La bienaventuranza de no poseer nada.
Todo lo que Dios creó fue para que el hombre disfrutara de ello, para su bienestar, pero fue concebido en el entendimiento de que todo estaría subordinado a Él. En lo profundo del corazón de Dios ha habido siempre un sitio sagrado al cual solo Dios podía tener acceso. Allí estaba Dios, y afuera los mil dones que nos regaló. Pero el advenimiento del pecado ha producido complicaciones y aquellos dones han venido a ser instrumentos dañosos para el alma.
Las raíces de nuestro corazón han quedado reducidas a "las cosas", y no nos atrevemos a despojarnos de ninguna porque tememos que al hacerlo muramos. Las "cosas" han llegado a ser indispensables, algo que nunca debió haber ocurrido. Es a esa tiranía de las cosas a lo que Jesucristo se refería cuando dijo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mateo 16:24).
Al tiempo del nacimiento de Isaac, Abraham era un hombre bien entrado en años. Ese recién nacido representaba todo aquello que más apreciaba y amaba el anciano varón: las promesas de Dios, los pactos, las esperanzas de años y los sueños mesiánicos. Fue entonces cuando Dios intervino para salvar tanto al padre como al hijo.
"Toma a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré" (Génesis 22:2). Hubiera sido preferible que el propio hombre hubiese sido el que debía morir; habría sido mucho más soportable para el anciano. ¿Cómo podía sacrificar al muchacho? ¿Cómo se cumpliría la promesa que había recibido: "En Isaac te será llamada descendencia?" No obstante, se levantó muy de mañana para cumplir la demanda de su Dios. Él lo dejó marchar hasta que llegara el momento del que ya no podría revertir los hechos. "Basta ya, Abraham. Nunca fue mi intención que sacrificaras al muchacho. Lo que quise fue sacarlo del templo de tu corazón para poder estar yo mismo allí, sin que nada pudiera disputármelo. Quise corregir el mal que había en tu amor. Ahora puedo contar con tu hijo, sano y bueno. Regresa; he visto que no te has resistido a mi demanda".
Abraham era un hombre muy rico. Tenía bienes de toda clase. Tenía de todo, pero nada era suyo. Y ahora había aprendido que ni aun su hijo le era propio. Aquí aprendemos la dulce teología del corazón, la cual se aprende únicamente en la escuela del renunciamiento. Estoy convencido que después de esa amarga pero bendita experiencia, para Abraham las palabras "mí" o "mío" no tuvieron ya la misma significación que antes.La sensación del derecho de propiedad había desaparecido de su corazón. El mundo decía: "Abraham es un hombre rico", pero el anciano se sonreía. No podía explicarles la situación, pero él sabía que nada de lo que tenía era suyo. El verdadero tesoro estaba en su corazón, y era eterno.
El hábito de apegarse a las cosas de la vida es uno de los más peligrosos. El mismo hecho de ser tan instintivamente natural hace que rara vez reconozcamos el mal que causa, pero sus resultados son trágicos. A menudo no le damos nuestros tesoros al Señor porque nos parece que si lo hacemos corren peligro. Pero nuestro Señor no vino para destruir, sino para salvar, y todo lo que encomendamos a su cuidado estará seguro. La verdad es que no hay nada que esté realmente seguro si no lo encomendamos a Él.
De igual manera sucede con nuestros dones y talentos. Ellos son simples préstamos que Dios nos ha hecho, y jamás debiéramos suponer que son de nuestra propiedad. No tenemos derecho a atribuirnos méritos o derechos de propiedad de ninguna habilidad que tuviéramos, de igual manera en que no lo tenemos porque nuestros ojos sean azules o nuestro cuerpo robusto, "Porque ¿quién te distingue? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías como si no lo hubieras recibido?" (1 Corintios 4:7). Si buscamos a Dios y queremos seguir en pos de Él, tarde o temprano llegará el momento en que nos someterá a esta prueba.
No debemos olvidar que verdades como estas no se aprenden por medio de la repetición de palabras o "de memoria", como ocurre con las leyes de la física. Las verdades espirituales se aprenden por medio de la experiencia, de la vivencia. Si deseamos saber lo que son las bendiciones espirituales y sus consecuencias, debemos sentir en carne propia lo que experimentó Abraham. La antigua maldición no desaparece sin producir dolores. El tenaz y añoso avariento que tenemos en nuestro interior no se rinde ni muere acatando órdenes, sino que ha de ser arrancado, como se hace con la raíz de una maleza. Y nosotros, por nuestra parte, debemos resistirnos a demostrar lástima o compasión por nuestros sentimientos, sabiendo que ese deseo del propio beneplácito es uno de los más funestos de los pecados del corazón humano.
Bendiciones
Muy bello y lleno de ideas esperanzadoras cuando queremos en realidad servir al Señor. No mirar para atras como la esposa de Lot. El camino de Cristo es esperanzador y la esperanza que nos espera no tiene precio.
ResponderBorrarAmen Francisco, Dios nos ama con un amor eterno y por lo cual desea lo mejor para nosotros, solo debemos de mantener nuestra mente y corazon dispuestos a hacer su voluntad depositando nuestra fe en El.. muchas gracias por tu comentario... Shalom Adonai
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