La historia de José y sus hermanos señala caminos alternativos ante los conflictos de la vida,
(Génesis 37).
Una relación compleja
La familia de Jacob posee todos los matices de una comunidad disfuncional. Él repitió con sus hijos el mal que había padecido en su propia familia: amaba más a José y a Benjamín que a sus otros diez hijos (37:3). Seguramente ellos dos, percibiendo ese trato preferencial, lo aprovecharon para su propio beneficio. José llevaba "a su padre malos informes" sobre sus hermanos (37:2), lo que exacerbaba las tensiones en las relaciones fraternas. "Y vieron sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos; por eso lo odiaban y no podían hablarle amistosamente". (37:2–4).
El cuadro contiene todos los ingredientes necesarios para un intenso y prolongado conflicto familiar. Cuando José contó a sus hermanos su primer sueño "ellos lo odiaron aún más" (37:5). Tanto veneno había penetrado en ellos que, cuando la vida les propició aquella inigualable oportunidad para deshacerse de este hermano, no titubearon en tramar su muerte (37:30). Tan solo la intervención de Rubén salvó la vida de José, aunque terminaron vendiéndolo como esclavo a unos traficantes madianitas.
Consecuencias inesperadas
Cuarenta y dos años después de haber vendido a su hermano, seguían esperando el castigo tan temido.Los hermanos de José seguramente pensaban que se habían sacado de encima una insoportable carga. La ira del hombre, sin embargo, no obra la justicia de Dios (Santiago 1:20). Más bien, cuando el sol se pone sobre el enojo abre la puerta para que el enemigo siembre engendre muerte en el corazón (Efesios 4:26–27)
El primer revés lo sufrieron cuando regresaron a casa y le contaron a su padre la muerte del joven: no consiguieron asegurarse el afecto que tanto anhelaban de parte de su padre. "Sus hijos y todas sus hijas vinieron para consolarlo, pero él rehusó ser consolado, y declaró: Ciertamente enlutado bajaré al Seol por causa de mi hijo. Y su padre lloró por él" (37:34–35). Esta es la consecuencia menos dolorosa de sus acciones. De muchísimo mayor peso resultaría el tormento interior con el cual los diez vivirían durante las próximas décadas.
Una escena, ocurrida al menos veinticinco años después de la trágica decisión de vender a su hermano, revela cuán profundamente los había afectado su propia acción. Ya de regreso en Egipto para comprar alimentos, José (a quien no habían reconocido aún) los interrogaba duramente acerca del robo de su copa. «Entonces se dijeron el uno al otro: Verdaderamente somos culpables en cuanto a nuestro hermano, porque vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no lo escuchamos, por eso ha venido sobre nosotros esta angustia. Y Rubén les respondió, diciendo: ¿No os dije yo: “No pequéis contra el muchacho” y no me escuchasteis? Ahora hay que rendir cuentas por su sangre" (42:21–23).
A pesar de la bondad que José les manifestó, luego del reencuentro, no consiguieron escapar de aquel asunto que atormentaba sus almas. Cuarenta y dos años después de haber vendido a su hermano, seguían esperando el castigo tan temido. Así que, ante la muerte de Jacob, pensaron: "quizá José guarde rencor contra nosotros, y de cierto nos devuelva todo el mal que le hicimos. Entonces enviaron un mensaje a José, diciendo: … te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre" (Genesis 50:15–16).
Por no haber resuelto el espíritu de venganza que los llevó a vender a José, continuaban viendo la vida a través de aquella lente. José había dado amplias muestras de que no era vengativo y, no obstante, ellos no podían escapar del espíritu que se había instalado en sus corazones. ¡Toda una vida derrochada por no haber abierto sus corazones a la obra sanadora de Dios!
Vidas en contraste
El tormento y el desconcierto de los hermanos se muestra en fuerte contraste con la figura de José. La historia no nos provee mayores detalles acerca de su propio peregrinaje hacia la sanidad. Solamente destaca que "el SEÑOR estaba con José, que llegó a ser un hombre próspero" (39:2) y que "le extendió su misericordia, y le concedió gracia" (39:21).
Sin conocer el proceso por el que atravesó, suponemos que, sin duda, sostuvo una intensa batalla personal contra la amargura, el odio y el rencor. Nuestra humanidad no supera semejante golpe en un instante. No obstante, en algún momento logró recuperar la comunión con Dios. El salmista afirma que la intimidad con el Señor es el fruto de un corazón limpio. "¿Quién subirá al monte del SEÑOR? ¿Y quién podrá estar en su lugar santo? El de manos limpias y corazón puro; el que no ha alzado su alma a la falsedad, ni jurado con engaño. Ese recibirá bendición del SEÑOR, y justicia del Dios de su salvación" (24:3–5).
Cualquier profesional de la consejería podrá testificar que una de las primeras bajas de un corazón endurecido es la capacidad de llorar, especialmente en lo que a hombres se refiere. La ternura que demuestra José a quienes peor lo trataron en la vida manifiesta cuán profundo había llegado la sanidad de Dios en su alma. En la primera visita "José lloró" cuando reconoció a sus hermanos (42:24). De igual manera, en la segunda visita "José se apresuró a salir, pues se sintió profundamente conmovido a causa de su hermano y buscó donde llorar; y entró en su aposento y lloró allí" (43:30–31). Ante el desconcierto de los hermanos por el incidente de la copa robada "lloró tan fuerte que lo oyeron los egipcios, y la casa de Faraón se enteró de ello" (45:2). La persona que goza de una justa perspectiva de su propia fragilidad y pequeñez se resiste a criticar a los demás
Cuando finalmente se descubrió ante ellos, observamos que "se echó sobre el cuello de su hermano Benjamín, y lloró; y Benjamín también lloró sobre su cuello. Y besó a todos sus hermanos, y lloró sobre ellos; y después sus hermanos hablaron con él" (45:14–15).
El camino de la libertad
Aunque la Biblia no nos provee detalles acerca del proceso que experimentó José, sí poseemos registro de los principios que propiciaron la sanidad de su alma. Solamente la persona que se afianza en estos principios, mientras padece injusticias y traiciones a manos de otros, podrá superar el pasado y avanzar, libre, hacia los proyectos que Dios ha preparado para sus hijos.
1. La mano soberana de Dios
Cuando José escogió mostrarse a sus hermanos, los consoló: "Ahora pues, no os entristezcáis ni os pese por haberme vendido aquí; pues para preservar vidas me envió Dios delante de vosotros … Ahora pues, no fuisteis vosotros los que me enviasteis aquí, sino Dios" (45:5–8).
José entendió que Dios está por encima aun de las maquinaciones perversas del enemigo. Ningún acontecimiento ocurrido en nuestras vidas ha escapado al control del Soberano. Aun cuando las motivaciones de quien los ejecuta sean perversas, el Señor los aprovecha para alcanzar sus propósitos soberanos en la vida de sus hijos.
Es esta convicción la que llevó a Pablo a regocijarse frente al hecho de que algunos "proclaman a Cristo por ambición personal, no con sinceridad, pensando causarme angustia en mis prisiones. ¿Entonces qué? Que de todas maneras, ya sea fingidamente o en verdad, Cristo es proclamado; y en esto me regocijo, sí, y me regocijaré" (Filipenses 1:18–19). El apóstol confiaba plenamente en la capacidad soberana que posee el Señor de aprovechar la perversidad del ser humano para sus propios proyectos.
A la hora de sufrir injusticias y traiciones el agraviado puede elevar sus ojos más allá de los hechos y afianzarle en la convicción de que ningún plan, aún el más malvado, puede descarrilar el proyecto de Dios. Su soberana supervisión es fuente de paz y descanso.
2. Una tarea reservada para el Altísimo
El segundo principio se evidencia en las palabras que habló a sus hermanos, en Génesis 50: "No temáis, ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien" (19:20).
José entendía que al hombre no se le ha permitido juzgar a sus pares, porque solamente Dios conoce verdaderamente el corazón de cada uno. Este es el mismo principio que llevó a Cristo a reprender a los maestros de la Ley, que exigían que la mujer sorprendida en adulterio fuera apedreada: "El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en tirarle una piedra" (Juan 8:7). Ellos confiaban en que podían condenarla porque ellos nunca habían cometido adulterio. No obstante, el mal que lleva a los hombres a la infidelidad matrimonial también yacía en sus corazones.
En algún momento de su peregrinaje José entendió que él padecía el mismo mal que sus hermanos. De hecho, aunque no los había vendido, sí se había dedicado a presentarle a su padre malos informes sobre ellos, que también procede de la traición. La persona que goza de una justa perspectiva de su propia fragilidad y pequeñez se resiste a criticar a los demás. Está demasiado absorto en asegurar la bondad de Dios para su propia vida como para estar evaluando a los que lo rodean. Su necesidad de misericordia lo lleva también a desear que el Señor extienda misericordia a los que están cerca de él. Se ha sometido a la exhortación de Pablo: "Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo" (Efesios 4:32).
3. Una responsabilidad confiada a Sus hijos
El tercer principio que ayudó a su restauración es su convicción de que la mejor manera de vencer el mal es obrando el bien, especialmente a aquellos que nos han injuriado (Romanos 12:21). Frente al temor de los hermanos, los animó: “Ahora pues, no temáis; yo proveeré por vosotros y por vuestros hijos”. Y los consoló y les habló cariñosamente' (50:21).
La exhortación de Pablo acompaña una enseñanza absolutamente clara sobre el tema: 'PERO SI TU ENEMIGO TIENE HAMBRE, DALE DE COMER; Y SI TIENE SED, DALE DE BEBER, PORQUE HACIENDO ESTO, CARBONES ENCENDIDOS AMONTONARAS SOBRE SU CABEZA' (Romanos 12:20). El principio resume el proceder de Cristo quien, imitando el corazón de su padre, declaró: "Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman. Si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir de ellos la misma cantidad. Antes bien, amad a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad no esperando nada a cambio, y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo; porque El es bondadoso para con los ingratos y perversos" (Lucas 6:32–35).
Ninguna obra desactiva tan eficazmente los sentimientos de odio y rencor hacia quienes nos agravian como el bendecirlos por medio de acciones concretas de bien. Quien elige este camino, de todo corazón, no puede permanecer mucho tiempo enojado con su prójimo. Su accionar acaba derritiendo su propio corazón. Sin habérselo propuesto alcanzará la verdadera libertad que el Señor concede a aquellos que han decidido no deber a nadie nada, sino el amarse unos a otros; porque el que ama a su prójimo, ha cumplido la ley (Romanos 13:8).
Bendiciones
La familia de Jacob posee todos los matices de una comunidad disfuncional. Él repitió con sus hijos el mal que había padecido en su propia familia: amaba más a José y a Benjamín que a sus otros diez hijos (37:3). Seguramente ellos dos, percibiendo ese trato preferencial, lo aprovecharon para su propio beneficio. José llevaba "a su padre malos informes" sobre sus hermanos (37:2), lo que exacerbaba las tensiones en las relaciones fraternas. "Y vieron sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos; por eso lo odiaban y no podían hablarle amistosamente". (37:2–4).
El cuadro contiene todos los ingredientes necesarios para un intenso y prolongado conflicto familiar. Cuando José contó a sus hermanos su primer sueño "ellos lo odiaron aún más" (37:5). Tanto veneno había penetrado en ellos que, cuando la vida les propició aquella inigualable oportunidad para deshacerse de este hermano, no titubearon en tramar su muerte (37:30). Tan solo la intervención de Rubén salvó la vida de José, aunque terminaron vendiéndolo como esclavo a unos traficantes madianitas.
Consecuencias inesperadas
Cuarenta y dos años después de haber vendido a su hermano, seguían esperando el castigo tan temido.Los hermanos de José seguramente pensaban que se habían sacado de encima una insoportable carga. La ira del hombre, sin embargo, no obra la justicia de Dios (Santiago 1:20). Más bien, cuando el sol se pone sobre el enojo abre la puerta para que el enemigo siembre engendre muerte en el corazón (Efesios 4:26–27)
El primer revés lo sufrieron cuando regresaron a casa y le contaron a su padre la muerte del joven: no consiguieron asegurarse el afecto que tanto anhelaban de parte de su padre. "Sus hijos y todas sus hijas vinieron para consolarlo, pero él rehusó ser consolado, y declaró: Ciertamente enlutado bajaré al Seol por causa de mi hijo. Y su padre lloró por él" (37:34–35). Esta es la consecuencia menos dolorosa de sus acciones. De muchísimo mayor peso resultaría el tormento interior con el cual los diez vivirían durante las próximas décadas.
Una escena, ocurrida al menos veinticinco años después de la trágica decisión de vender a su hermano, revela cuán profundamente los había afectado su propia acción. Ya de regreso en Egipto para comprar alimentos, José (a quien no habían reconocido aún) los interrogaba duramente acerca del robo de su copa. «Entonces se dijeron el uno al otro: Verdaderamente somos culpables en cuanto a nuestro hermano, porque vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no lo escuchamos, por eso ha venido sobre nosotros esta angustia. Y Rubén les respondió, diciendo: ¿No os dije yo: “No pequéis contra el muchacho” y no me escuchasteis? Ahora hay que rendir cuentas por su sangre" (42:21–23).
A pesar de la bondad que José les manifestó, luego del reencuentro, no consiguieron escapar de aquel asunto que atormentaba sus almas. Cuarenta y dos años después de haber vendido a su hermano, seguían esperando el castigo tan temido. Así que, ante la muerte de Jacob, pensaron: "quizá José guarde rencor contra nosotros, y de cierto nos devuelva todo el mal que le hicimos. Entonces enviaron un mensaje a José, diciendo: … te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre" (Genesis 50:15–16).
Por no haber resuelto el espíritu de venganza que los llevó a vender a José, continuaban viendo la vida a través de aquella lente. José había dado amplias muestras de que no era vengativo y, no obstante, ellos no podían escapar del espíritu que se había instalado en sus corazones. ¡Toda una vida derrochada por no haber abierto sus corazones a la obra sanadora de Dios!
Vidas en contraste
El tormento y el desconcierto de los hermanos se muestra en fuerte contraste con la figura de José. La historia no nos provee mayores detalles acerca de su propio peregrinaje hacia la sanidad. Solamente destaca que "el SEÑOR estaba con José, que llegó a ser un hombre próspero" (39:2) y que "le extendió su misericordia, y le concedió gracia" (39:21).
Sin conocer el proceso por el que atravesó, suponemos que, sin duda, sostuvo una intensa batalla personal contra la amargura, el odio y el rencor. Nuestra humanidad no supera semejante golpe en un instante. No obstante, en algún momento logró recuperar la comunión con Dios. El salmista afirma que la intimidad con el Señor es el fruto de un corazón limpio. "¿Quién subirá al monte del SEÑOR? ¿Y quién podrá estar en su lugar santo? El de manos limpias y corazón puro; el que no ha alzado su alma a la falsedad, ni jurado con engaño. Ese recibirá bendición del SEÑOR, y justicia del Dios de su salvación" (24:3–5).
Cualquier profesional de la consejería podrá testificar que una de las primeras bajas de un corazón endurecido es la capacidad de llorar, especialmente en lo que a hombres se refiere. La ternura que demuestra José a quienes peor lo trataron en la vida manifiesta cuán profundo había llegado la sanidad de Dios en su alma. En la primera visita "José lloró" cuando reconoció a sus hermanos (42:24). De igual manera, en la segunda visita "José se apresuró a salir, pues se sintió profundamente conmovido a causa de su hermano y buscó donde llorar; y entró en su aposento y lloró allí" (43:30–31). Ante el desconcierto de los hermanos por el incidente de la copa robada "lloró tan fuerte que lo oyeron los egipcios, y la casa de Faraón se enteró de ello" (45:2). La persona que goza de una justa perspectiva de su propia fragilidad y pequeñez se resiste a criticar a los demás
Cuando finalmente se descubrió ante ellos, observamos que "se echó sobre el cuello de su hermano Benjamín, y lloró; y Benjamín también lloró sobre su cuello. Y besó a todos sus hermanos, y lloró sobre ellos; y después sus hermanos hablaron con él" (45:14–15).
El camino de la libertad
Aunque la Biblia no nos provee detalles acerca del proceso que experimentó José, sí poseemos registro de los principios que propiciaron la sanidad de su alma. Solamente la persona que se afianza en estos principios, mientras padece injusticias y traiciones a manos de otros, podrá superar el pasado y avanzar, libre, hacia los proyectos que Dios ha preparado para sus hijos.
1. La mano soberana de Dios
Cuando José escogió mostrarse a sus hermanos, los consoló: "Ahora pues, no os entristezcáis ni os pese por haberme vendido aquí; pues para preservar vidas me envió Dios delante de vosotros … Ahora pues, no fuisteis vosotros los que me enviasteis aquí, sino Dios" (45:5–8).
José entendió que Dios está por encima aun de las maquinaciones perversas del enemigo. Ningún acontecimiento ocurrido en nuestras vidas ha escapado al control del Soberano. Aun cuando las motivaciones de quien los ejecuta sean perversas, el Señor los aprovecha para alcanzar sus propósitos soberanos en la vida de sus hijos.
Es esta convicción la que llevó a Pablo a regocijarse frente al hecho de que algunos "proclaman a Cristo por ambición personal, no con sinceridad, pensando causarme angustia en mis prisiones. ¿Entonces qué? Que de todas maneras, ya sea fingidamente o en verdad, Cristo es proclamado; y en esto me regocijo, sí, y me regocijaré" (Filipenses 1:18–19). El apóstol confiaba plenamente en la capacidad soberana que posee el Señor de aprovechar la perversidad del ser humano para sus propios proyectos.
A la hora de sufrir injusticias y traiciones el agraviado puede elevar sus ojos más allá de los hechos y afianzarle en la convicción de que ningún plan, aún el más malvado, puede descarrilar el proyecto de Dios. Su soberana supervisión es fuente de paz y descanso.
2. Una tarea reservada para el Altísimo
El segundo principio se evidencia en las palabras que habló a sus hermanos, en Génesis 50: "No temáis, ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien" (19:20).
José entendía que al hombre no se le ha permitido juzgar a sus pares, porque solamente Dios conoce verdaderamente el corazón de cada uno. Este es el mismo principio que llevó a Cristo a reprender a los maestros de la Ley, que exigían que la mujer sorprendida en adulterio fuera apedreada: "El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en tirarle una piedra" (Juan 8:7). Ellos confiaban en que podían condenarla porque ellos nunca habían cometido adulterio. No obstante, el mal que lleva a los hombres a la infidelidad matrimonial también yacía en sus corazones.
En algún momento de su peregrinaje José entendió que él padecía el mismo mal que sus hermanos. De hecho, aunque no los había vendido, sí se había dedicado a presentarle a su padre malos informes sobre ellos, que también procede de la traición. La persona que goza de una justa perspectiva de su propia fragilidad y pequeñez se resiste a criticar a los demás. Está demasiado absorto en asegurar la bondad de Dios para su propia vida como para estar evaluando a los que lo rodean. Su necesidad de misericordia lo lleva también a desear que el Señor extienda misericordia a los que están cerca de él. Se ha sometido a la exhortación de Pablo: "Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo" (Efesios 4:32).
3. Una responsabilidad confiada a Sus hijos
El tercer principio que ayudó a su restauración es su convicción de que la mejor manera de vencer el mal es obrando el bien, especialmente a aquellos que nos han injuriado (Romanos 12:21). Frente al temor de los hermanos, los animó: “Ahora pues, no temáis; yo proveeré por vosotros y por vuestros hijos”. Y los consoló y les habló cariñosamente' (50:21).
La exhortación de Pablo acompaña una enseñanza absolutamente clara sobre el tema: 'PERO SI TU ENEMIGO TIENE HAMBRE, DALE DE COMER; Y SI TIENE SED, DALE DE BEBER, PORQUE HACIENDO ESTO, CARBONES ENCENDIDOS AMONTONARAS SOBRE SU CABEZA' (Romanos 12:20). El principio resume el proceder de Cristo quien, imitando el corazón de su padre, declaró: "Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman. Si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir de ellos la misma cantidad. Antes bien, amad a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad no esperando nada a cambio, y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo; porque El es bondadoso para con los ingratos y perversos" (Lucas 6:32–35).
Ninguna obra desactiva tan eficazmente los sentimientos de odio y rencor hacia quienes nos agravian como el bendecirlos por medio de acciones concretas de bien. Quien elige este camino, de todo corazón, no puede permanecer mucho tiempo enojado con su prójimo. Su accionar acaba derritiendo su propio corazón. Sin habérselo propuesto alcanzará la verdadera libertad que el Señor concede a aquellos que han decidido no deber a nadie nada, sino el amarse unos a otros; porque el que ama a su prójimo, ha cumplido la ley (Romanos 13:8).
Bendiciones