Necesitamos preguntarnos si, como líderes de adoración, estamos dando la impresión de que nos acercamos a Dios por medio de la música o que Dios se acerca a nosotros por medio de ella. ¿Es la música nuestro becerro de oro? ¿Hemos llegado al punto en que, debido a nuestras prácticas ...
La idolatría es la diferencia entre caminar en la luz y crear nuestra propia luz para caminar. Esto puede ocurrir en cuatro formas. Primero, en lugar de que la fe sea su fundamento y evidencia, se malinterpreta la fe como el medio para restaurar o mejorar la esencia y evidencia de las cosas que sencillamente son lo que son. Segundo, se espera que nuestras obras aumenten nuestra fe, en este caso el legalismo y la idolatría unen sus fuerzas. Tercero, esfuerzos perfectamente lícitos pueden interponerse entre nosotros y el Señor. Cuarto, el pecado en todas sus representaciones es idolatría. Permítame hacer algunas aplicaciones prácticas con respecto a elementos artísticos desde estas cuatro formas, especialmente las primeras tres.
En el momento en que asumimos que los elementos artísticos median entre la presencia de Dios y nosotros o hacen que Él sea tangible, hemos empezado el viaje hacia el territorio de la idolatría.
Nuestro actual uso de la música como el mayor medio directo para adorar es un claro ejemplo. Necesitamos preguntarnos si, como líderes de adoración, estamos dando la impresión de que nos acercamos a Dios por medio de la música o que Dios se acerca a nosotros por medio de ella. ¿Es la música nuestro becerro de oro? ¿Hemos llegado al punto en que, debido a nuestras prácticas, Dios necesite amonestarnos: "No me adorarás [de esa forma]" (Dt 12.31), lo cual significa que la música ha pasado de una posición de ofrenda a una de señorío, de una de servicio a una de soberanía? O podría estar exhortando: "No adorarás al Señor tu Dios en la manera de ellos" (Dt 12.31 NVI), lo cual significa que hemos adoptado una percepción pagana que atribuye una fuerza causal a la música que esta propiamente no goza? Necesitamos descubrir la diferencia teológica fundamental entre ser movido meramente por la música y ser cambiado espiritualmente por ella.
Es cierto, quizá nos guste la música y esta puede cambiar nuestro pulso cardíaco o presión sanguínea, pero eso también nos lo puede provocar un paseo por el parque.
Por experiencia propia, sé lo fácil que es acercar a las personas con la música hacia mi seguridad, usándola como medio para crear un puente entre ellos y yo, entre Dios y yo, y entre ellos y Dios. Cuando otros adoradores dicen que gracias a nuestra música perciben a Dios más real, nuestro arrepentimiento debe venir junto a una enseñanza correctiva.
La belleza y la calidad pueden convertirse en ídolos.
Necesito explicar claramente este punto. Todos los cristianos deberían intentar hacer y expresar todo de la manera más hermosa posible. Los cristianos que le restan importancia a la belleza y a la calidad artística porque creen que estas son ídolos no entienden que nada es un ídolo hasta que lo convertimos en uno. Además, el descuido de la belleza y de la alta calidad en muchos círculos cristianos es deplorable y puede en sí ser una forma de idolatría. De esta forma, cuando se trata de una mayordomía artística ejemplar, el cuerpo de Cristo puede marcar un sendero de excelencia para que el mundo lo siga.
Tenemos que darnos cuenta de que nuestro amor humano hacia la belleza no surgió solo porque somos "cultos" o civilizados. Está de más afirmar que Dios hace las cosas hermosamente, no porque tomó el curso de apreciación de arte o estudió estética, sino porque es su forma de crear las cosas. Elegimos libremente la misma palabra, hermosa, para describir tanto su obra como lo que creemos que es lo mejor de nosotros. ¿Por qué? Porque esta búsqueda profunda sobre nuestras versiones de belleza es parte fundamental de ser creados a su imagen. Esta conexión, sin importar cuán aterradora y confusa, es la que cuenta, desde las pinturas de las cavernas de hace miles de años hasta las composiciones vocales del Renacimiento, el folclor de cada país, el jazz y el ballet.
Aunque Dios no nos creó para que fuéramos esclavos de sus ideas y opiniones, él sí nos creó para amar lo que él ama y llamar bello a lo que él llama bueno. Incluso si afirmamos que la belleza está en el ojo del espectador, aún tenemos un mundo de espectadores que en infinitas formas quieren dar el siguiente paso, aunque pueden ser chiflidos notables y rápidos por parte de alguien supuestamente más sofisticado.
En otras palabras, la belleza y la calidad no son estados estáticos o condiciones finales. Desde la perspectiva cristiana, son la culminación de un largo viaje. Las cosas de verdadera grandeza y nobleza están unidas a las cosas más insignificantes, menos refinadas, y los que practican ambas tendencias son imagen uno del otro, así como nosotros somos creados a imagen de Dios. Excepto para la sórdida minoría de haraganes estéticos los artísticos indiferentes de cualquier cultura o época quienes comúnmente desean la calidad y la belleza. Y es precisamente porque ellas son tan deseables, incluso en el más pequeño de nosotros, que se pueden convertir en ídolos.
La belleza y la calidad se convierten en ídolos cuando se vuelven intermediarios y medios espirituales que se interponen en el acto de la adoración a Dios a través de Cristo, como si Dios estuviera más interesado en mostrarse a sí mismo en una interpretación de Bach que en el himno "Majestad". Si asumimos que nuestras versiones de belleza, por ejemplo, establecen un acceso más rápido a Dios, incurrimos en un error fatal. La belleza de la santidad no es belleza estética, ni tampoco la fealdad estética señal de impiedad. Dios ve a cada creyente, y no a sus gustos personales, exactamente por el mismo lente: a través de Cristo. Es él quien nos purifica y nos hace aceptables y no la calidad de nuestros elementos artísticos. Asumir que el establecimiento de normas está directamente ligado al crecimiento de la santidad personal es colocar la belleza y la verdad en una relación de causa y efecto. Pero el misterio acerca de la verdad es que puede entenderse profundamente y aplicarse radicalmente en una forma estéticamente inepta. Asimismo, la falsedad puede disfrazarse de una estética muy fina y gloriosa y seguir siendo falsa.
Poco a poco he descubierto lo irrelevante que es una decisión artística para interpretar la posición de las personas con respecto a Cristo. Esto no significa que he desechado el amor por la belleza. Al contrario, significa que estoy aprendiendo que alcanzar la santidad sigue un orden completamente diferente al alcance de la belleza, aunque no se debería renunciar a este último con el fin de alcanzar el primero. Siempre regreso a esta pregunta: ¿sé que el perfume que derramo en los pies de Jesús es el mejor que puedo conseguir, o sé que es mucho menor del que le puedo ofrecer? Observe la palabra "sé", porque para el adorador auténtico en ella yace el secreto de alcanzar calidad. Cuando conozco la diferencia artística entre la excelencia y la mediocridad y niego esta diferencia por una u otra razón, la negación en sí es idolatría porque eso, en lugar de la belleza, se ha puesto entre el Salvador y yo.
Fácilmente podemos crear un ídolo de los resultados que queremos que nuestros elementos artísticos produzcan.
Aquí es donde la acción artística y las versiones acortadas de evangelización y la sensibilidad hacia las personas que buscan guía espiritual pueden asociarse. Pero rápidamente agrego que los elementos artísticos populares y las versiones descuidadas de la sensibilidad hacia este grupo de personas no son los únicos culpables. Muchos "cristianos conocedores de las finas artes", los clasicistas, reprenden a los popularistas sin darse cuenta de que el tipo de sensibilidad que depende de Bach y Rembrant en lugar de Graham Kendrick y Thomas Kinkade es tan solo un enfoque defectuoso.
¿Por qué? Porque en cualquiera de los casos, la eficacia resulta del intermediario. El punto es que nadie que use cualquier elemento artístico puede comprometer el evangelio al escoger el arte por los resultados que produce, sino más que para glorificar a Dios. El dilema final al escoger los elementos artísticos basándose en las audiencias que atrae es que una vez que se ha atraído a la audiencia, se asumirá una ecuación entre lo que les atrae y lo que los mantiene. En esta condición, un cambio virtualmente de cualquier tipo es imposible. Luego encontramos otro ídolo, el de la continuidad durmiente y estática, que se une con el ídolo de la necesidad primordial y los resultados. El cuerpo de Cristo, entonces, se ve incapaz de la creatividad intrépida y el cambio dirigido por la fe.
El estilo puede convertirse en un becerro de oro.
La adicción a un estilo guía inevitablemente hacia el temor a la variedad. ¿Nos da miedo asumir que Dios es el Señor de la continua variedad y de las novedades? La afirmación "o se hace con mi estilo o sencillamente no puedo adorar" representa este ídolo en particular. Entiendo que el estilo sea importante. También entiendo que cada congregación local debe tomar decisiones conscientes sobre su estilo. Y, finalmente, entiendo que ningún estilo puede capturar la gracia y la gloria del Sujeto y Objeto de su expresión. La necedad de la adoración centrada en un estilo queda expuesta por la naturaleza del Creador, es decir, que él no se confina a sí mismo a un vocabulario o lenguaje. Si es cierto que la aventura fiel debería marcar nuestra efusión, y si es cierto que testificar es adoración indirecta que guía a un carácter decisivo radical, ¿por qué el cristiano debería sentirse tan nervioso sobre el estilo y obsesionarse con la idea de que este abre y cierra puertas?
Todo lo anterior puede resumirse en un dilema artístico de tres partes que la iglesia ha enfrentado por siglos. Primero, si los elementos artísticos son hermosos, se tienen que usar sean eficaces o no. Este es el ídolo de la calidad. Segundo, si los elementos artísticos son eficaces, deben usarse, sin considerar la calidad. Este es el ídolo de la eficacia. Tercero, si los elementos artísticos han funcionado bien, no hay que cambiarlos. Este es el ídolo del estancamiento. No existe ni una sola iglesia, grande o pequeña, rica o pobre, étnicamente diversa u homogénea, que no enfrente uno, dos o todos estos tres dilemas. Pero generalmente lo que sucede es que los artistas con altos gustos y/o culturas luchan con el primer ídolo; el liderazgo sensible a las personas que están buscando una respuesta espiritual o sensible al crecimiento de la iglesia enfrentan el segundo; y los tradicionalistas luchan con el tercer dilema.
Pero podemos observar los cambios en estos tres dilemas de otra forma. Podemos tomar el tercero, el ídolo del estancamiento, y aplicarlo a cualquier otra situación. Cuando algo funciona bien y se congela en su propia continuidad, hemos entrado al territorio idólatra a través de una puerta eclesiásticamente aceptable, porque podemos señalar a esta o aquella iglesia y decir: "Vean cómo Dios los está bendiciendo. Vamos a cambiar nuestras formas por las de ellos para obtener los mismos resultados". Aquí el ídolo puede describirse en términos paulinos como el evangelio que se predica por envidia (Filipenses 1.15). El crecimiento de una iglesia gracias a la envidia es solamente un poco mejor que el crecimiento de la iglesia por compromiso, el cual es solamente un poco mejor que la falta de crecimiento de una iglesia producto de la pretensión o el estancamiento, porque todos ellos son ídolos con diferentes nombres.
Idolatría, Babel y el Pentecostés
Algunas veces no puedo evitar pensar que en la actual confusión que enfrentamos las muy conocidas guerras entre el estilo y la cultura el Señor puede estar reintroduciéndonos en la historia de Babel. Esto es lo que quiero decir. El dilema teológico de Babel yace en que los seres humanos intentaban alcanzar el cielo por su propia cuenta, a través de sus esfuerzos artesanales y a su propia manera. Dios sabía cuán peligroso era este esfuerzo y cuán ciega estaba la gente ante este peligro. Su solución, para ese tiempo, fue confundirlos y dispersarlos. Asimismo hoy, cuando pasamos mucho tiempo concentrándonos en nuestros esfuerzos eclesiásticos para hacer la construcción de abajo arriba en lugar de arriba abajo, nosotros también podemos ser dispersados e irreparablemente confundidos. Intentamos esto e intentamos aquello; copiamos esto e "innovamos" aquello. Mientras tanto, ponemos al Espíritu Santo en pausa hasta que estemos dispuestos a volver a reconocer al trino Dios como Autor y Consumador.
Pero Babel no duró para siempre, ni tampoco necesita perdurar en nosotros. El Pentecostés ordenó todo, pues Babel es el Pentecostés invertido y el Pentecostés es Babel pero a la inversa. Ocurre de esa forma porque Dios toma la iniciativa y edifica desde su trono, a cuya diestra se sienta el Cristo resucitado y exaltado. En mi opinión, no me equivoco al decir que en el Pentecostés una singularidad estilística salió por la ventana y resultó que mil lenguas no fueron suficientes.
"Hijos, guardaos de los ídolos", exhorta el dulce apóstol Juan (1 Juan 5.21). ¿La música y la danza cosas esculpidas y talladas? Sí, algunas veces. ¿Conductas como la codicia y el orgullo? Sí, más de lo que quisiéramos admitir. ¿Los aspectos lícitos como belleza y calidad y resultados? Sí, y otra vez sí, porque parece que hemos encontrado nuestra propia clase de agua bendita para bendecir.
En ninguna de estas observaciones y preguntas quiero generar polémica o señalar con el dedo a alguien. El asunto debe ser, para todos los cristianos, algo profundamente personal y así estar abierto a que el Espíritu Santo lo examine. Es, en resumen, una búsqueda consciente para todos los que están involucrados en el liderazgo, y en lo que a esto respecta, nadie puede desarrollar o tomar el lugar del otro. También es demasiado fácil ver una práctica en particular desde afuera y formarse un juicio. Sé, por experiencia propia, que cuando actúo de esa forma, se trata de una práctica que yo personal y estéticamente no apruebo, en lugar de tratarse de una condición de corazón, mente y alma con las que se alcanzan esas prácticas, mucho menos de la forma en que Dios nos acepta por medio de Cristo. Debo arrepentirme de esto. Sin embargo, debo continuar formulando las preguntas y generando los dilemas, ya que confío que Dios trabajará poderosamente en cada corazón que continuamente se derrama, suplicándole que remueva los ídolos, especialmente aquellos que provocan que Dios nos amoneste: "No puedes adorarme de esa forma o con esas cosas".
Lo glorioso acerca de la gracia de Dios es que él puede tomar un ídolo y, sin destruirlo, puede convertirlo en nada, por medio de Jesucristo, para cambiarlo en una ofrenda. Si la música es un ídolo, Dios puede pasarla por fuego, limpiarla y convertirla en una ofrenda guiada por la fe. Si la calidad es un ídolo, él puede ponerla en su lugar y así despojarla de prerrogativas impropias mientras preserva su integridad y elegancia. Si los resultados son los ídolos, Dios puede mostrarnos cómo él hace crecer una iglesia sin necesidad de intermediarios metodológicos y estilísticos que interponemos a su favor. En todos los casos, el Alfa y Omega es el Señor, quien también es el medio y el fin. Solo él es el Autor y Consumador, si tan solo tiráramos nuestros ídolos a sus pies para que él nos limpie de nuestras ideas falsas acerca de ellos y los ponga de vuelta en su lugar de subordinación. De esta forma los elementos artísticos, junto a la belleza, la calidad, la variedad, los resultados e incluso la continuidad, se unirían en una novedad radical siempre lista para el Dios que está sobre todo dios.
Hay una delgada pero clara línea entre la adoración auténtica y la adoración idólatra. Los elementos que utilizamos no marcan esta línea, sino lo que nuestra mente y corazón eligen hacer con ellos. Nuestra oración siempre debería ser "busca en mí y no lo que utilizo". Dios no necesita buscar un elemento artístico, como Pablo afirma, un ídolo no es nada, y no hay verdad o falsedad en él (1 Co 8.4; 10.19). Somos responsables de estos y somos nosotros los que debemos evaluarlos bajo la guía del Espíritu.
BENDICIONES
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