Cuando las posesiones materiales, el atractivo físico, la personalidad, el éxito y las relaciones pertenecen a otro, pueden estimular la codicia de cualquier persona en este planeta.
Pero si ocupamos una posición de liderazgo a esta lista se suman: popularidad, reconocimiento, fama, multitudes, carisma, prestigio, dones, influencia, alcance y tantas cosas más que podemos llegar a envidar cuando los poseedores no somos nosotros.
El anhelo de superación hace que un líder no se conforme con ser uno más del montón, que desee crecer, multiplicarse, llegar a más gente y lugares, salir del estancamiento, y ser más relevante en su medio.
El problema es que la línea entre esa sana ambición y la codicia es muy delgada, y sin darnos cuenta, en la carrera de nuestro liderazgo podemos estar necesitando recordar el décimo mandamiento (Éxodo 20:17).
Así que el primer paso en esta lucha es saber de qué lado estamos, auto-diagnosticarnos y revisar nuestras motivaciones. Estos consejos pueden ayudarte:
1) Si el desear siempre más te trae descontento, enfócate en lo que ya tienes y no en lo que crees que aun te falta. Súmale a tu liderazgo contentamiento, es decir, estar satisfecho con lo que tienes (1° Timoteo 6:6).
2) Alaba a Dios y sé un líder agradecido por lo que ya tienes y eres (Salmos 63:4-5).
3) La codicia nos tienta a quitar los ojos de las personas y a ponerlos en las cosas (Philip Yancey). Evalúa dónde tienes puesta tu mirada y ocúpate en hacer algo por los demás. (Hechos 20:33-35)
4) Revisa que tu mayor motivación no sea la realización personal y que no estés utilizando el ministerio para alcanzar lo que no lograste en el ámbito secular. Cumple tu ministerio (2° Timoteo 4:5).
5) No olvides de pedirle a Dios lo que estás esperando (Santiago 4:1-3).
BENDICIONES |
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