujer para ayudarte; él la diseñó especialmente para ser tu consejera. ¡No la 
pases por alto! 
En segundo 
lugar, no le niegues a tu esposa el privilegio de hacer varias decisiones por su 
propia cuenta. Ella ya es madura, y al escogerte a ti para ser su marido 
¡seguramente demostró que puede hacer decisiones correctas!
Aprende de la 
relación entre el jefe y su mayordomo. Toda la autoridad reposa con el jefe, 
pero él no hace todas las decisiones en su negocio. Si así fuera, ¿qué necesidad 
tendría de un mayordomo? 
En Números 
30.10–13, Dios da un ejemplo de los límites de la autoridad de la esposa. Dios 
dijo a los israelitas que la esposa podía hacer una promesa, pero el marido 
podía acordarse o no con esa promesa. Si el marido no estaba de acuerdo, 
entonces Dios ya no tenía a la mujer por responsable de cumplir esa promesa. 
Permíteme 
todavía recordarte de otra cosa. Tu esposa no es la única que está bajo 
autoridad. Tú también estás bajo autoridad —la autoridad de Cristo (1 Corintios 
11.3). Ten esta verdad siempre en la mente cuando piensas en tu autoridad sobre 
tu esposa y tus hijos.
Dirigir responsablemente
Hay algunos 
maridos que no quieren aceptar responsabilidad por las consecuencias de sus 
decisiones malas. Tal vez por esto otros maridos no quieren hacer las decisiones 
en primer lugar. Si algo no sale bien, ellos no quieren tener la culpa. 
Hay bastantes 
esposos que con toda facilidad culpan a sus esposas o a sus hijos cuando sus 
decisiones resultan en un desastre. A mi parecer, el marido que no acepta la 
responsabilidad por sus decisiones es una persona inmatura y cobarde. Sólo los 
fuertes pueden admitir: “Tomé una decisión mala. La culpa es 
mía.”
Amigo mío, 
cuando Dios te dio la autoridad en tu matrimonio y en tu hogar, también te dio 
responsabilidad. Hoy en día, los hombres quieren tomar toda la autoridad que 
puedan, pero no quieren aceptar la responsabilidad por las 
decisiones.
Dirigir con metas
Muchos viven 
la vida conyugal y familiar sin metas. Viven casi al azar... y piensan que de 
alguna manera todo saldrá bien. Tal vez hasta dan un olor espiritual a tal 
descuido con comentarios como éste: “Dios es fiel. Él controla todas las cosas. 
Tengo fe en que todo lo que nos suceda nos ayudará a bien, así que no me 
preocupo.” 
Te hago las 
siguientes preguntas:
¿Qué tipo de 
ambiente quieres en tu hogar? ¿Cuáles características quieres que se desarrollen 
en cada miembro de tu familia? ¿Cómo quieres que tu familia sirva a Dios, a la 
iglesia, y a la vecindad? ¿Qué quieres que aprendan tus hijos y tu esposa? 
¿Cuáles libros quieres que lea tu familia? ¿Qué clase de personas quieres que 
sean tus hijos ya cuando sean adultos? 
Mira hacia 
adelante, y con la ayuda de tu esposa, fija blancos contra los cuales vas a 
disparar.
¿Qué sentido 
tiene disparar balas, flechas o piedras nada más por el puro gusto de hacerlo? 
Sin tener un blanco, los esfuerzos se pierden. Pues así es la vida 
también.
Dirigir por ayudar
Decisiones. 
Metas. Tu esposa y tu familia necesitan que tú te ejercites en estas cosas, pero 
también necesitan algo más. Necesitan tu ayuda.
Una vez que 
hayas tomado las decisiones, llega el tiempo para que tú les ayudes a cumplir 
con tu voluntad. Una vez que hayas formulado las metas para tu familia y para tu 
esposa, es necesario que les ayudes a alcanzar esas metas. 
Es como 
disparar una flecha de un arco. Puedes tener una meta distante o cerca, pero si 
no apuntas tu flecha en la dirección de esa meta, jamás la flecha alcanzará la 
meta. Apunta a tu familia hacia las metas que has seleccionado para 
ellos.
¿Dices que 
quieres ejemplos? Bueno. Yo quiero que mis hijos sirvan a Dios en el campo 
misionero o en el salón de clase en una escuela cristiana. Allí está la meta. 
Les apunto en esa dirección, mostrando mi interés en tales cosas, dándoles 
oportunidades de conocer a unos que sirven a Dios en esas maneras, y 
proveyéndoles libros para leer sobre esos temas.
También quiero 
que estén siempre dispuestos a ayudar y trabajar. Así que trato de serles un 
buen ejemplo en esas cosas. Les leo historias que sacan a relucir esos rasgos 
cristianos, les doy oportunidades para trabajar y ayudar a otros, les animo si 
por su propia cuenta hacen bien en esto, y les amonesto si fallan por 
descuido.
Haz todo lo 
que puedes para asegurar que tu esposa y tu familia tengan éxito. Ah, y otra 
cosa: que des tu ayuda con mucha paciencia y humildad.
Dirigir con ejemplo
El ejemplo 
de Dios: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si 
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” 
(Mateo 16.24). “Y las ovejas le siguen, porque conocen su voz” (Juan 
10.4). “Dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 Pedro 
2.21).
Podemos seguir 
a Dios con confianza porque él va delante, marcando el camino. Él no está 
acurrucado por ahí gritando sus instrucciones o señalando la dirección en que 
debemos ir. Él nos muestra cómo hemos de hacer lo que él quiere que 
hagamos.
Refleja a tu 
esposa este aspecto del carácter de Dios. No es suficiente que la dirijas con 
tus órdenes. ¡Dirígela con tu vida! Si no quieres que sea chismosa, no seas tú 
un entrometido. Si quieres que mantenga la casa en buen orden, guarda en orden 
tus propias cosas. Si piensas que debe leer la Biblia, o ser más paciente, o 
aguantar mejor el dolor, o vencer la codicia, o mantenerse moralmente pura... 
¡enséñale por tu ejemplo cómo se hacen esas cosas!
Aquí te doy 
una buena resolución personal para cualquier esposo: No demandaré de otros lo 
que yo mismo no esté dispuesto a hacer. 
Proveer material y físicamente
El ejemplo 
de Dios: “Joven fui, y he envejecido, y no he 
visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan” (Salmo 37.25). 
“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, 
¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le 
pidan?” (Mateo 7.11).
Dios trabajó 
para proveer todo lo que necesitaríamos. Puso la atmósfera alrededor del planeta 
para que tuviéramos aire que respirar y para que hubiera vientos que circularan 
ese aire. Sabiendo que necesitamos el agua para tantas cosas, creó los océanos, 
los mares, los ríos, y los lagos. También enterró millones de litros de agua 
bajo la superficie de la tierra. Sabiendo que el agua no sería suficiente para 
mantener la vida, Dios puso todo tipo de mineral nutritivo en la tierra. Creó 
las plantas con mecanismos especiales para convertir esos minerales en algo que 
nos serviría. Dios no sólo nos dio plantas y animales para utilizar y para 
comer; también hizo bastantes plantas y hierbas con propiedades curativas. 
Piensa en todo 
lo que hizo Dios. ¡El trabajo es bueno! Dios trabajó y le ordenó al hombre que 
en eso también se ocupara. La Biblia dice:
“Seis días 
trabajarás, y harás toda tu obra” (Éxodo 20.9). 
“Os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2 
Tesalonicenses 3.10). “Y que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en 
vuestros negocios, y trabajar con vuestras manos de la manera que os hemos 
mandado” (1 Tesalonicenses 4.11). “Todo lo que te viniere a la mano para 
hacer, hazlo según tus fuerzas” (Eclesiastés 9.10).
Dios espera 
que el esposo provea a las necesidades físicas de su familia. ¿Significa eso que 
les debemos dar lo nuevo, lo mejor, lo más grande, y lo más bonito? Claro que 
nos gusta dar a nuestra familia tales cosas, pero raras veces podemos. Pero, 
¡qué alegría poder darles lo que necesiten! 
El marido debe 
darle lo necesario a su familia. Fallar en esta tarea trae reproche sobre Dios 
y, por lo tanto, sobre uno mismo. “Porque si alguno no provee para los 
suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un 
incrédulo” (1 Timoteo 5.8).
Proveer emocionalmente
El ejemplo 
de Dios: “Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y 
Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena 
esperanza por gracia, conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena 
palabra y obra” (2 Tesalonicenses 2.16–17). “Jehová es mi pastor; nada me 
faltará.... Confortará mi alma.... Aunque ande en valle de sombra de muerte, no 
temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán 
aliento” (Salmo 23.1, 3–4).
Nada me 
faltará; absolutamente nada. Cuando las cosas en la vida se pongan difíciles, no 
tendré que preguntarme dónde está mi pastor —sé que él está a mi lado. Cuando 
esté temeroso o desanimado, él estará allí para quitar mi temor, y para volver a 
llenarme de aliento. Él no se reirá de mí, ni se enojará conmigo, ni me 
avergonzará. Al contrario, hará todo lo posible para proveer precisamente lo que 
mi alma necesite. Dios, en su bondad, provee fielmente mis necesidades 
emocionales.
¿Goza tu 
esposa de este tipo de provisión de parte de ti? ¡Refléjale el carácter de Dios! 
Cuando ella esté de poco ánimo, tú debes estar a su lado para apoyarla y 
animarla. Cuando el temor la sobrecoja, tú debes estar allí para darle valor y 
comprensión. En tiempos como esos, ella no necesita que le digas: “Ya eres 
grande. Te desanimas por cualquier cosita. No entiendo por qué te da temor esto. 
Ya no pienses en esto; mejor duérmete ya.”
Muchas esposas 
pueden estar fuertes y robustas físicamente... y sus maridos piensan que todo va 
bien. Pero en el interior se están muriendo de hambre y sed emocional. Has 
provisto lo material que tu esposa necesita. ¿Qué de lo emocional y lo 
espiritual? Piensa en las siguientes cosas que tu esposa 
necesita:
Comunicación. Antes de casarse, casi 
todo varón tiene de qué platicar con su novia. Le encanta estar con ella. Casi 
cualquier cosa provoca la conversación. Pero a veces, al poco tiempo después de 
la boda, esa fuente de palabras parece irse secando. Él ya no tiene mucho que 
decir y le enfada tener que escuchar a su esposa. Él prefiere vivir su vida, y 
no quiere saber acerca de la vida de ella. No tiene tiempo ni interés en 
platicar con su esposa.
Amigo mío, 
éste es un error grave. Debes hablar con tu esposa. Anímala a decirte acerca de 
su día. Al llegar de tu trabajo, pregúntale qué hizo hoy, cómo se comportaron 
los niños, quién vino a visitarla, cuáles problemas tuvo, y cómo puedes ayudarle 
a solucionarlos. Dios es así con los suyos: “Oirá asimismo el clamor de 
ellos, y los salvará” (Salmo 145.19). Si piensas que tu esposa está 
desanimada, dile que lo piensas, y muéstrale tu interés en conocer los detalles 
de ese desánimo. Para ser un marido que provee bien para su esposa, necesitas 
oídos grandes.
También 
necesitas compartir con ella tus experiencias del día. Dile tus ideas y 
proyectos. Busca sus consejos sobre problemas que enfrentas. Tu lengua debe 
servir como un balde que se usa para sacar agua de un pozo profundo. “Como 
aguas profundas es el consejo en el corazón ... mas el hombre entendido lo 
alcanzará” (Proverbios 20.5).
Atención. Ya comenté sobre tu obligación de escuchar las 
palabras de tu esposa. Esa es la función de tu oído. Aquí me refiero a tu tarea 
de percibir y prestar atención a los sentimientos que están detrás de esas 
palabras. Esta es la función de tu corazón y tu alma. Interésate en lo que a 
ella le interesa. Aprende a sentir con ella lo que siente. 
Habrá 
ocasiones cuando tu esposa necesite tanto platicar contigo que empezará a hablar 
cuando estés leyendo, estudiando la Biblia, o haciendo un trabajo que requiere 
mucha concentración. ¡No te disgustes ni la reprendas! Vence la tentación de 
seguir con lo que hacías mientras te hable. Dale tu atención; piensa en lo que 
diga; mírala en los ojos mientras te hable.  Recuerda que tú puedes clamar a 
Dios cuando lo necesites; dale el mismo privilegio a tu esposa. “Desde el 
cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare” (Salmo 
61.2).
Aprobación. Esposos, Dios es un Dios que sabe alabar a los 
suyos. Él expresa la satisfacción que siente por los suyos. 
El ejemplo 
de Dios: “Porque no es aprobado el que se alaba a 
sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba” (2 Corintios 10.18). “Porque 
Jehová tiene contentamiento en su pueblo” (Salmo 149.4). “Como el gozo 
del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo” (Isaías 62.5). 
¿Cuán fiel 
eres para comentarle a tu esposa sobre lo bueno que ves en ella? Maridos, ¡cómo 
fallamos muchos en esto! Fíjate en lo que te gusta de tu esposa, y díselo. Ella 
necesita saber que tú estás contento con ella. Su alma tiene hambre de tu 
aceptación y alabanza. 
¿Qué te parece 
este reto?: No critiques a tu esposa ni te quejes de ella sin antes haberla 
alabado de todo corazón y con toda sinceridad. Y no la alabes solamente cuando 
la vas a criticar. 
Comprensión. Una gran parte de proveer a las necesidades 
emocionales de tu esposa es compadecer de ella y tratar de comprenderla, así 
como Dios lo hace para con nosotros.
El ejemplo 
de Dios: “Con él estaré yo en la angustia” 
(Salmo 91.15). “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda 
compadecerse de nuestras debilidades” (Hebreos 4.15). “Ciertamente ... 
sufrió nuestros dolores” (Isaías 53.4).
Esposo, eres 
imagen y gloria de Dios. Refleja el carácter de Cristo. Compadécete de tu 
esposa; no seas intolerante ni emocionalmente frío con ella. Si Dios está 
conmigo en mis tiempos difíciles, mi esposa debe saber que yo estaré con ella en 
tiempos semejantes. Esfuérzate por sufrir con ella; Dios lo hace 
contigo.
 Hay veces que 
mi esposa tiene reacciones y sentimientos que yo no puedo comprender. Ella sabe 
que por ser yo hombre, no siempre podré comprenderla. Pero si ella sabe que sí 
me interesan esas reacciones y esos sentimientos, y que de veras me esfuerzo por 
comprender, entonces ella está satisfecha. Mi presencia con ella demuestra mi 
interés en lo que sufre. 
Pero en la 
mayoría de los casos, sí es posible comprender a tu esposa. Ella es humana; tú 
eres humano. Las experiencias de nuestras vidas son semejantes, así que no 
tienes excusa para no esforzarte por comprenderla. Recuerda lo que has 
experimentado tú; recuerda tus temores; recuerda tus ilusiones. Y entonces 
trátala a ella como quisiste que te trataran a ti en semejantes 
situaciones.
Proveer espiritualmente
Creo que la 
mayoría pensamos en esta área primero cuando consideramos la provisión de Dios 
para con nosotros. Y con razón, pues él ha hecho grandes cosas por nosotros para 
asegurar que tuviéramos todo recurso espiritual necesario. Veamos sólo algunos 
versículos que detallan la provisión espiritual que Dios da a los 
suyos.
El ejemplo 
de Dios: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro 
Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares 
celestiales en Cristo” (Efesios 1.3). “Fiel es Dios, que no os dejará ser 
tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la 
tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10.13). 
“Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas 
por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su 
gloria y honra” (2 Pedro 1.3).
Tenemos al 
Señor Jesús, tenemos al Espíritu Santo, tenemos la palabra de Dios. ¿Qué nos 
hace falta? ¡Nada! Dios ha asegurado que tengamos todo lo necesario 
espiritualmente. No cabe duda de que él nos ha colmado de toda bendición 
espiritual.
Pero, ¿qué de 
tu esposa? Sí, es cierto que ella ha recibido toda bendición espiritual de Dios 
al igual que tú. Pero, ¿qué provisiones espirituales está recibiendo de ti? Tú 
eres su proveedor; ¡manos a la obra!
Tu esposa 
necesita que tú tomes la responsabilidad de vigilar por su espíritu. Ella está 
bajo tu cargo. Ella necesita que tú ores por ella. Tú conoces (o por lo 
menos, debes conocer) sus flaquezas y sus problemas espirituales; ora por ella 
específicamente sobre estas cosas. También debes orar por ella diariamente en 
sus responsabilidades de madre —¡tanta sabiduría, firmeza, paciencia y amor 
necesita para cuidar de los niños y disciplinarlos!
Tu esposa 
también necesita la fortaleza que recibe cuando oras con ella. Su 
espíritu y su alma se restauran al oírte orar en voz alta por sus necesidades. 
También se restauran sabiendo que tú estás allí con ella, apoyándola en  oración 
mientras ella toma su turno. Si tu esposa falla espiritualmente, pueda ser que 
tú hayas fallado en ser el proveedor que necesita. No la 
desampares.
      Asegura 
que tu esposa esté recibiendo el alimento espiritual que necesita. Anímala a 
estudiar la Biblia. Provéele buenos libros para leer. Y entonces, ¡permítele 
tiempo para hacer estas cosas! Llévala a los cultos regularmente, y estando 
allí, ayúdale con los niños para que más fácilmente pueda prestar atención. En 
casa, lean la Biblia juntos, además de leerla individualmente. Si observas en tu 
esposa alguna flaqueza o descuido espiritual, humilde y amorosamente señálaselo 
en las escrituras.
También debes 
proteger a tu esposa espiritualmente. Si eres fiel en la oración, la 
alimentación, y la amonestación, ya la estás protegiendo en una manera. Edificas 
un muro aun más protectivo cuando preves las pruebas y tentaciones que le 
vendrán, y de antemano oras con ella y la alimentas de las escrituras. Ese muro 
se vuelve más fuerte si vigilas contra las influencias negativas del mundo y del 
“cristianismo” pervertido. No todos los libros, revistas y folletos son buenos; 
no todo cassette religioso es provechoso. 
¡Vigila por tu 
esposa y protégela!
La parte de la esposa
Cuando Dios creó a Adán, él le hizo 
un varón perfecto. Pero a pesar de su perfección, Adán no era completo. La 
opinión de Dios mismo era: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré 
ayuda idónea para él” (Génesis 2.18).
Confiamos en que Dios siempre hace 
bien las cosas. Así que concluimos que Dios quiso que a Adán le faltara algo. 
¡Dios diseñó el vacío en el varón! Y Dios también diseñó la solución al problema 
—“hizo una mujer, y la trajo al hombre” (Génesis 2.22). Hoy en día 
también, Dios quiere usar a la esposa para completar a su 
marido.
Esposa, Dios te creó a ti 
para el bien de tu esposo. Tú tienes una dicha increíblemente tremenda —a través 
de ti, Dios va a bendecir a tu marido. Por lo menos, ese es su deseo. Proverbios 
18.22 dice: “El que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de 
Jehová.” Encontrarás la felicidad sólo si vives conforme al diseño de Dios 
para ti.
Hermana, ¡para esto te diseñó Dios 
mismo! Recuerda que el varón necesita una ayuda idónea. Por eso y para esto te 
creó Dios —“tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer 
por causa del varón” (1 Corintios 11.9). Este es el único plan conyugal que 
te traerá gozo, confianza, paz, y seguridad.
En este capítulo verás cuatro 
aspectos de tu diseño. Dios te ha hecho la única ayuda idónea de tu 
marido. Lograrás ser su única ayuda idónea por medio del apoyo, la sumisión, el 
amor, y el cuidado de la casa.
¿La mujer apoyar al varón? Pero el 
varón es más fuerte que la mujer. 
Cierto. Pero la voluntad de Dios es 
que ella apoye a su marido. Distintas circunstancias de la vida ponen sobre el 
marido presiones que el apoyo de su esposa le ayuda a 
soportar.
Frente a la 
pérdida
 Más adelante veremos que Rebeca 
apoyó a su marido después de la pérdida de su querida madre. Tú puedes apoyar a 
tu esposo cuando enfrenta la pérdida de un pariente suyo. Pero hay otros tipos 
de pérdida: un amigo que se traslada a un lugar distante; la falta de trabajo; 
la pérdida accidental de algún miembro físico; la traición de amistad o 
confianza; la pérdida de cierto trabajo favorito. 
Frente al fracaso 
Todos a veces no hacemos las cosas 
bien. Habrá ocasiones cuando tu marido fracasará. Y a veces se sentirá un 
fracaso aunque en realidad no lo sea. Cuando tu esposo no hace bien las cosas o 
fracasa de alguna manera, ¿cómo reaccionas? Tal vez intentó un nuevo tipo de 
empleo, y falló. Tal vez volvió a pasarte por alto en una decisión importante. 
Tal vez malgastó el dinero. Tal vez trató de reparar algo, y lo dejó en peores 
condiciones. Ahora se siente mal, tremendamente mal. En tales tiempos, él 
necesita tu apoyo, no tu sermón.
Frente a la dificultad 
Esto se puede relacionar a los dos 
puntos anteriores. En este tipo de prueba, no es que pierda algo o falle en 
algo; sí es que tenga más dificultades de lo normal. Si sabes que tu marido está 
pasando por dificultades extras, esfuérzate por ser más tierna y comprensiva. No 
escojas este tiempo para comentarle tus quejas, tus desánimos, y tus 
desilusiones. Este es el tiempo para ayudarle en lo que puedas para aliviar su 
carga. 
Frente a la tentación 
Tú y tu esposo son uno ante Dios. 
Entre muchas otras cosas, esto significa que tú tienes cierta responsabilidad de 
ayudarle a vencer las tentaciones. Cuando sepas que él está enfrentando 
tentaciones muy fuertes, pide que Dios le dé fuerza especial para resistir al 
diablo. Tú conoces las cosas que irritan a tu esposo; si piensas que enfrentará 
algunas de ellas, ora por él de antemano. Cuando sepas que él estará en 
presencia de mujeres inconversas y seductivas, vigila por tu marido en la 
oración. En lo que puedas, ayúdale a evitar las tentaciones sexuales. Por 
ejemplo, yo le he pedido a mi esposa que no comente sobre la manera indecente en 
que se visten algunas mujeres; eso solamente llama mi atención hacia ellas. 
También le he instruido a no dejar a mi vista catálogos que contengan 
fotografías de mujeres medio vestidas.
Frente a la responsabilidad 
Entre más responsabilidades tiene tu 
esposo, más necesita el apoyo tuyo. En estos días, tengo tanto que hacer que no 
siempre lo recuerdo todo. Le doy gracias a Dios que me dio una esposa que me 
ayuda a recordar mis responsabilidades. Ella también me ayuda a desempeñar 
algunas de estas responsabilidades. Tal vez no siempre parezca gran cosa lo que 
hace, pero siempre me es una ayuda. Y cuando ella sabe que mis responsabilidades 
me sobrecogen por un tiempo, se esfuerza por serme menos carga. Ella confía en 
que no la desprecio, y sabe que una vez que pase la crisis, le daré más 
atención.
El marido tan fuerte necesita que su 
esposa lo apoye en distintas áreas de su vida personal. El esposo necesita... 
El apoyo emocional 
La madre de Isaac había muerto, 
dejando un gran vacío en la vida de su hijo. Dios, quien le había quitado a 
Isaac su madre, le dio a Isaac una esposa. Le proveyó a Isaac el consuelo. La 
Biblia dice que Isaac “tomó a Rebeca por mujer ... y se consoló ... después 
de la muerte de su madre” (Génesis 24.67).
Cuando tu esposo llegue a casa del 
trabajo —o del viaje— y esté plenamente desanimado, no le eches encima la carga 
de tus propios problemas. Este es el tiempo para que tú cumplas con tu 
responsabilidad de apoyarlo. Dale la oportunidad de hablarte sobre lo que salió 
mal. Escucha con paciencia y busca la manera de ayudarle a recobrar ánimo. 
Ayúdale a pensar en el Señor y a encontrar respuestas bíblicas. Expresa tu 
confianza en él y en sus habilidades. Y ¿qué de tus propios dolores emocionales? 
Más adelante tendrás oportunidad de compartirlos con él. Al escucharle a él, 
ayudarás a abrirle el corazón para que él te escuche a ti.
El apoyo espiritual 
El esposo es el líder espiritual de 
su hogar. Por eso es el blanco más importante para el diablo. Tú puedes apoyar a 
tu marido en su batalla espiritual. Ora cada día por él, por ti misma, y por los 
hijos. Mantén fija tu propia sumisión. Apoya a tu marido en su disciplina a los 
hijos, para que no se desarrolle en ellos un espíritu de rebeldía. Dile que 
pondrás versículos bíblicos en la pared... si él los escoge. Haz lo que puedas 
para facilitar un altar familiar. Recuerda que estás para apoyar, ayudar, y 
animar —y no para mandar. No caigas en la trampa de ser regañona y 
quejosa.
El apoyo físico 
Aunque es muy cierto que el físico 
masculino es mucho más fuerte y robusto que el femenino, hay veces en que el 
hombre también necesita el apoyo físico de su esposa.
Cuando tu esposo esté cansadísimo o 
enfermo, es posible que necesites hacer algunos de los negocios de él en el 
hogar. Si sus músculos duelen, ofrece darle un masaje. Si se ha herido, sé su 
enfermera.
Parece que en este mundo nadie 
quiere someterse a nadie. Parece que todos quieren ser libres. Y todos quieren 
ser iguales a otros. El empleado quiere ser igual al patrón. El alumno quiere 
ser igual al profesor. La mujer quiere ser igual al varón. Y este problema se 
extiende a través de muchísimos matrimonios.
La sabiduría terrenal le susurra a 
la mujer seductivamente: “No te sometas a tu marido. Él no es más importante que 
tú; ustedes son iguales. Vive según tu propia voluntad. Si a él no le gusta, que 
se marche.” Y así muchas mujeres se precipitan por la vereda engañosa de la 
independencia y la rebeldía.
Al contrario, la sabiduría celestial 
aconseja el camino alto y seguro de la sumisión: “Las casadas estén sujetas a 
sus propios maridos, como al Señor” (Efesios 5.22). En un mundo que con 
rapidez se arroja a la perdición y a la desdicha, ¡cuánto necesitamos a mujeres 
que con gozo se someten! Sin tales mujeres, nuestros hogares, nuestras iglesias, 
y nuestras culturas se desintegrarán. ¿Eres tú una mujer 
sumisa?
¿Qué es la sumisión? 
Primero te digo algunas cosas que la 
sumisión no es: no es falta de importancia ni de valor; no es falta de 
inteligencia ni de sabiduría; no es esclavitud. 
Para ver lo que la sumisión femenil 
sí es, fíjate en las siguientes cosas que debes hacer.
Ceder ante tu marido 
En la carretera, cuando un chofer 
cede ante otro, le da preferencia. Tal chofer conduce a su vehículo con 
seguridad y tranquilidad porque no está compitiendo con otros por ser el 
primero.
La esposa sumisa da preferencia a 
los deseos y a las necesidades de su esposo. Se deleita en poner a su marido 
antes de sí misma. Con gozo busca conformarse siempre a la voluntad de su 
esposo, a menos que sea contra la voluntad de Dios. Por ejemplo, si a su esposo 
no le gusta que se lave el cabello afuera, lo hace dentro de su casa. Tal mujer 
tiene una vida de seguridad y serenidad porque no compite con su marido. Sí, 
puede hablar, puede dar su opinión. Pero siempre está sumisa. 
La esposa sumisa encuadra con la 
vida de su esposo. Como una cometa ante el viento, ella permite que los 
propósitos de su esposo la conduzcan por la vida. Sigue las instrucciones de su 
marido, como también sus deseos, sus ambiciones, y sus placeres. Por ejemplo, si 
él decide que ya no deben comprar a crédito, ella dice: “No, gracias” a tales 
oportunidades.
Obedecer a tu esposo 
La Biblia dice que la mujer debe 
someterse a su esposo así como la iglesia se somete a Cristo. También dice que 
la mujer ha de amar a su marido (Tito 2.4). El amor es más que bonitos 
sentimientos emocionales y físicos. En Juan 14.15, Cristo enseña que el amor de 
la iglesia hacia él resulta en obediencia, pues dice: “Si me amáis, guardad mis 
mandamientos.”
La esposa sumisa y amorosa cumple 
con cuidado las órdenes de su marido. Pero la esposa idónea no está satisfecha 
con esperar hasta que se le diga qué hacer. Esta mujer se esfuerza por descubrir 
la voluntad de su esposo. Y entonces encuentra su satisfacción en cumplirla. En 
cambio, la mujer que actúa sólo cuando su esposo le dé órdenes directas no ha 
aprendido a ceder ni a adaptarse muy bien.
Respetar a tu esposo 
Sin el respeto, los tres puntos 
anteriores carecen de sabor y valor. Efesios 5.33 dice claramente: “La mujer 
respete al esposo”. La esposa que respeta a su marido... 
1.         Lo nota. Se 
da cuenta de las buenas cualidades que tiene. Ella sabe mejor que nadie que él 
no es perfecto, pero ella no se fija en sus fallas. No espera para notar a su 
marido hasta que éste haga algo “grande”. De día en día, ella busca lo bueno en 
su esposo. Si su esposo provee para su familia, si es tierno y comprensivo, si 
es atento y paciente, si arregla las cosas descompuestas, si mantiene limpio el 
patio —ella lo nota.
2.         Lo estima. 
Lo lleva consigo en sus pensamientos, pensando en él en vez de los demás hombres 
con quienes se encuentre. No coquetea con otros. No menosprecia el alto valor 
que él tiene. Este hombre no es sólo su esposo, ¡es su amigo íntimo! Ella espera 
de él lo mejor y busca animarlo en ello. Ella no lo compara con otros hombres en 
una manera negativa. No lo hiere notando que otros varones son más musculosos, o 
más interesantes, o menos gordos, o más listos, o menos irritables, o mejores 
mecánicos. Ella no espera que él sea un superhombre; lo estima por ser un hombre 
normal.
3.         Lo honra. 
La mujer cristiana no mantiene dentro de sí lo bueno que ve en su marido. ¡No! A 
ella le encanta expresar estas cosas. Habla sobre lo positivo que ve en 
él. Sin ser lisonjera, ella alaba todo lo que pueda en él —ya sea su habilidad 
musical o su manera especial con los niños o su caballerismo al abrirle las 
puertas. Quizás le falte mucho a tu esposo en las tareas mencionadas en el 
capítulo anterior. Descubre las áreas donde él sí cumple y agradécele por ellas. 
No seas rezongona; muéstrate agradecida. Sea mucho o sea poco, agradécele por lo 
que te provee, por el amor que te muestra, y por la dirección que te 
da.
4.         Lo 
prefiere. ¡Con razón lo desea y lo aprecia sobre cualquier otra persona! 
Busca su compañía, sus consejos, sus decisiones, y su aprobación. Se esfuerza 
por conseguir su comodidad y su bienestar. Con sus ojos y oídos nota lo 
bueno en él. En su mente estima el valor de él. Con su boca lo 
honra por lo que ha visto. ¡Lo prefiere con su alma! Le agradece a 
Dios por él, contándose bendecida por ser su esposa.
Velarte el cabello 
Según 1 Corintios 11.2–16, el velo 
sobre la cabeza de la mujer cristiana señala su aceptación del orden que Dios 
estableció para el hogar.1 La 
mujer debe llevar esta señal de sumisión en todo tiempo porque en todo tiempo 
debe aceptar el plan de Dios y someterse a su marido. La hermana que rehusa 
llevar el velo rechaza la señal de la autoridad del varón, y así trae deshonra a 
su marido.
Al contrario, la esposa velada trae 
honra a su marido. Su velo declara a todo el mundo su intención de ceder ante 
él, adaptarse a él, obedecerle, y respetarle. Y a la vez, si ella cumple con 
estas cosas, da a esta señal su pleno valor. Su velo debe representar la 
realidad interna de su relación con Dios y con su esposo. Pudiéramos decir que 
su velo es el recordatorio constante de lo que su vida debe 
mostrar.
Aclaremos aquí que este velo es algo 
artificial, y no el cabello. La palabra también en 1 Corintios 11.6 
muestra claramente que se está hablando de algo encima del cabello. Si el 
cabello fuera el único velo y ella rehusara tener cabello, ¿cómo podría aún 
tener cabello para cortarse?
Entender por qué 
Hasta este punto nos hemos supuesto 
que todo lector acepta que la esposa debe someterse a su esposo. Pero es posible 
que algunos no lo acepten, o que no comprendan por qué Dios mandó tal cosa. ¿Por 
qué debe la esposa someterse a su marido? 
Dios quiere que le obedezcamos 
aunque no comprendamos, pero pueda que aprecies mejor la sumisión si entiendes 
por qué Dios mandó que te sometieras. Considera estas dos razones: (1) porque 
Dios sabe lo mejor, y (2) porque someterte trae harmonía y 
felicidad.
1. Dios sabe lo mejor. Dios es 
soberano y él estableció la autoridad del varón sobre su esposa. En 1 Timoteo 
2.11–14 nos dice por qué: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. 
Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino 
estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue 
engañado, sino la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión.” Firme y 
claramente revela su voluntad para la esposa —sumisión. Esto es su plan, su 
único plan. Esposa, debes seguir la dirección de tu esposo como tu cuerpo 
sigue la dirección de tu cabeza (1 Corintios 11.3). Oponerte a la autoridad de 
tu esposo es oponerte a Dios (Romanos 13.1–2).    Dios también es el Creador. Él 
diseñó a tu esposo para dirigir y tomar las responsabilidades pesadas que 
acompañan el liderazgo. En cambio, Dios te diseñó a ti para ser una seguidora y 
una ayudante. El Creador seguramente sabe cuál papel es el mejor para el varón, 
y cuál es el mejor para la mujer. ¡Que nadie se atreva a alegar con el 
Creador!
2. Someterte trae armonía y 
felicidad. Si entiendes la música, sabes que sin el orden no existe la 
harmonía. Así es en el hogar y en el matrimonio —el orden y la sumisión 
contribuyen en gran manera a la harmonía. Cuando la esposa rechaza la autoridad 
de su esposo, destruye toda posibilidad de harmonía. Me imagino que tú bien 
sabes qué pasa entonces —la felicidad personal huye. La esposa que rehusa el 
liderazgo de su esposo vive una vida más y más miserable, y llega a hacer de su 
hogar un campo de batallas.
Esposa, tú necesitas la 
protección de las asperezas de la vida, y de los asaltos espirituales del 
enemigo de tu alma. La vida tiene sus asperezas, y aunque la sumisión no las 
eliminará, seguramente las hará más tolerables. Cuando tus hijos observen que 
obedeces a tu esposo, te tratarán con más respeto. Y cuando te falten el 
respeto, tu marido tendrá más motivo por defenderte e instruirles en cómo 
tenerte mejor respeto. 
Si vives bajo la autoridad de tu 
esposo, también tienes grandes defensas contra la tentación. Por lo contrario, 
la rebelión, como la brujería, nos pone plenamente en territorio satánico (1 
Samuel 15.23). Conozco a una esposa que parece no poder vencer la depresión por 
largo tiempo. Esta misma mujer ha batallado con la sumisión a su esposo por 
muchos años. Si ella se sometiera de todo corazón, los ataques del diablo serían 
menos eficaces contra ella y tendría más éxito en su batalla contra la 
depresión. 
Me imagino que toda mujer anhela el 
aprecio, el apoyo y la honra de su marido. ¡Y cuántas 
esposas no logran la satisfacción de este anhelo porque rehusan vivir sumisas a 
sus maridos! Son pocos los varones que les brindan estas cosas a las mujeres 
independientes e insumisas.
¿Es tu esposo un inconverso? Él debe 
saber por su propia experiencia que la mujer cristiana es la mujer más sumisa 
que pueda haber. En todo lo que puedas, obedécele, y verás que tendrás un 
testimonio eficaz. La sumisión es tu herramienta más útil para ganarlo 
para Cristo: “Vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que 
también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta 
de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa” (1 Pedro 
3.1–2).
Buscar ejemplos 
Creo que todos aprendemos mejor al 
ver ejemplos e ilustraciones. Dios te da ejemplos para ilustrar el alcance de tu 
relación sumisa con tu marido. Veamos dos ejemplos de la Biblia: Sara en el 
Antiguo Testamento y la iglesia en el Nuevo Testamento.
1.         El ejemplo de 
Sara. Esta mujer aceptó la autoridad de su esposo. Varias veces dejó lugares 
conocidos, personas conocidas, y circunstancias conocidas, para estar con él. 
Por lo menos en dos situaciones, Sara mintió (conforme a órdenes de él) para 
protegerlo. Cuando su esposo le dijo que preparara comida, lo hizo a pesar de 
estar ocupada con otras cosas. 
¿Debes mentir como Sara si tu esposo te lo manda?
    Claro que no. Nunca, ni por ningún 
motivo, es bueno mentir hoy día. Sin embargo, Sara se presenta como ejemplo de 
esposa sumisa. Estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, 
llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el 
bien, sin temer ninguna amenaza” (1 Pedro 3.5–6).
2.         El ejemplo de 
la iglesia. La iglesia se somete a Cristo gozosamente. Sin queja somete su 
voluntad ante la de él. Anhela tanto hacer la voluntad del Señor que pone a un 
lado sus propios deseos. Alegremente acepta el señorío total de Cristo. 
Algunos versículos que muestran esto son Juan 14.15, 21; Juan 15.14; 1 Juan 5.3; 
Lucas 14.33; 18.28; Filipenses 3.7. “Así que, como la iglesia está sujeta a 
Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo” (Efesios 
5.24).
Te dejo un reto más antes de tratar 
el siguiente tema. Tu sumisión a tu esposo revela tu confianza en el Señor, tu 
obediencia a él, y tu amor hacia él.  Entre más sumisa seas a tu esposo, más 
claro se ven este amor, confianza, y obediencia. ¿Por qué? Porque es Cristo que 
te manda someterte a tu marido. Si en realidad amas al Señor, le obedecerás en 
todo sin poner condición alguna. Si de veras confías en su sabiduría y 
omnisciencia, sin reserva alguna te entregarás al señorío de tu marido. No te es 
posible amar a Jesucristo ni confiar en él ni obedecerle si no estás dispuesta a 
someterte al hombre con quien estás casada.
Si el Señor quisiera café cada día 
al llegar del trabajo, ¿lo tendrías listo? Si Cristo te pidiera un masaje de 
pies, ¿se lo darías? La Biblia dice que las casadas deben estar “sujetas a sus 
propios maridos, como al Señor” (Efesios 5.22).
Deleítate en servir a tu esposo, 
porque ésta es una manera de servir al Señor. 
En el capítulo anterior vimos que el 
amor del marido se expresa bien en el sacrificio. En este capítulo ya 
aprendiste que la sumisión expresa mejor el amor de la esposa. Y estás 
para aprender otras maneras de expresar tu amor por tu esposo.
Usar la 
consideración
No te quejes de los padres de tu 
marido —aunque sean muy entrometidos. 
No seas mandona ni regañona; puedes 
darle a tu esposo ideas o sugerencias, pero ¡no lo persigas con ellas! No lo 
critiques ante sus hijos, sus familiares, sus amigos... ante nadie. No lo 
acuses... de lo que sea. Agradécele por lo que hace por ti y la familia. Mantén 
quietos a los niños mientras él toma su siesta.
Darle atención a tu 
esposo
Interésate en el trabajo de tu 
esposo —pregúntale sobre sus actividades del día. Pero ¡no hagas esto como si 
fueras una investigadora policiaca! Si él piensa que no más andas de chismosa y 
sospechosa, pueda que resienta tus preguntas. Cuando te diga algo, pon buena 
atención. No seas como un poste; contribuye a la conversación 
también.
Descubre lo que le gusta... y 
sírvele de esta manera. Hay ciertas comidas que me gustan mucho, así que de vez 
en cuando mi esposa me las prepara sin que yo tenga que darle la idea. Tú puedes 
descubrir los gustos especiales de tu marido, preguntándole u observando sus 
reacciones ante ciertas cosas o actividades.
Tener confianza en tu 
esposo
No seas pronto para acusar a tu 
esposo de pensar adúlteramente. Permítele pasar tiempo con sus amigos. Expresa 
tu confianza en su lealtad a ti. 
Deja que tu esposo dirija el hogar. 
Tal vez piensas que él no es buen líder, pero no le ayudas si tomas el lugar que 
le pertenece a él. Apóyalo en todo lo que puedas, puesto que Dios le ha puesto a 
él por jefe del hogar.
Tener 
paciencia
Acepta los fracasos de tu esposo. No 
te vuelvas una criticona; perdónalo. Reconoce que hay cosas que necesita 
aprender, y parte del aprender es fracasar.
Cuando el clima se vuelve áspero, el 
edificio donde vivimos nos refugia. Dentro de sus paredes estamos protegidos y 
tranquilos.      Así debe ser tu hogar emocional y espiritualmente. El mundo se 
vuelve más y más difícil y hostil; la vida amenaza a tu familia por todos lados. 
Pero en tu hogar tus hijos encontrarán refugio... si edificas tu hogar con 
sabiduría. “La mujer sabia edifica su casa; mas la necia con sus manos la 
derriba” (Proverbios 14.1).
El hogar que funciona bien provee 
seguridad, aceptación, comprensión, estabilidad, y amor a todo miembro de la 
familia —padre, madre, e hijos. La esposa que cumple el plan de Dios para sí 
misma construye tal hogar. Pero no intentes tal obra por tu propia cuenta; 
depende del Carpintero Maestro. “Si Jehová no edificare la casa, en vano 
trabajan los que la edifican” (Salmo 127.1)
La mujer virtuosa ocupa un lugar 
básico en la vida de su familia. El esposo es el líder, pero es muy inadecuado 
para edificar el hogar solo. El marido sabio depende de su esposa para 
establecer un ambiente de orden, belleza, limpieza, y cuidado. ¡Qué posición tan 
elevada tienes, esposa! “Las ancianas ... enseñen a las mujeres jóvenes a 
amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su 
casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea 
blasfemada” (Tito 2.3–5).
Este cuidado de la casa es uno de 
los trabajos más agotadores que haya en este planeta. Pero precisamente, ¿qué 
significa ser cuidadosa de tu casa? Considera las siguientes cosas y descubre 
las áreas donde puedes mejorar.
En las rutinas domésticas 
encontramos algunas de las responsabilidades más obvias de la ama de casa. La 
esposa virtuosa cocina, hornea, y friega los platos; limpia la casa y el patio; 
lava ropa, la plancha y la remienda; cuida de las plantas y los animales; hace 
compras. ¡Y la lista parece apenas principiar!
La esposa también tiene 
responsabilidades que la pueden interrumpir en casi cualquier momento. Muchas 
veces tiene que reaccionar rápidamente para solucionar problemas. Necesita 
vigilar a los niños, solucionar contenciones, cambiar pañales, preparar de prisa 
el café, vendar la mano cortada, y corretear las gallinas que quieren almorzar 
en la hortaliza.
En todas sus responsabilidades, la 
esposa tiene que adaptarse a varios papeles distintos. Veamos cinco papeles a 
los cuales ella se tiene que adaptar para poder cumplir con sus 
responsabilidades: Tiene que ser gerente, enfermera, consejera, maestra, y 
trabajadora social.
Gerente 
La esposa buena es tal que su esposo 
puede confiar en ella, sabiendo que ella manejará con juicio los recursos 
materiales de la familia. Ella es frugal con su dinero, invirtiéndolo sabiamente 
(Proverbios 31.24). Lo que tiene, usa a la mayor ventaja. Evita gastar dinero 
que no tiene —comprando a crédito.
Enfermera 
Cuando la niña sangra de la nariz o 
el esposo tiene dolor de muela o el bebé tiene fiebre o el niño se lastima el 
brazo... la mamá está allí para socorrer. Además de saber tratar los malestares, 
sabe prevenirlos con limpieza, higiene, y una dieta nutritiva. Insiste en que se 
laven las manos después de ir al sanitario y no permite que los chiquillos anden 
todos sucios. Ah, y si ella misma se enferma... ¡tiene que seguir con sus 
negocios!
Consejera 
Pleitos, problemas, oportunidades, 
decisiones —la familia acude a la mamá por sus consejos. Muchas esposas influyen 
con sus hijos en caminos peligrosos. No seas tú de ésas.
Los oídos de la mamá siempre están 
atentos y su corazón nunca deja de sentir el dolor de otros. Anima a su esposo 
después de un día difícil, conforta a sus hijos en sus tragedias personales, y 
se regocija en los triunfos de los demás. El hecho de que ella fielmente 
desempeña este papel se debe a su fiel lectura y estudio de la 
Biblia.
Maestra 
La esposa vigila el avance de la 
educación de sus hijos. Antes de que asistan a la escuela, les enseña a 
limpiarse y a vestirse. No les permite ser vagos en vez de ir a la escuela. 
Cuando tienen tarea, ella asegura que la hagan a tiempo. Si tienen dificultades 
en alguna área de sus estudios, les ayuda a aprender. En lo que le sea posible, 
evita que tengan que aprender cosas falsas o inmorales en el salón de clase. Y 
si aprenden lo malo en la escuela, ella apoya a su esposo en corregir lo que han 
aprendido. 
Trabajadora social 
Aunque la esposa está ocupadísima 
con sus propios quehaceres, tiene tiempo para ayudar a otros. A pesar de sus 
propias necesidades, se fija en las necesidades de otros. Con gran diligencia se 
esfuerza por proveer lo que necesiten. Aunque sea pobre, encuentra oportunidades 
de ayudar a los que tengan menos que ella.
Satanás se aprovecha de los tiempos 
de crisis económica para impedir que la esposa se dedique a ser ama de casa. No 
permitas que el enemigo astuto te saque de tu hogar de esta manera. Al enfrentar 
tales situaciones, considera bien (con tu esposo) tus prioridades. ¿Vivirán con 
menos, o abandonarás a tus hijos tiernos? Si la madre trabaja fuera del hogar, 
¿dónde quedarán los niños? ¿Se quedarán en la escuela, en las calles, con 
vecinos, o con los abuelos? ¿Acaso encontrarán ellos allí la protección y la 
estabilidad que necesitan? ¡No! Si no se trata de un caso extremo en que el 
marido esté incapacitado o ausente, permanece en casa, ayudando a tu familia a 
vivir con menos. Y si se trata de un esposo que no cumple... busca 
consejos.
Esto no significa que no puedes 
ayudar con el sostén de tu familia. La mujer virtuosa busca ayudar a su esposo 
económicamente... desde su casa (Proverbios 31.22, 24). Esposa, no te ausentes 
del hogar para trabajar. Si tu esposo te anima a hacerlo, investiga la 
posibilidad de hacer algún tipo de trabajo en tu propia casa. El verano pasado 
mi esposa horneaba pan y lo vendía un día por semana. Con esos fondos compraba 
nuestros alimentos básicos, tela para cortinas y un par de zapatos para nuestra 
niña menor. Otra hermana corta flores cerca de la casa para vender a la gente 
del pueblo. Otras hacen tejidos, vestidos, o pasteles. Pero cualquier trabajo 
puede impedir que cumplas con tus responsabilidades hacia tu familia. 
¡Cuídate!
Para concluir esta sección sobre la 
ama de casa, considera los árboles pequeñitos. ¡Qué flaquitos y débiles! 
Cualquier viento o lluvia los echa al suelo. Pero con una vara al lado tendrán 
suficiente protección y apoyo hasta desarrollar su propia fuerza y madurez. ¿Ves 
la comparación? Tus hijos son esos árboles inestables; ¡tú eres su sostén y 
protección! Sin ti, ¡grande será el desastre de ellos! 
¡Gracias a Dios por madres fieles y 
amas de casa que proveen el ambiente estable que sus familias 
necesitan!
Si tu esposo no sigue al Señor, aún 
es cierto lo anterior. Sólo en casos en que él quiera que desobedezcas al Señor 
te verás obligada a desobedecer a tu marido.
Si tú y tu esposo eran solteros 
cuando se casaron, tu matrimonio es aprobado y apoyado por Dios. Tu matrimonio 
es algo santo y sano. La bendición de Dios reposa sobre tu matrimonio. Dios 
puede llenar tu vida matrimonial de felicidad, éxito, paz, y 
realización.
Tú eres la Eva de tu esposo. Vive 
para su bien. Relaciónate a él con esto en la mente: Haré todo lo que pueda 
para ayudarle, para mejorar su vida, para encajar bien con sus planes (aunque 
por ser él pecador, sean un poco egoístas), para ser un conducto de la bendición 
de Dios a él. Si se lo pides, Dios te dará un deleite en servir a tu esposo 
de esta manera. Descubrirás diferentes maneras de hacer que la vida de tu esposo 
sea una delicia y una satisfacción feliz.
Puedes entregarte enteramente a tu 
esposo. Él debe observar que sólo Dios y su iglesia te importan más que él. Él 
debe ver que tu cristianismo no te ha hecho independiente de él. Esfuérzate por 
compartir con él tus anhelos y temores personales, y tus metas para la familia. 
Esto le dará las oportunidades de ejercerse como tu cabeza, protector, ayudador, 
y amante. El hecho de que él sea inconverso no hace impura tu relación íntima 
con él.
¡Dios te ha diseñado para ayudarle a 
cumplir su plan para tu esposo impío! ¡Puedes ser colaboradora con Dios! Dios 
busca la salvación de tu esposo, y él depende de tu ayuda. “Asimismo 
vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no 
creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus 
esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa” (1 Pedro 3.1–2). 
En vez de entristecerte y 
desanimarte, la grandeza de tu tarea debe arrimarte más al 
Señor.
Entrégate por completo al trabajo 
que Dios te ha dado. Él comprende que tú no podrás cumplir perfectamente tu 
papel de esposa, especialmente si careces del apoyo de tu marido. Pero eso no 
disminuye lo que Dios espera de ti. ¿Por qué no? Porque él está a tu lado, listo 
para darte la fuerza para hacer lo que piensas que ya no puedes 
hacer.
Las bendiciones de la vida 
matrimonial 
Al haber estudiado las tres 
lecciones anteriores, es muy posible que tú reacciones como los discípulos del 
Señor en Mateo 19.10: “Si así es la condición del hombre con su mujer, no 
conviene casarse.” ¡Tantos ajustes y problemas! ¡Cuántos compromisos y 
obligaciones para los esposos! ¿Para qué casarse?
Como en todo aspecto de la vida, 
junto con cada bendición hay responsabilidad. Con cada privilegio viene 
obligación. Nada en la vida es totalmente gratis; todo nos cuesta algo. Así que, 
no te espantes con lo que el matrimonio demanda de los cónyuges, porque el 
matrimonio también nos rinde amplias bendiciones.
En este último capítulo veremos 
cinco de las bendiciones que Dios tiene para los casados. Algunas de estas 
bendiciones están disponibles para toda pareja casada, y algunas se reservan 
exclusivamente para cristianos.
La vida sin propósito es un 
sinsabor. Los que se casan tienen nuevos propósitos en la vida. Encuentran 
grandes bendiciones al entregarse al cumplimiento de esos 
propósitos.
Los casados tienen el propósito 
nuevo de complacer a su cónyuge. Primera de Corintios 7.32–34 dice 
claramente que “el casado tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo 
agradar a su mujer.... La casada tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo 
agradar a su marido.” 
Antes de casarme, ¡qué bendición me 
era dar felicidad y gozo a mi novia! ¿Por qué? Porque la amaba. Ahora que somos 
casados, tengo muchas más oportunidades para agradar a mi esposa. ¡Qué 
bendición!
Otro propósito nuevo del casado es 
amar. No es que ya no puedas amar a otras personas, pero ningún otro amor 
humano ha de compararse con el amor que tienes para con tu cónyuge. Ahora puedes 
brindar tu amor a un individuo en particular. Ya que no tienes que buscar otro 
amor especial, puedes darte enteramente a éste. ¡Qué 
oportunidad!
Si eres varón, tienes el propósito 
de proveer para tu esposa y tus hijos. Darles lo que necesitan es un 
privilegio de gran magnitud. Tantos hombres en este mundo no tienen con que 
proveer para sus familias. Saber que tu familia depende de ti y que tú harás 
todo lo posible por no fallarles te puede traer muchísima 
bendición.
Si eres mujer, tienes el propósito 
de ser ama de casa para tu marido. ¡Qué bendición te es poder dar a tu 
esposo y a tus hijos un hogar ordenado, ropa limpia, y alimentos bien 
preparados! Con gozo te esfuerzas por hacer cierto Proverbios 31.11–12: “El 
corazón de su marido está en ella confiado, y no carecerá de ganancias. Le da 
ella bien y no mal todos los días de su vida.”
Estar casado con la mujer que amo 
más me es una gran bendición. Ya no estoy solo. Para mí ya se ha cumplido 
Génesis 2.18: “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le 
haré ayuda idónea para él”. 
Tengo mi ayuda idónea, y con 
ella estoy plenamente satisfecho. Y según lo que me dice, ella piensa lo mismo 
de mí. Dios nos dio el uno al otro para que tuviéramos alguien con quien 
compartir nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. Toda pareja debe 
encontrar entre sí compañerismo, amistad, confianza, y 
comprensión.
Mi esposa y yo nos 
completamos y nos complementamos muy bien. Algunos de mis puntos 
débiles resultan ser puntos fuertes de ella, y viceversa. Y yo creo que es así 
en la mayoría de los matrimonios. Con la ayuda del otro, poco a poco las 
debilidades de los dos se vuelven en fortalezas. 
Así Dios usa a los cónyuges para 
avanzar su obra en los dos, y así tanto Dios como los cónyuges resulta 
satisfecho con el matrimonio. Dios desea que la mujer sea “la corona de su 
esposo” (Proverbios 12.4); también quiere que el esposo ayude a su esposa a 
mejorarse (Efesios 5.25–28). Dios quiere que encuadremos bien con nuestro 
cónyuge, encontrando así la ayuda y la unidad que necesitamos.
En nuestra era, muchos piensan de 
los niños como de una lata y una maldición. Muchas parejas no quieren tener las 
molestias y las responsabilidades de hijos. Buscan toda manera de impedir el 
embarazo. Si aún resulta concepción, cometen homicidio (o sea, aborto). ¡Esta 
actitud hacia los niños es una abominación; contradice la opinión y la voluntad 
de Dios!
Si Dios acordara con la opinión del 
mundo presente, no hubiera ordenado en Génesis 1.28: “Fructificad y 
multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla.” Dios tiene una opinión 
altísima de los niños. Cristo se indignó cuando sus discípulos reprendieron a 
los que le traían sus hijos. Cristo dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no 
se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios” (Marcos 10.14). 
Amigo, amiga, tenlo por cierto que Dios nunca menosprecia a los niños. Nota la 
certeza de Salmo 128.3–4: “Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados 
de tu casa; tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa. He aquí que 
así será bendecido el hombre que teme a Jehová.”
En vez de una maldición, ¡los hijos 
son una bendición de la mano de Dios mismo! En Salmo 127 los hijos son 
identificados como “herencia de Jehová”: “He aquí, herencia de Jehová son los 
hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, 
así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su 
aljaba de ellos” (3–5).
Además de la bendición de procrear 
hijos, Dios nos da el privilegio de contribuir al desarrollo de nuestros hijos 
en todo aspecto de su ser —cuerpo, espíritu, y alma. Sobre nosotros cae la 
responsabilidad de la enseñanza. Los padres cristianos tenemos el reto de 
impartirles una herencia de piedad. 
En nuestros hijos se nos da la 
bendición de la influencia de largo alcance. Lo que yo les enseño a mis hijos 
probablemente llegará a ser lo que ellos les enseñarán a sus propios hijos... y 
a sus amigos. Mis puntos fuertes y mis puntos débiles se propagarán de una 
generación a la otra. Mis hábitos y mis preferencias fácilmente podrán llegar a 
ser los hábitos y las preferencias de mis nietos... y de los bisnietos de mis 
nietos. La Biblia varias veces se refiere a esto en pasajes como los 
siguientes:
“Las cuales hemos oído y 
entendido; que nuestros padres nos las contaron. No las encubriremos a sus 
hijos, contando a la generación venidera las alabanzas de Jehová, y su potencia, 
y las maravillas que hizo. El estableció testimonio en Jacob, y puso ley en 
Israel, la cual mandó a nuestros padres que la notificasen a sus hijos; para que 
lo sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán; y los que se levantarán 
lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan en Dios su confianza, y no se 
olviden de las obras de Dios; que guarden sus mandamientos” (Salmo 
78.3–7).
“Generación a generación 
celebrará tus obras, y anunciará tus poderosos hechos” (Salmo 
145.4).
“De esto contaréis a vuestros 
hijos, y vuestros hijos a sus hijos, y sus hijos a la otra generación” (Joel 
1.3).
Esta bendición de hijos no le es 
concedida a toda pareja. Esto no quiere decir que ese matrimonio no puede ser 
bueno, feliz, ni lleno de realización. Aunque Dios decida no concederles 
hijos, su matrimonio es tan completo a sus ojos como otro que sí tiene 
hijos.
Dios nos ha dado a todos distintas 
oportunidades para servir. Podemos servir a Dios, podemos servir a la familia, 
podemos servir a la comunidad. Los casados gozamos de la bendición del servicio 
unido.
En el Nuevo Testamento, tenemos el 
ejemplo de Aquila y Priscila. No nos dice mucho de ellos, pero lo que sí nos 
dice es tremendo: “Cuando le oyeron Priscila y Aquila, le tomaron aparte y le 
expusieron más exactamente el camino de Dios” (Hechos 18.26). “Saludad a 
Priscila y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús” (Romanos 
16.3).
El esposo y la esposa pueden 
practicar la visitación y el aconsejar juntos. Tu esposa nunca se parará contigo 
detrás del púlpito para que así puedan predicar juntos. Pero sí puede contribuir 
a sus mensajes con sus ideas, con su punto de vista femenino, y con su 
concordancia mental (ayudándole a encontrar cierto versículo a último 
minuto).
Algunas parejas colaboran juntos 
para repartir folletos. Una esposa que conozco le ayudó a su esposo a construir 
una casa pequeña para una viuda necesitada.
Al colaborar para el bien de otros, 
los cónyuges juntos participan de la bendición de saber que han ayudado a otros. 
Y qué bendición cuando vemos el fruto de nuestra labor: parejas satisfechas, 
familias contentas, y personas que siguen al Señor.
En la bendición de la protección 
moral vemos la provisión sabia de nuestro Dios amoroso. Habiéndonos creado con 
instintos, impulsos y deseos sexuales, no nos abandonó para quemarnos en 
lascivias y codicias. Dios nos ha dado la relación más sana y santa para 
expresar esos deseos: el matrimonio. Por medio del matrimonio, Dios quiere 
protegernos de los asaltos y las consecuencias de la inmoralidad. “Pero a 
causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su 
propio marido. No os neguéis el uno al otro ... para que no os tiente Satanás a 
causa de vuestra incontinencia” (1 Corintios 7.2, 5).
“Digo, pues, a los solteros y a las 
viudas ... si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que 
estarse quemando” 
(1 Corintios 7.8–9).
Con esto no digo que los solteros no 
pueden vivir vidas puras. Dios da al cristiano soltero el poder para vencer en 
toda situación. Pero al casado Dios añade una protección especial. Si eres 
casado, gózate de esa protección.
Dios dio a los varones la habilidad 
de formular decisiones intelectuales y no tanto emocionales. El hombre y la 
mujer usan procesos diferentes para llegar a sus decisiones. El hombre se apoya 
mayormente en el razonamiento; la mujer suele dar mayor atención a la intuición. 
De esta manera, Dios nos diseñó para traer equilibrio a las vidas de nuestros 
cónyuges. De esta manera Dios nos protege de decisiones no 
sabias.
En el matrimonio Dios bendice a los 
cónyuges con aun otro tipo de protección. Dios ayuda a los cónyuges a protegerse 
el uno al otro de la depresión, la congoja, la tristeza, y la amargura. No es 
que estas cosas nunca atacan a los casados, pero con el apoyo y el sustento del 
cónyuge, se aguantan mucho mejor. 
Los casados que siguen el plan de 
Dios para el matrimonio son los amigos más íntimos. Juntos enfrentan la vida, 
solucionando problemas y apoyando el uno al otro. 
¡Qué bendición!
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