Juan 13:15-17
“Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes. Ciertamente les aseguro que ningún siervo es más que su amo, y ningún mensajero es más que el que lo envió. ¿Entienden esto? Dichosos serán si lo ponen en práctica”
Todos estaban felices ¡Claro! ¿Cómo no estarlo? Si esta noche era muy especial. El lugar estaba confirmado, la comida y las bebidas estaban listas. Uno a uno empezaron a llegar los invitados, el anfitrión miraba con alegría a quienes iban entrando al lugar. Ellos eran sus amigos, sus compañeros, lo más cercanos, aquellos que vivieron muchas experiencias junto a él. Pronto estaban todos los que debían estar, los hace pasar a la mesa, no sólo para comer, también para compartir, así se acostumbraba en su lugar natal. Charlas, risas y hasta lágrimas fueron parte de la velada, el ambiente estaba lleno de amistad. Casi al final de la noche, el anfitrión es interrumpido por uno de sus sirvientes, algo insólito había sucedido. Un hombre estaba tirado en la entrada de la casa, había perdido el conocimiento y estaba semidesnudo, su cuerpo a la vista se mostraba sucio y maltratado, parecía no haber probado alimento en días, y de él emanaban los más fétidos olores como evidencia de su desaseo. Era una escena desagradable, todos los asistentes censuraban el por qué de esta situación. ¿Cómo era posible que este miserable haya arruinado la velada? ¿No podía haber elegido otro lugar para fenecer? De pronto, en una acción extraordinaria, sin que nadie lo imaginara siquiera, el dueño de casa deja su comodidad para acercarse a aquel individuo que yacía inconsciente en el suelo, pide a su siervo que lo ayude y juntos proceden a entrarlo al salón, rápidamente el hombre es atendido, el anfitrión personalmente cura sus heridas, moja una toalla y frota su cuerpo, no con repulsión, sino como aquella madre que baña a su pequeño, con ese amor inigualable lo limpia. Ordena traer ropas suyas para cubrir la desnudez de aquel indigente y lo invita a comer. Aquel acto marcó el evento, nadie jamás podrá olvidar aquella noche.
¿Puedes imaginar la reacción de los invitados? ¿Cómo se debe haber sentido aquél hombre por la atención que recibió? ¿Qué habrías hecho en una situación similar?
Cuán impactante debe haber sido para los discípulos ver a su Maestro inclinarse ante ellos para lavar sus pies, no porque nunca hubieran esperado de Jesús una actitud semejante, sino porque la mente de ellos no estaba preparada aún para recibir algo así, ya que esa era una tarea propia de esclavos, de gente inferior y sin derechos. Pocos minutos antes habían cenado y compartido, con la misma amistad que a su grupo caracterizaba, seguramente cantaron, hicieron bromas y por supuesto hablaron del Reino, pero nunca se imaginaron que aquella velada terminaría en una lección tan importante que los marcaría de por vida.
Jesús nos deja una gran enseñanza de humildad. Ser Dios no lo detuvo en su deseo de servir. Él también nos llama a servir, y como siervos, nuestra posición debe ser la correcta. Servir a los demás es sólo una consecuencia de nuestro amor hacia Dios, es servirle también a Él, es obedecer y ser fiel a sus mandatos.
Preguntate:
¿De qué manera habló Dios a tu vida con este devocional?
Jesús nos enseña un modelo de servicio ¿De qué maneras tú podrías servir a los demás?
¿Estarías dispuesto a repetir el lavado de los pies que hizo Jesús con tus amigos?
Querido Dios, ayúdame a ser más humilde y cada día poder parecerme más a Jesús. Permíteme ser un siervo que en todo tiempo te honre, te obedezca y te sea útil. En el nombre de Jesús. Amén.
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