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En aquellos días, diez hombres de naciones e idiomas diferentes agarrarán por la manga a uno y le dirán: «Por favor, permítenos acompañarte, porque hemos oído que Dios está contigo» (Zacarías 8.23 - NBLH)
Siempre me ha intrigado el fenómeno de la popularidad de Jesús. Dondequiera que se encontraba, grandes multitudes se amontonaban para verlo, tocarlo, escucharlo o importunarlo. De hecho, en ocasiones Marcos nos dice que Jesús no tenía tiempo siquiera para comer debido al incesante acoso de las muchedumbres (ver 3.20 , 6.31).
Para descifrar el misterio de su popularidad necesitamos realizar un ejercicio, aunque resulta complejo. Estamos muy condicionados por la cultura moderna. No es fácil alejarnos del concepto de fama que acompaña a los Messis y las Shakiras de nuestros tiempos. Incluso necesitamos hacer a un lado a las figuras más populares del mundo evangélico, de esos que pueden con facilidad llenar estadios.
La popularidad de hoy se construye por medio de sofisticados espectáculos que requieren, indefectiblemente, de plataformas, luces y micrófonos. Cuánto mayor sea la fama de la figura, más grande será la distancia que lo separa de sus fans. La fanática adulación de las masas se sostiene en una fantasía que no admite, bajo ninguna condición, la intimidad con la celebridad.
Es por esto que me desorienta la popularidad de Jesús. Él no monta espectáculos. No está en el negocio de entretener. No usa sistemas de sonido, ni posee plataformas cuidadosamente custodiadas por regimientos de celosos colaboradores. Jesús es, más bien, un hombre de la calle, que se mueve entre la gente mientras desarrollan sus actividades cotidianas.
No obstante, el avance de su ministerio es cada vez más lento. Las masas, con su mix de necesitados, curiosos, interesados y opositores, se hacen presentes cada vez que aparece en un espacio público. Aún cuando está de visita a una casa la gente asoma por las puertas y las ventanas. ¡Incluso están dispuestos a romper el techo para llegar hasta su persona!
Mi pregunta es esta: ¿Qué es lo que atraía a la gente a Jesús? ¿Por qué se mostraban tan desesperados por estar cerca de él?
Sin duda podríamos señalar varias razones. Creo, sin embargo, que el elemento más atractivo en la persona de Jesús es que él poseía algo que la gente no tenía. Cuando terminó el Sermón del Monte la gente quedó asombrada, no tanto por su enseñanza, sino por la autoridad con que declaraba la Palabra de Dios.
Esa autoridad no la dan los títulos, los aplausos, el reconocimiento o el linaje de la familia. Es la autoridad que viene cuando la mano de Dios está sobre una vida. Y este respaldo divino es el fruto de una pasión por el Padre que se cultiva en lo secreto del corazón. El Padre no patrocina programas, sino personas.
Si encontraras, de repente, que ya no tienes acceso a bandas musicales, plataformas, micrófonos, y eventos cuidadosamente programados ¿tus amigos y conocidos te seguirían buscando? ¿Se pegarían a tu persona, diciendo: «queremos tener lo que tu tienes»? Quisiera pensar que sí.
Vive de tal manera que la alocada imagen que nos presenta el profeta Zacarías sea la descripción de lo que pasa en tu vida, semana tras semana. No montes espectáculos para Cristo. Seduce a tus amigos y conocidos con la aventura que experimentas al caminar con Jesús cada día.
Preguntate: ¿Qué cambios necesito hacer en mi vida hoy para vivir más intensamente mi relación con el Hijo de Dios?
BENDICIONES |
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