lunes, 2 de marzo de 2015

LA IGLESIA Y LA JUVENTUD

El reto mas dramático para el liderazgo de la iglesia cristiana es descifrar los gustos y necesidades de las nuevas generaciones. En ese orden de ideas, la música debería ser prioritaria. Veamos:

Este arte ha producido estragos en la juventud sin ninguna duda. Lo que comenzó con Elvis Presley llegó a su punto culminante cuando los Beatles entraron en contacto con un famoso gurú y rompieron todas las pautas occidentales de comportamiento. Ahora bien, en materia de música popular, el finalizado siglo XX estuvo signado en Latinoamérica por el tango y la canción ranchera hasta la Segunda Guerra Mundial. En la postguerra tomó fuerza el bolero; a mitad de centuria se produce la insurgencia continental del rock que da origen a la llamada nueva ola, originalmente hispana; en los 60’s desaparecen del todo las fronteras y la cultura Beatle se impone artificialmente sobre la vernácula hasta nuestros días, cuando toda la música popular es una mezcla.

Frente a este fenómeno, la Iglesia Evangélica cometió el error de satanizar los ritmos modernos por el hecho de serlo, confundiendo el continente con el contenido. El esencialismo dice que lo bueno o malo no es el estilo musical, sino el mensaje; y, por eso, hay rock cristiano, pop cristiano, rap cristiano, etc. pese a las condenas de falsos fundamentalistas que obligan a los jóvenes a buscar canales para su natural energía por fuera de una iglesia que los rechaza por razones artísticas. ¿Será válida tal postura en plena postmodernidad?

Es absurdo envejecer a los jóvenes, como algunos pretenden. Hay iglesias en las cuales las nuevas generaciones son metidas en camisas de fuerza, bajo la pretensión dictatorial y preterizante de que actúen como lo hacen sus mayores. Convendría a quienes cometen tal arbitrariedad repasar las Sagradas Escrituras:

Alégrate, joven, en tu juventud; deja que tu corazón disfrute de la adolescencia. Sigue los impulsos de tu corazón y responde al estímulo de tus ojos, pero toma en cuenta que Dios te juzgará por todo esto. Aleja de tu corazón el enojo, y echa fuera de tu ser la maldad, porque confiar en la juventud y en la flor de la vida es un absurdo.
(Eclesiastés 11:9-10).

La juventud, por ser la primavera de la vida, es una etapa fugaz, que el hombre debe disfrutar al máximo, sanamente. Como lo dijera en forma bella Rubén Darío, el más grande poeta amerindio:
Juventud, divino tesoro,
que te vas para no volver;
cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer.

Cuando Jesús irrumpió al templo de Jerusalén, para expulsar a los comerciantes religiosos, los fariseos se escandalizaron de las eufóricas manifestaciones juveniles que lo respaldaban; pero el Señor los exhortó, precisamente, a aprender de los muchachos la forma esencialista de alabanza a Dios.

Rejuvenecer a las iglesias sería un propósito plausible para el naciente siglo. Ello futurizaría la acción evangelizadora a través de un crecimiento sostenible. En orden a lograrlo, hay que dinamizar también las llamadas escuelas dominicales infantiles, de suyo bastante aburridas, inanes y preterizadas. Es explicable el celo de algunos padres y maestros por el creciente contenido de sexo, violencia, destrucción de valores en general que se percibe en los cartoons, y los niños deben tener reglas del juego muy claras al respecto. Pero es inexcusable la condena indiscriminada que algunos hacen del arte y la literatura infantiles, pues ello nos llevaría a erradicar las fábulas occidentales y las parábolas bíblicas por igual. En nuestra infancia, los abuelos usaban didácticamente a Esopo, Iriarte, Samaniego y Lafontaine, y en nuestras primeras lecturas figuraban Andersen, los hermanos Grimm y el tío Remus y sus cuentos del hermano Rabito, sin que nuestra orientación moral sufriera menoscabo.

Ministros evangélicos han encendido hogueras inquisitoriales para quemar a Pluto y la Barbie en ‘muñequicidios’ horrorizantes para los pequeños. Si fuera cierto, como algunos sostienen, que la W de Walt Disney simboliza los cuernos del diablo, no tendríamos más remedio que excomulgar a los piadosos hermanos Wesley e incinerar la Confesión de Westminster por emplear la misma letra. Una vez oí hablar al prestigioso evangelista Luis Palau sobre personas que no pelean con el diablo, sino con la sombra que el diablo proyecta. En el inconciente golpean con rudeza las acepciones comunes y directas de los vocablos:

Escuela tiene connotaciones fastidiosas para el niño, sometido durante toda la semana estudiantil a horarios, profesores, tareas, disciplina.

Dominical significa, claramente, cada siete días. Una obligación hebdomadaria y, por lo mismo, rutinaria y poco creativa.

Es preferible una nomenclatura que implique pertenencia y permanencia y desarrolle un concepto dentro del cual, el niño encaje su formativa personalidad de manera normal y no aleatoria. El cristianismo no ha de ser para él una imposición ni una obligación, sino la naturaleza esencialista de su formación. De esta manera, la mente del niño percibe la fe como algo no docente o dominical, o simplemente eventual, sino continuo, indispensable, existencial.

Sobre los héroes infantiles Jesús gana de lejos: camina sobre el agua, calma las tempestades, hace andar al parapléjico, hablar al mudo, oír al sordo y ver al ciego; levanta los cadáveres, derrota a los demonios, multiplica los peces y los panes, dice las cosas antes de que sucedan, resucita del sepulcro, sube al cielo físicamente, etc. No hay supermanes ni pokemones ni reyes leones que puedan competirle. Eso sucede porque El es Dios mismo que se ha hecho Hombre y es el Unico que tiene todos los poderes. La suya no es historieta, sino historia verdadera escrita en su la Biblia.

Bendiciones

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