domingo, 18 de mayo de 2014

CORRIENDO UNIDOS


Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. 
Hebreos 12:1


Todas las epístolas del Nuevo Testamento concluyen con una sección en la cual la doctrina expuesta se traslada a la práctica de la fe. Los próximos capítulos de Hebreos guardan este mismo estilo. Una serie de exhortaciones ayudarán a los lectores a entender cómo pueden alinearse con la historia de un pueblo que vivió por fe. 

Como primer paso, el autor escoge emplear una analogía fácilmente comprensible para sus lectores, la de una carrera de larga distancia. Esta competencia honraba la hazaña de un corredor griego que corrió una enorme distancia para comunicar la noticia de que el ejército griego había logrado derrotar a los persas en la batalla de Maratón. 

Echando mano de esta competencia en la que participaban los mejores corredores del imperio, el autor nos anima a unirnos a la «carrera» de la que han participado tantos héroes de la fe. Esta es, por supuesto, una referencia al capítulo que acabamos de examinar, y donde el espacio no ha alcanzado para enumerar a todos los hombres y las mujeres que dejaron un ejemplo digno de imitar.



El punto que se desea destacar es que no corremos solos. Somos parte de una larga y rica historia para el pueblo de Dios. Una multitud de figuras, conocidas y desconocidas, han luchado con las mismas dificultades con que nosotros nos enfrentamos. A ellos también les tocó avanzar en medio del desánimo, la confusión y el silencio de Dios. No somos los primeros que afrontamos estos desafíos, ni tampoco seremos los últimos. Recordar que una gran nube de testigos corrieron la carrera antes que nosotros y, además, ¡la terminaron con éxito! debe infundirnos ánimo y valentía en el presente. 

Existe otra aplicacion en la analogía del autor, que está más ligada a nuestra vida en el presente. El llamado a ser parte de un pueblo espiritual es un llamado a una comunidad, no a individuos. En medio de una sociedad tan enfocada en las ambiciones y los esfuerzos individuales, este aspecto se ha perdido por completo. No obstante, la carrera a la que hemos sido llamados a participar es una en la que debemos avanzar en la compañía de muchos compañeros. Ellos no son nuestros competidores. Son los que nos animan y apoyan en el proceso de crecer a la plenitud de la medida de Cristo Jesús. Nos ayudan a llevar la carga y nos proveen orientación cuando el camino se vuelve confuso. Son, en pocas palabras, compañeros indispensables para alcanzar la meta. Nosotros también hemos sido llamados a ser esa clase de compañeros para otros. Un discípulo no debe ser condenado a vivir en soledad su experiencia con Cristo. Nos necesitamos los unos a los otros. Esto también es parte de la provisión generosa que el Padre ha hecho para que avancemos con éxito por el camino que nos ha trazado.

BENDICIONES

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